EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Nicogate

Jorge Zepeda Patterson

Enero 26, 2004

El chofer de Andrés Manuel López se ha convertido en el personaje de la semana. Nicolás Mollinedo Bastar, Nico, desplazó al presidente Vicente Fox y al cantante Luis Miguel en espacio y tiempo de atención de parte de los medios de comunicación. Los moneros y los comentaristas se dieron un festín con el tabasqueño, y buena parte de la clase política descubrió que tenía una opinión y no desperdició la oportunidad de airearla ante el primer micrófono que encontró.

Y no podía ser de otra manera. Por un lado, porque el asunto es bastante chusco. Un gobernador de una ciudad de 20 millones de habitantes que se traslada en auto Tsuru para dar una imagen de austeridad pero se hace conducir por un chofer de 6 mil dólares mensuales, es una nota que podría darle la vuelta al mundo.

Pero las razones para esta “cargada mediática” obedecen, obviamente a intereses políticos. Hace una semana, en este mismo espacio y antes de que se diera a conocer el asunto de Nico Mollinedo, justamente comenté ese fenómeno.

Desde el arranque de enero se percibe una campaña explícita, particularmente en la televisión, en contra del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. No sólo se trata de la insistencia en los problemas de la ciudad de México (la basura, la policía, etc.), sino también del tono; el reporteo de las notas está salpicado de comentarios desdeñosos respecto al gobierno de la ciudad de parte de los conductores de radio y televisión.

En ese artículo señalé que a mi juicio el embate en contra del tabasqueño, se debía al nerviosismo de la élite política por la consiste popularidad                       que ha mostrado en estos años. En los altos círculos del gobierno federal, del PAN y del PRI, se había percibido el ascenso de Andrés Manuel como un fenómeno temporal que eventualmente se habría de desinflar por el desgaste que significa una ciudad tan complicada. Pero eso no ha sucedido. Lejos de desplomarse, la popularidad de El Peje ha crecido y, por consiguiente, se ha abierto una gran brecha con respecto a sus rivales. La peor pesadilla de la clase política es que la popularidad de López Obrador se mantenga hasta principios de 2005 lo cual haría de su candidatura una fuerza imparable. De allí el interés de comenzar desde ahora un embate sistemático para abollar el prestigio y la carrera en solitario del gobernador del Distrito Federal.

Lo que no esperaban es que el mayor cómplice de este embate fuera el propio Andrés Manuel. Su equipo de trabajo ofreció un tren cargado de municiones a una campaña que en realidad carecía de parque. El escándalo de Nico fue un regalo de los dioses para los detractores de El Peje. Y, desde luego, lo han aprovechado. Ahora resulta que un par de parientes de Nico trabajan también en el gobierno del Distrito Federal. No está claro aún si hay responsabilidad de un familiar, pero la etiqueta de nepotismo se ha agregado rápidamente al escándalo.

Incluso la propia reacción del tabasqueño perjudicó a su causa. En lugar de aclarar que no se trata de un chofer sino de su brazo derecho para la logística, el jefe de Gobierno argumentó torpemente que era un sueldo que se ganaba a pulso porque trabajaba 20 horas diarias. Bastaba con decir que su jefe de logística era uno de los principales funcionarios de su gobierno y que conducía el auto con frecuencia simplemente porque eso permitía mayor tiempo para tener acuerdos. Con eso se habría desinflado bastante el desaguisado. Sesenta y dos mil pesos es mucho dinero para un chofer, pero no lo es para un segundo nivel del gobierno de la ciudad.

Al final, lo que en verdad importa es el impacto que provocará en su popularidad un error que ha sido tan magnificado por sus rivales y por la prensa. En los últimos días la opinión pública ha sido bombardeada por la imagen de un López Obrador demagogo e incluso deshonesto. ¿Cuánta de esa imagen sedimentará en las apreciaciones del hombre de la calle?

Una y otra vez se ha podido observar que aquello que exhiben los medios y argumentan los conductores de radio y televisión, no necesariamente se traslada a la opinión pública. Por lo menos no de manera mecánica. Es un hecho que el prestigio del jefe de Gobierno exhibirá abolladuras, pero también podría haber un efecto rebote a su favor en la medida en que el público se da cuenta de la verdadera cacería de la que es objeto. Los detractores saben que deben aprovechar la coyuntura para crucificarlo, pero también están concientes de que si se les pasa la mano podrían convertirlo en víctima.

Siempre he pensado que López Obrador goza de más popularidad de la que se merece. Pero tampoco me agrada que tome su nivel a fuerza de complots mediáticos. Resultará harto interesante analizar en las próximas semanas las encuestas serias que pulsan a la opinión pública. No sólo ofrecerá elementos para el análisis de las posibilidades de unos y otros en la carrera presidencial. También será un ejercicio útil para observar las delicadas y complejas vinculaciones que existen entre los medios de comunicación y la formación de opinión pública. Sólo entonces conoceremos el impacto real del Nicogate.

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