EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Notas sobre algunos símiles geográficos coyunturales

Federico Vite

Septiembre 17, 2019

En dos de las lecturas semanales, la intempestiva imagen del autor se asoma en el corpus de los textos y me parecen buenos ejemplos para enfatizar que desde hace mucho tiempo la novela es pura alquimia.
El primer caso es Erri de Luca, autor de El día antes de la felicidad (Il giorno prima della felicità. Feltrinelli, Italia, 2009,133 páginas). En este volumen se describe la violencia, el hambre y la pobreza de Nápoles de los años 50 del siglo pasado. Nunca sobra decir que se parece tanto a lo que ocurre en Acapulco ahora: muerte, pobreza, injusticia, nula capacidad del Estado para resolver estos problemas. En Il giorno prima della felicità se narra la educación sentimental de Smilzo, un huérfano, flacucho e introvertido, criado por otro huérfano: Don Gaetano. Smilzo devora todos los libros que encuentra en un escondrijo que descubre al pie de una estatua (donde un judío se ocultó durante la guerra); después fomenta su hábito con los libros que le presta Raimondo, el dueño de una librería de segunda mano. Don Gaetano se convierte en mentor, maestro de vida, mantiene largas conversaciones con el chico mientras juegan a las cartas y le enseña todo lo que sabe, incluido el arte de leer los pensamientos, de amar a las mujeres y lidiar con la violencia. En uno de los apartados, cuando inicia el despertar sexual del narrador-protagonista, Smilzo confiesa está aseveración que agranda los bordes del relato y le permite entender al lector que la historia entre sus manos no es la clásica unidad cerrada sino un puente con múltiples lecturas. “Platón se había puesto a escribir los diálogos de Sócrates: ¿cómo se había atrevido? ¿Tomaba apuntes por la noche como hago yo con los relatos de don Gaetano, o se acordaba todo de memoria? Platón enredaba, ponía en boca de su maestro y de los demás lo que a él le parecía. Él permanecía escondido detrás de ellos. ¿Eso es lo que hace un escritor? No debe de hacerse eso. El escritor debe ser más pequeño que la materia que relata, se debe ver que la historia se le escapa por todas partes y que él sólo recoge un poco […] Con Platón la historia está enredada dentro de un recinto, no deja que ningún contoneo de vida independiente escape fuera. Sus diálogos están alineados en dobles filas, dimes y diretes, y adelante marchen”. Estas palabras revelan la viga mayor del libro, es decir, muestran el dispositivo que rompe los cánones del realismo clásico y conduce al texto por nuevas rutas (trabajar recuerdos de otros personajes, aunque esos personajes sean justamente escritores, para darle sentido a la experiencia vital del narrador que vive a través de la lectura) y hermana esta historia con la de Italia, con la educación sentimental de Don Gaetano, con Smilzo, y finalmente, la mafia ingresa a este relato e incide en el destino del protagonista. Es como si el enfoque del texto fuera panorámico y sólo de vez en cuando pudiera hacer un close up a don Gaetano, a Smilzo y a Nápoles. Los tres signados por la violencia.
Otro ejemplo es Historia de Mayta, de Mario Vargas Llosa (Seix Barral, España, 1984, 406 páginas). Gracias a una estrategia narrativa acertada mezcla los diálogos y las acciones del relato con los recuerdos de los personajes. Vargas Llosa trabaja dos ámbitos temporales y el autor es un personaje que detalla las problemas tanto externos (masacres, militarización absoluta en Perú, toque de queda; delincuencia brutal, cruenta, sanguinaria; crisis económica, saqueo del erario público, nula incapacidad del Estado para resolver esos asuntos. Sí, igual que en Acapulco) como internos (cuestiones estéticas y éticas) para darle forma y sentido a un levantamiento comunistas en la sierra de Perú.
En medio de la pobreza extrema, del desorden social, de la inseguridad, de los asesinatos, de la guerrilla, de los terroristas (Sendero Luminoso), de los escuadrones de la libertad, de los policías, de los marines, el autor entrevista a las personas que conocieron a Mayta y a testigos que estuvieron involucrados en el incipiente levantamiento comunista en Jauja; incluso logra charlar con Mayta. Aprehende de ellos el relato y teje así la trama.
El autor conversa con la hermana de Vallejos, uno de los involucrados en el levantamiento armado. Juanita cuestiona un par de cosas acerca de las entrevistas. Para ella carece de sentido hacer una novela basada en testimonios. Cito: “—Entonces para qué tantos trabajos —insinúa Juanita, con ironía—, para qué tratar de averiguar lo que pasó, para qué venir a confesarme de esta manera. ¿Por qué no mentir más bien desde el principio?
–Porque soy realista, en mis novelas trato siempre de mentir con conocimiento de causa –le explico–. Es mi método de trabajo. Y, creo, la única manera de escribir historias a partir de la historia con mayúsculas. ”.
Las reflexiones sobre el objeto escritural (Mayta) y el oficio literario son constantes en este volumen. Cito una vez más al alter ego de Vargas Llosa durante la charla con dos monjas (Juanita y María) que socorren el Sector de Bajo el Puente (una zona de alta peligrosidad y miserable de Lima): “Intento volver a Mayta pero tampoco puedo, porque, una y otra vez, interfiere con su imagen la del poeta Ernesto Cardenal, tal como era aquella vez que vino a Lima –¿hace quince años?– e impresionó tanto a María. No les he dicho que yo también fui a oírlo al Instituto Nacional de Cultura y al Teatro Pardo y Aliaga y que a mí también me causó una impresión muy viva. Ni que siempre lamentaré haberlo oído, pues, desde entonces, no puedo leer su poesía, que, antes, me gustaba. ¿No es injusto? ¿Tiene acaso algo que ver lo uno con lo otro? Debe de tener, de una manera que no puedo explicar. Pero la relación existe, pues la experimento. Apareció disfrazado de Che Guevara y respondió, en el coloquio, a la demagogia de unos provocadores del auditorio con más demagogia todavía de la que ellos querían oír. Hizo y dijo todo lo que hacía falta para merecer la aprobación y el aplauso de los más recalcitrantes: no había ninguna diferencia entre el Reino de Dios y la sociedad comunista; la Iglesia se había hecho una puta, pero gracias a la revolución volvería a ser pura, como lo estaba volviendo a ser en Cuba ahora; el Vaticano, cueva de capitalistas que siempre había defendido a los poderosos, era ahora sirviente del Pentágono; el partido único, en Cuba y la URSS, significaba que la élite servía de fermento a la masa, exactamente como quería Cristo que hiciera la Iglesia con el pueblo; era inmoral hablar contra los campos de trabajos forzados de la URSS ¿por qué acaso se podría creer la propaganda capitalista? Y el golpe de teatro final, flameando las manos: desde esa tribuna denunciaba al mundo que el reciente ciclón en el Lago de Nicaragua era el resultado de unos experimentos balísticos norteamericanos. Aún conservo viva la impresión de insinceridad e histrionismo que me dio. Desde entonces, evito conocer a los escritores que me gustan para que no me pase con ellos lo que con el poeta Cardenal, al que, cada vez que intento leer, del texto mismo se levanta, como un ácido que lo degrada, el recuerdo del hombre que lo escribió.” Sirvan estos dos ejemplos para tomar la realidad con pinzas y para entender las diversas maneras de encararla.