A pesar del duro golpe que el gobierno del estado le ha propinado a 28 comunidades del pueblo me’phaa de la variante
lingüística ba’thaa, con la emisión de varias órdenes de aprehensión contra más de 15 autoridades comunitarias, la mala
voluntad de las autoridades educativas para no asignarles nuevos maestros y las cuatro detenciones de su líder Cándido Félix
Santiago, este domingo a las 4 de la mañana, varias comunidades subieron con sus bandas de música a los cerros más altos para
recibir a sus difuntos, los antepasados, que vigilan y protegen a las autoridades locales. Los principales o ancianos junto con los
quemadores de velas, en medio de una fogata, presentaron a los nuevos comisarios y a sus auxiliares que gobernarán en el
2008.
De acuerdo a sus creencias y prácticas rituales, son los difuntos los que ratifican en el cargo a las nuevas autoridades elegidas
previamente en una asamblea general. Es en el paraje de los difuntos, en lo alto de los cerros, donde se da el reencuentro entre
la comunidad inmemorial y la comunidad real, entre los principales difuntos y los principales vivos, los herederos de la tradición.
En ese lugar sagrado, los rezos, las ofrendas, la comida y la música son para pedir maíz, salud, trabajo y protección. A las nuevas
autoridades se les pide la sabiduría de los ancianos ausentes, para que sepan cumplir con sus obligaciones rituales y puedan
ejercer la justicia conforme a sus usos y costumbres.
En Juanacatlán los principales fueron a las 12 de la noche a la casa de Cándido Félix, para pedirle que formara parte del cortejo
de principales, quienes son los encargados de recibir a los difuntos. Esta deferencia es porque la población ha entendido que
Cándido es ahora una autoridad del pueblo, porque con su liderazgo ha demostrado que está para servir a la comunidad a costa
de su libertad y de su prestigio personal. Entre la población se ha ganado a pulso un lugar en la mesa de los consejeros de la
comisaría. Presentarlo en el cerro junto con las nuevas autoridades en el día que llegan todos los difuntos y difuntas, es un
reconocimiento único que ha llenado de orgullo a Cándido, porque tiene claro que vive en el corazón y en la memoria de los hijos
e hijas del fuego y de la lluvia.
Contrario a la persecución y al maltrato que le han dado las autoridades que procuran y administran justicia, por órdenes
superiores, Cándido saboreó con los músicos y principales el almuerzo ritual que se realiza con los difuntos a las 4 de la mañana
en el cerro. Como es costumbre el fiscal recién nombrado y el comisario saliente intercambiaron sus platillos para degustar con
los convidados. Después del ritual de recibimiento de los difuntos y de la presentación de las nuevas autoridades, se comparte
nuevamente el atole y otro almuerzo como a las 7 de la mañana, para luego bajar con los difuntos a la iglesia y la comisaría,
donde están los altares dedicados a los antepasados que desempeñaron cargos religiosos y cívicos.
En este ceremonial los bastones de mando son colocados en los altares como un reconocimiento y un homenaje a las autoridades
que se fueron y que dejaron un legado importante que se tiene que seguir y honrar para reconstituir la vida de los pueblos y para
hacer realidad sus derechos fundamentales, por encima de la discriminación y la criminalización de su lucha.
El florecimiento de las culturas al interior de las comunidades indígenas representa el tesoro intangible que explica la
consistencia y la vigorosidad de la lucha de los pueblos, de su resistencia y tenacidad que se guían por los valores de la
solidaridad y comunitariedad. Hay un sentido profundo de la dignidad humana, a pesar del menosprecio y de los engaños
permanentes de las autoridades, la población indígena sabe distinguir qué tipo de autoridad tiene en el estado y los municipios.
En sus prácticas culturales, los quemadores de velas siempre van a rezar por las autoridades para que sean justas, para que
nunca dañen al más débil ni se aprovechen de las necesidades del pobre. Esta dimensión simbólica es el patrimonio intangible de
los pueblos que explica el sentido de sus manifestaciones y movilizaciones sociales. No tienen otra agenda ni otros intereses más
que conquistar los derechos tan ausentes entre la niñez indígena que desde los ocho años tiene que trabajar en el tlacolol o en lo
surcos de Sinaloa para poder sobrevivir como jornalero agrícola. La reyerta del nuevo gobierno está lejos de entender y atender
los problemas estructurales que siguen ahogando en la miseria a los pueblos indígenas de la montaña. Los pleitos de la clase
política están por los cargos y por los recursos financieros, por las ambiciones mezquinas que los ciegan de ira cuando se les
interpela y se les obliga a mirar una realidad que lacera y de la que son corresponsables por ser omisos o complacientes.
El preludio de la fiesta de los difuntos, que es la fiesta más grande para las familias pobres de la montaña, sigue siendo un
anuncio de una tragedia que cobra vidas de niños, mujeres y jóvenes que nunca podrán alcanzar un grado académico ni un
empleo bien remunerado, porque las condiciones sociales en esta región son totalmente adversas para poder escalar la cima de
los privilegiados. Hoy ni maíz ni flores hay en La Montaña para los difuntos, la precaria producción de básicos en los peldaños y
las tierras ariscas ha hecho claudicar a centenares de familias indígenas que han dejado de sembrar el maíz de temporal, para
enrolarse en la nueva semiesclavitud en los campos agrícolas de las empresas transnacionales.
Se ha devastado a La Montaña y sólo se está quedando con lo que daña al pueblo, lo envilece, lo divide y lo mata. Los primeros
lugares que ocupa La Montaña son denigrantes para estas culturas milenarias; se comparten los altos índices de producción de
amapola a nivel nacional con los altos índices de analfabetismo, desnutrición y mortalidad materno-infantil. Esta trilogía de la
muerte se ha transformado en una obsesión perversa de los gobiernos empresariales que ve en cualquier protesta social o
movimiento reivindicatorio a un delincuente potencial, a un actor peligroso que atenta contra el derecho mestizo y contra un
sistema de justicia mercantilista.
A pesar de las condiciones infrahumanas en que se encuentran sumidos los habitantes de la montaña, la ley del más fuerte los
sigue sometiendo, y se empeño en destruirlos para que dejen de ser pueblos dignos que tienen historia y cultura, cimentadas en
una civilización que demostró al mundo ser más respetuosa y tolerante con la diversidad política y cultural.
Mientras el pueblo me’phaa, de la variante ba’thaa, reconoce junto con sus difuntos en el cerro la lucha de Cándido Félix, el
nuevo gobierno que se ostenta como democrático, lo persigue y encarcela para someterlo y enjuiciarlo como un delincuente
peligroso. Al igual que los lagos, la sabiduría de los pueblos ondea tranquila en la convivencia comunitaria, sin embargo, en las
profundidades de la conflictividad con el Estado tienen la fuerza impetuosa y rebelde de su dignidad que sabrá utilizarla en el
momento más indicado, cuando tenga que pedir cuentas a las autoridades y encare a los partidos políticos y sus candidatos.
A pesar de que las flores y el maíz ya no crecen en la montaña, sigue germinando entre las nuevas generaciones la esperanza de
que a pesar de la desolación y la alta migración, se configura el rostro rebelde y pluricultural de La Montaña.