EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

No todo en Cuba es realismo sucio

Federico Vite

Agosto 09, 2016

Fabián y el caos (Anagrama, España, 2015, 235 páginas), novela reciente de Pedro Juan Gutiérrez, no ofrece novedades estilísticas, aunque sí variantes temáticas; por ejemplo, al principio de la novela conocemos a un matrimonio joven madrileño, los abuelos de Fabián. Es España a principios del siglo XX. La hija de ese amor europeo conoce a un tendero con quien se involucra amorosamente, se casa y cerrando los ojos dice sí a la propuesta de migrar rumbo a La Habana. Ahí nace Fabián. Sus padres concretaron un florecimiento económico en el Caribe, pero la revolución acabó con esa fortuna, los dejó prácticamente en la calle. Más que emocionados por el triunfo del pueblo, la ira y la represión con la que fueron tratados, los padres de Fabián se hunden en las trampas de una persecución política, económica e ideológica. El planteamiento de la historia es realmente ambicioso e inusitado en los libros de Pedro Juan. Por un par de capítulos, uno cree que por fin ocurrió el milagro: el cubano sale de su zona de confort. Después de las treinta30 páginas nos encontramos con lo que podría considerarse ahora, antes su mayor virtud, el escollo por el que los libros de Pedro Juan han terminado de agotar a sus lectores: la megalomanía. El lector seguirá, porque realmente es ameno el narrador de Matanzas, las etapas de crecimiento de Pedro Juan; aunque el protagonista es Fabián, la megalomanía del autor es tan grande que le roba el libro a un personaje que se acerca con enorme sensibilidad a la caótica Habana, descrita por Reinaldo Arenas en Antes que anochezca.
El lector tendrá el mismo estándar de calidad en cuanto a la descripción de escenas sexuales se refiere. Nada mal, el problema es qué más sigue en la historia, no todo es el calor del cuerpo en otro cuerpo. Pedro Juan detalla episodios de la adolescencia, la confrontación con los padres, el descubrimiento de la amistad, la renuncia tajante al matrimonio, el gusto por la desobediencia y las escaramuzas sexuales. Estamos, más que ante la contundencia del Bukowski caribeño, ante una novela del costumbrismo cubano, en la que Pedro Juan nombra a sus enemigos: “la familia, el gobierno, la religión”.
Lo atractivo es que los enemigos de Fabián son también esos tres aspectos que marcan y
definen la vida de Pedro Juan; Fabián es un pianista prácticamente anodino; los revolucionarios lo humillan por practicar una ideología distinta a la revolucionaria. Ya sea por usar lentes, por amar la música clásica o por inclinarse sexualmente a favor de los varones, todo lo revolucionario, todo, está en contra suya. Evidentemente, la peor crítica es su homosexualidad frágil, sensible, poderosa.
El libro enfoca y desenfoca a los personajes principales: Pedro Juan y Fabián. Muestra las aristas de la amistad y la manera en la que ambos terminaron de enfrentarse a ese mundo revolucionario que comprendían sólo a medias, por omisiones, justo como la amistad entre ellos. El azar, una operación que no termina de ser verosímil, une a los dos personajes en una fábrica de enlatado de carne, un sitio diseñado para que los ciudadanos más distantes de la ideología revolucionaria tuvieran tiempo de reflexionar sobre sus actos.
Tal vez, Fabián y el caos sea una de esas historias que Pedro Juan escribió con la intención de divertirse, sin afán alguno de mostrar las novedades estilísticas o temáticas que está ejercitando.
No sé hasta qué punto es pertinente el realismo sucio, no sólo para contar una historia, sino para señalar los excesos de una revolución como la cubana. Me queda claro que después de Trilogía sucia de la Habana, Pedro Juan no puede seguir escribiendo exactamente igual, es como si alguien se dedicara a repetir las mismas frases durante una longeva conversación. Debe haber más en la proposición narrativa de un tipo que sabe perfectamente que para ser cubano es necesario honrarse con la valentía. No creo que se haya gastado la pólvora.
Fabián y el caos es un libro poco ambicioso; no busca más que dotar de imágenes los destellos de La Habana en los años 60 y 70 del siglo pasado. Es la historia de dos amigos de la infancia, un seductor de mujeres carnosas y un enclenque pianista homosexual. Se reencuentran a los 21 años, ambos castigados por rebelarse contra el ideal de una revolución; no se reconocen pero se acompañan en las situaciones hostiles, entre el vitalismo y la represión. Me hubiera gustado descubrir los nuevos mecanismos con los que el autor seduce, ya lejos del realismo sucio, a sus nuevos lectores, pero esto es lo que hay. Que tengan un hedonista martes.