EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Nicolás Maquiavelo

Fernando Lasso Echeverría

Noviembre 01, 2016

(Tercera parte)

Con la caída de Florencia y el cambio de poderes motivado por la misma, cambió totalmente la vida de Maquiavelo, pues lo había perdido todo; a cambio –se puede afirmar con toda certeza– la humanidad ganó a Maquiavelo, pues fue en esa época de ocio cuando escribió sus más famosos textos filosóficos-políticos; sin embargo, Nicolás, hundido en la miseria buscaba recuperar su estatus y en su mente sólo estaba fija la obsesión de volver a ser, y hacía todo lo posible por cumplir su objetivo. Para la celebración de la coronación papal de León X, Maquiavelo –antiguo republicano y antipapista– compuso su célebre Canción de los espíritus benditos o de las ánimas santas, con la finalidad de ganarse la simpatía del nuevo Papa; se hizo amigo del entonces influyente hombre público y gestor de los Médici, el abogado Francisco Vettori, aprovechando sus antiguos lazos de unión con él en los momentos de la coalición florentina contra la invasión germana, época en la cual don Francisco era el embajador florentino ante las cortes papales.
Mientras todo esto ocurría, el desventurado Maquiavelo se había refugiado en una pequeña propiedad que le había heredado su padre, en las afueras de Florencia; tenía una esposa e hijos a quienes vestir y alimentar, y estaba lleno de rencor por sentirse ignorado por los nuevos dueños de Florencia, esos Médici, a quienes él –aunque radical y fervientemente republicano– estaba dispuesto a servir lealmente; también se encontraba sumamente aburrido, por hallarse alejado de los asuntos públicos, a los que había consagrado durante casi quince años toda su capacidad intelectual, tedio que intenta aminorar tanto leyendo a los clásicos antiguos, como platicando con gente común con la que trataba, como los leñadores que cortaban árboles en su propiedad, y sobre todo, yendo a la Posada en donde se informaba con los viajeros extranjeros que se alojaban ahí de paso, de todo lo referente a sus países, y hasta se rebajaba jugando cartas con el posadero, el molinero, el carnicero y obreros del horno de cal; pero al caer la noche, el escenario de su mundo cambiaba, ya que Nicolás se retiraba a su cuarto de trabajo, y recordando sus experiencias cavilaba sobre ellas entre sus libros y valiosos textos antiguos y las escribía todas, dando lugar a contenidos invaluables que tendría oportunidad de publicar después.
Sin embargo, Maquiavelo no ceja en su intento de volver al servicio público, y así como escribió su canto al nuevo Papa con fines de acercamiento, dirige una carta desde ahí a Vettori, la cual es una de sus más elocuentes epístolas políticas y literarias desde el punto de vista humanístico; en ella, le describe su miserable existencia como un paria, en el mismo país florentino al cual había servido con lealtad infinita durante toda su vida; veo ante mí –decía dramáticamente en su misiva– un destino tan trágico como el de Dante. Narra en ella igualmente, las condiciones de vida de la gente pobre y modesta con la cual –por su nueva posición– debía convivir; describe en impetuosos contrastes el lujo y la miseria, así como la opulencia y el hambre; puntualiza descarnadamente su rudo sometimiento a un clan ávido de poder, en medio de un pueblo martirizado por la pobreza y la ignorancia. En esta célebre carta, Maquiavelo hace uso de todas sus dotes como escritor e impresiona notablemente a Vettori.
Es también en ese 1513 cuando escribe –entre la primavera y el otoño– las obras que lo hicieron figurar años después, en una relación mundial muy selecta de pensadores y escritores filosóficos-políticos: El Príncipe –llamado inicialmente De los gobiernos de principados– y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. En estas dos obras –pero sobre todo en la primera– Maquiavelo llega a la culminación de su propia lucidez, y como escritor y hombre político culto, alcanza uno de los momentos más elevados del pensamiento en la historia de la humanidad. Maquiavelo anota en su ensayo conversaciones tenidas con los grandes hombres que trató, y de hecho, todo lo que le parece importante de sus experiencias con ellos. Decía Maquiavelo: “Con esto, he compuesto un opúsculo, donde me sumerjo todo lo que puedo en mi asunto, indagando cual es la esencia de los principados, de cuantas clases los hay, cómo se adquieren, cómo se mantienen y porqué se pierden”. En este texto plasma valiosas y útiles reflexiones sobre experiencias pasadas, que agradarán a Vittori, pero que “sobre todo, deben convenir a un príncipe, y especialmente a un príncipe nuevo”. Por eso, piensa dedicarlo a la magnificencia de Julián de Médici, hermano del papa León X, que parecía tener ante sí un gran porvenir territorial de príncipe nuevo; de esta manera, este pequeño pero gran libro –de sólo 26 cortos capítulos–, representaba la última carta del funcionario en desgracia, para intentar volver a ser comisionado en los círculos del poder.
Al respecto, Maquiavelo confesaba: “Me consumo en esta soledad y no puedo permanecer así mucho tiempo sin caer en la miseria y el desprecio. Desearía, pues, que los señores Médici consintiesen en emplearme, aunque no fuese más que en hacer rodar una roca (es decir, no le importaba la modestia del empleo que se le diera). Si se leyese este libro –concluía– se vería que durante los quince años en que tuve ocasión de estudiar el arte de gobierno, no pasé mi tiempo durmiendo o jugando, y todos deberían conservar el servicio de un hombre que supo adquirir a expensas de otros, tanta experiencia”.
Finalmente, la dedicatoria del libro, la dirigió a Lorenzo de Médici, sobrino del Papa, pues Julián había muerto poco antes; con este texto, Maquiavelo cree poner a disposición de Lorenzo el Duque de Urbino “el conocimiento de las acciones de los grandes hombres que él ha adquirido, por su larga experiencia de los asuntos de los tiempos modernos, o por el estudio asiduo de los tiempos antiguos” y voluntariamente, para que el libro “sacase todo su brillo de su propio fondo”, el autor lo despoja de “grandes razonamientos”, de “frases ampulosas” y de todos los adornos extraños a la cuestión (¿temería el autor que don Lorenzo no entendiera este elevado lenguaje?). El envío del libro dedicado, era una clara insinuación al nuevo príncipe, para que no se privara por más tiempo de los leales servicios de un hombre de tanta penetración política y llamara a Florencia al “secretario florentino”, nombre que Maquiavelo nunca perdió entre la población, a pesar de haber dejado el cargo hacía mucho tiempo atrás e inclusive de haber estado preso acusado de ser enemigo del clan de los Médici. Así era llamado respetuosamente en todos los ámbitos, y aun en sus peores momentos.
No obstante, las esperanzas de Maquiavelo fueron vanas… se deshicieron en el aire. Lorenzo de Médici no tomó en cuenta su obra y –cómo a Maquiavelo mismo– la hizo simplemente a un lado. Entonces, lleno de furor y amargura, Maquiavelo dedicó sus Discursos a dos ciudadanos florentinos de menor estatura política y financiera, y los ofreció en conferencias públicas en los jardines de Oricellari.
De esta época en la vida de Maquiavelo data la estupenda comedia titulada Comedia di Callimaco e di Lucrezia, que finalmente fue conocida universalmente con el nombre de La Mandrágora, cuya versión final es del año de 1518. Esta obra ha suscitado multitud de altercados y polémicas desde que fue dada a conocer públicamente y lo extraordinario es que aún en nuestra época suscita inquietudes; se ha dicho por ejemplo, que la idea moral de la obra, la eticidad escondida pero acentuada y enérgica de Maquiavelo en ella, debe tomarse como nivel general de todo su pensamiento político y humano; es decir, que La Mandrágora en realidad, más que la trama de una comedia o un conjunto de anécdotas y moralejas, significa –en el contexto general de la obra de Maquiavelo– su más refinado afán moral y ético no escrito. Ello se justifica, si tomamos en cuenta que Maquiavelo representa en ella el conjunto de la sociedad de su época en su más elocuente expresión de vileza, vanidad, venalidad y corrupción, en especial de los hombres públicos, sean laicos o religiosos, civiles o militares. Maquiavelo utiliza en esta obra todos los recursos habituales de la sátira y de la ironía para ridiculizar y hacer una despiadada burla de la corrupción de hombres e instituciones civiles y religiosas, pues la comedia descrita no sólo provoca risas y burlas, sino que también manifiesta una melancolía profunda y hasta penosa por aquello que envilece sin remedio alguno la existencia de los seres humanos, como el afán desmedido de poderes y riquezas, los abusos de autoridad, los malos usos de las influencias, etc. Francisco Guicciardini, crítico literario de la época, cuando vio representada la obra, dijo que “Maquiavelo ha demostrado que sabe reír y hacer reír. Ríe y nos conmueve con su risa melancólica acerca de los errores y las faltas de los seres humanos que él, personalmente, no puede ni mucho menos remediar ni solventar ni impedir”.
Cuando muere el duque Lorenzo de Médici, resurgen las esperanzas de Maquiavelo de reintegrarse al círculo del poder y rehabilitar su nombre y su obra en el futuro acontecer de su patria florentina; el cardenal Giulio de Médici, vino a ser el siguiente hombre fuerte de Florencia, y Nicolás consiguió ser introducido y presentado elogiosamente ante este personaje, por el influyente político florentino Lorenzo Strozzi, a quién en gratitud le dedicó el diálogo titulado Del arte de la guerra publicado en 1520.
En esta pequeña pero erudita e ingeniosa obra –tal como sucede en sus Discursos y en El Príncipe– Maquiavelo manifiesta la influencia de los grandes autores clásicos, que combina sabia y elocuentemente, con sus experiencias adquiridas en las intensas actividades que tuvo en los asuntos públicos italianos y europeos de su tiempo, y de su participación en cuestiones militares y bélicas. Dell’arte della guerra, de hecho resulta ser un complemento a los dos grandes tratados políticos de Maquivelo: Il Principe y los Discorsi, aunque ello no es un impedimento para que la obra en sí se mantenga sólidamente como un pequeño gran manual de artes militares, en sus razonamientos y enfoque político, aunque obviamente sin actualidad técnica. En ella, como en los tratados políticos nombrados, se manifiesta además el gran deseo quimérico y obsesivo de Maquiavelo de luchar y lograr la unidad progresista de toda Italia como nación firme y única y con una población de histórico abolengo cultural, inspirándose en los tiempos gloriosos de la república de Roma y en las ciudades-estados de la antigua Grecia.
En el plano personal e íntimo de Maquiavelo, también hubo cambios positivos, pues logró su primer empleo reivindicativo, como gracia del clan Médici y de sus intermediarios políticos, al ser designado como encargado diplomático en la cercana Villa de Lucca, cargo de poca importancia comparado con su anteriores servicios prestados al anterior gobierno florentino. Al poco tiempo, el cardenal Médici aceptó nombrar a Maquiavelo como historiógrafo y cronista oficial de Florencia a partir de noviembre de 1520, asignándole un salario de 57 florines de oro anuales, el cual fue aumentando paulatinamente conforme avanzaba en su trabajo de investigación, hasta llegar a los 100 florines de oro. De hecho, en realidad se trataba que Maquiavelo estuviera inmerso en tareas literarias, para impedir que se entrometiera en la política, pues poco antes, éste había hecho llegar al papa León X un documento en el que hacía una minuciosa descripción de la organización de la administración pública y del gobierno de Florencia, inmediatamente después de la muerte de Lorenzo de Médici. En este escrito, Maquiavelo apelaba nuevamente ante el Papa por la restitución de las antiguas libertades florentinas de expresión, reunión, organización, disentimiento y hasta oposición; todo esto desagradó a León X, y mandó a Maquiavelo al convento franciscano de Carpi para que ahí continuara sus escritos y fuera vigilado; en este lugar, se reencuentra en forma secreta con Francesco Guicciardini, antiguo conocido de Nicolás, quien fungía como gobernador de la cercana Villa de Modena; ahí se estrecha la amistad de ambos, hecho que favoreció a Maquiavelo para gloria de la literatura italiana.
Al morir el papa León X en diciembre de 1521, el cardenal Giulio de Médici se consolida como el único amo de Florencia, gobernando en forma autoritaria y despótica; Maquiavelo fue advertido en varias ocasiones de que no se opusiera a los deseos y medidas del cardenal, pues exponía su libertad y hasta su vida, y optó por callar; en septiembre de 1523, fallece el papa Adrián VI –que había sustituido a León X– y entonces Giulio fue elegido pontífice con el nombre de Clemente VII. En ese momento, Maquiavelo se había recluido para trabajar en su Istorie Florentine escribiendo este texto fundamental –que de hecho es la historia oficial de Florencia– escrito también más como un texto político que como mera historia, pues el autor manifiesta en él, un vivo interés por ofrecer su propia versión de los hechos con un criterio demoledor y profundo, plasmados tan claros y sintéticos que causan asombro al lector; en junio del año mencionado, entrega a Clemente VII ocho grandes volúmenes de escritos que motivaron una gratificación adicional de 120 florines de oro para estimular a Maquiavelo, pues este Papa –quien reconocía el talento de Maquiavelo– también insistía en recluirlo en sus textos y alejarlo de la acción política.

* Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” AC.