Lorenzo Meyer
Febrero 24, 2020
AGENDA CIUDADANA
México, como estructura política y social, puede hacer poco para detener o esquivar los efectos negativos de las repercusiones que tendrán para nosotros los resultados de las elecciones en Estados Unidos. Esa es una de las consecuencias de la relación de vecindad asimétrica y de dependencia de México con Estados Unidos, nexo que con altas y bajas se ha tejido a lo largo de más de siglo y medio.
Fuera del ámbito de los “mexicanólogos” y encargados de asuntos mexicanos en la burocracia de Washington, muy pocas ocasiones los procesos políticos mexicanos posteriores a 1848 han despertado interés amplio en Estados Unidos; la Revolución Mexicana o los procesos migratorios son de los contados temas de interés amplio. Para México son muchos los procesos norteamericanos que han dejado huella. La elección de James Polk como presidente en 1844 y la posterior votación en el Congreso de Estados Unidos que incorporó a Texas como estado norteamericano, desembocaron en una guerra. La victoria de la Unión en 1865 ayudó al gobierno de Juárez. La guerra hispano-americana de 1898 no sólo puso a Cuba en manos de Estados Unidos sino que dejó a México rodeado por dos zonas de influencia norteamericana: El Caribe y Centroamérica. Por otro lado, la elección de Woodrow Wilson en 1912 revirtió el apoyo que los republicanos ya habían dado a Victoriano Huerta. Sin Franklin D. Roosevelt en la Casa Blanca y su política de “Buena Vecindad”, la expropiación petrolera mexicana de 1938 hubiera encontrado dificultades mayores de las que tuvo. En fin, la lista de eventos en el país del norte que tuvieron y tienen repercusiones políticas en el nuestro puede seguir y, además, se le pueden añadir a las políticas, las dimensiones económicas, laborales, migratorias, culturales, religiosas, militares, criminales, ecológicas, hidrológicas, etcétera.
La elección del 3 de noviembre próximo en el país del norte tendrá lugar en medio de una gran división que es política, cultural y de clase. El actual presidente Donald J. Trump, que pretende reelegirse, es un líder político realmente fuera de serie. Llegó a la presidencia por una peculiaridad del sistema electoral que da prioridad al llamado “Colegio Electoral” por sobre el voto popular. Trump obtuvo el máximo cargo de su país sin haber ganado la mayoría y sin haber pasado antes por la socialización de los políticos de carrera. Su visión del mundo es la propia de los grandes negocios en bienes raíces y, lo que es también muy importante, del mundo de los conductores de programas de la televisión popular.
El “estilo personal de gobernar” de Trump consistió en ponerse en contacto directo con sus bases electorales, como lo hacía en su programa de TV, hablar como ellos, explotar sus fobias, sus prejuicios –los propios del llamado “nacionalismo blanco”– y sus resentimientos contra la clase gobernante tradicional –que lo mismo abarca a los rivales de Trump dentro del propio Partido Republicano que al Partido Demócrata–, acusar al “Estado profundo” (la burocracia de carrera) de imponer sus intereses sobre los de la “gente común” y acusar a aliados internacionales tradicionales –la OTAN– y a sus socios comerciales –México entre ellos– de abusar de Estados Unidos.
Las elecciones intermedias de fines de 2018 quitaron a los republicanos el control de la Cámara baja, pero no del Senado. Por ello, el esfuerzo de los demócratas por enjuiciar a Trump por abuso de poder fracasó y la exhibición de esos abusos durante el juicio no tuvo mayor efecto. Al inicio de este año, una encuesta Gallup dio a Trump una aprobación ciudadana del 49% (Washington Post, 10/02/20). Sin un candidato demócrata fuerte, su reelección es muy probable y, por tanto, un problema más para México.
Las enormes asimetrías de poder y la dependencia económica de México respecto de Estados, le permitió a Trump insultar con impunidad a nuestro país, empezar a construir una gran barda en su frontera sur insistiendo en que México la costeará, obligar a cambiar el TLC por el TMEC, presionar para que México actúe como muro de contención de la migración centroamericana. En fin, la reelección abre la posibilidad de que el republicano continúe con estas o similares políticas cuando le convenga.
En suma, mucho de lo que sucede en la arena política norteamericana nos concierne, pero en el caso de su proceso electoral nuestro interés está en juego y sin embargo es muy poco lo que podemos hacer al respecto. Ese es uno de los efectos de nuestra dependencia estructural.