Lorenzo Meyer
Octubre 13, 2016
La inseguridad es un claro indicador de pérdida de fuerza, de efectividad, del Estado. Por ello, en cuanto a su organización como comunidad política, México en vez de modernizarse, retrocede.
Como dice la propaganda gubernamental, México se está moviendo, pero indicadores como los de la concentración de la riqueza, la deuda externa o la inseguridad, muestran que el movimiento es hacia el pasado ¡hacia un siglo o siglo y medio atrás! Esta columna también se podría titular “Los Cangrejos”, en alusión a la canción del siglo XIX de Guillermo Prieto que se burlaba de la dirección en que los conservadores querían hacer marchar a México.
Fijémonos en la inseguridad. De acuerdo con el último reporte del Inegi, el 71.9% de los citadinos consideran que viven en una ciudad insegura. A los trenes de carga los paran y los asaltan; sólo en Guanajuato se cometen 600 robos mensuales de ese tipo. En las carreteras ocurre lo mismo, de enero a julio de este año se han denunciado 810 robos, particularmente en el corredor Ciudad de México-Puebla-Veracruz. El crimen organizado ataca la red de ductos de Pemex y roba el combustible –en 2015 se detectaron 5 mil 225 tomas clandestinas– que en el año anterior ocasionaron pérdidas a la otrora gran empresa estatal por mil 119 millones de dólares. (Reforma, 5 de octubre, El País, 7 de junio).
Algunas bandas criminales que hoy operan en México están tan bien organizadas, armadas y con tanta confianza en su impunidad, que se dan el lujo de controlar territorios, subordinar por completo a las autoridades municipales y enfrentar abiertamente al propio ejército y tirarle un guante en el rostro a las fuerzas armadas, al Estado y a toda la sociedad mexicana. En 2015 un cartel de narcotraficantes derribó un helicóptero y en Sinaloa, al final de septiembre, otro atacó un convoy militar y le causó quince bajas: cinco muertos y diez heridos.
A un habitante del México de la Revolución de hace un siglo o de la Guerra Cristera, (1926-1929), el asalto a trenes no le hubiera sorprendido. Para otro de más atrás en el tiempo, por ejemplo, de los 1860, la referencia a bandas criminales asolando poblaciones enteras como ha ocurrido en los últimos tiempos en Coahuila o Tamaulipas. (En el desamparo. Los Zetas, el Estado, la sociedad y las víctimas de San Fernando, Tamaulipas (2010) y Allende, Coahuila, (2011), Sergio Aguayo, (coord.), [Documento de trabajo, El Colegio de México, 2016, 39 pp.]), le llevaría a pensar en Los Plateados, el grupo de bandidos mejor organizado de esos años y que operó en una amplia región de lo que entonces era el enorme Estado de México y que hoy es Morelos, pero también en parte de Puebla, Guerrero e incluso Hidalgo. Como Los Zetas de hoy, algunos Plateados habían sido soldados en la Guerra de Reforma y luego pusieron sus habilidades y armas al servicio de sí mismos. Esa banda llegó a sumar medio millar de individuos e incluso contar con armamento de gran poder (alguna pieza de artillería) equivalente a los Barrett calibre 50 que hoy tienen los carteles. Por un tiempo no les fue nada mal a estos bandidos que secuestraban, saqueaban pueblos enteros y a los que distinguía la plata de la que hacían ostentación en sus vestimentas (hoy la plata ha sido sustituida por el oro). La indefensión de los pueblos llevó a que en la década de 1860, surgieran autodefensas, los llamados “justicieros”. De entre esos grupos de civiles armados destacó el encabezado por Martín Sánchez, un artesano de Yecapixtla, (Carlos Agustín Barreto, Los Plateados en Morelos: un ejemplo de bandolerismo en el México durante el siglo XIX, Takwá, núm. 11-12, [primavera-otoño 2007], pp. 105-129).
Las autodefensas del siglo XIX en Morelos no son, en esencia, diferentes de las que surgieron en Michoacán en 2013, encabezadas por Hipólito Mora o el doctor José Manuel Mireles, que se organizaron para defenderse de sus extorsionadores pero casi de inmediato tuvieron que enfrentarse no sólo al crimen organizado sino al gobierno federal, ineficaz para combatir a los criminales pero celoso de las consecuencias que podría traer la autonomía de civiles armados, pues, después de todo, el Estado se define, según Max Weber, por el monopolio de los medios legítimos de violencia. Las autodefensas argumentaban que su violencia era aún más legítima por ser en defensa propia. (Enrique Guerra Manzo, Las autodefensas de Michoacán. Movimiento social, paramilitarismo y neocaciquismo en Política y Cultura, [otoño, núm. 44, 2015], pp. 7-31).
Los Plateados finalmente desaparecieron cuando empezó a surgir un auténtico Estado con la República Restaurada (1867-1876) y el Porfiriato, (1867-1911). Aunque el bandidaje como tal nunca desapareció, al iniciarse el siglo XX, ya no era una característica nacional. La inseguridad resurgió en 1910 con la Revolución pero volvió a ser controlada cuando el nuevo régimen se consolidó a partir del fin de la II Guerra Mundial.
Lo anterior significa que en México, como en otros países, hay una relación entre disminución de la inseguridad y consolidación del Estado. Si hoy, de nuevo, la inseguridad en caminos y en ciudades aumenta se debe a que el Estado mexicano, que nunca ha sido realmente fuerte en el sentido moderno del término, está experimentado un proceso de “desconsolidación”. Y aunque ello es resultado de las fallas de su clase gobernante, sus terribles consecuencias las sufre la sociedad entera, especialmente quienes no pueden comprar su seguridad, es decir, la mayoría.
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