EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Notitas sobre el nivel de simulación y la buena onda

Federico Vite

Febrero 26, 2019

 

Algunos asuntos que no son literatura pero forman parte de la estructura de lo literario se clarifican cuando uno ya no los frecuenta. Por ejemplo, hace 10 años iba extraordinariamente a decenas de festivales de literatura, a ferias de libro, a presentaciones y, obviamente, a dar conferencias. No me invitaban porque fuera un superdotado ni porque mis temas (realmente no han cambiado mucho) le interesaran a muchísimas personas. Me llovían las solicitudes porque era muy bueno en la práctica de un deporte: beber y charlar apasionadamente de la literatura. Dicho de otra manera, convivía al máximo de una forma cuasi bohemia. Más que un escritor en ciernes (aspecto que aún considero en vías de desarrollo), era un promotor de mis lecturas. Ejercitaba la pasión por la charla de lo ya escrito por gigantes (muchos de aquellos días están cincelados por la lectura de las obras completas de Richard Ford, de Richard Yates y de Richard Matheson; me interesaba obsesivamente hacer una fusión de esos tres hombres, concebir algo con hondura y técnica depurada; nunca pude lograrlo). Charlaba de la solvencia técnica de tres escritores que me conducían por las grandes corrientes de la literatura norteamericana; citaba de memoria párrafos de esos tipos, de películas basadas en los libros de estos Richards.
Yo representaba un gasto menor en las ferias de libro. Los anfitriones cubrían pasaje, hospedaje y comidas. Yo ofrecía talleres, conferencias, lecturas y presentaciones de libros. Muchas veces se habló de lo que cobraba Juan Villoro, Xavier Velasco, Yordi Rosado, Denise Dresser y Jorge Volpi. Todos ellos por encima de los 100 mil pesos. Mi labor, creo, era la de animar al público y a los escritores invitados. Platicaba con ellos, bebía con ellos y ellos me llevaban a otras actividades, ya fuera Tijuana, ya fuera Campeche, Tabasco, Ciudad Neza, Toluca o Tonatico. Por aquellos años yo propiciaba el lobby alcohólico. La gente no me leía (igual que ahora, pero en aquel tiempo decían que sí e incluso les gustaban mis textos. Obviamente entiendo eso como una forma de socializar con escritores buena onda) pero me invitaban con fervor no sólo a eso (ferias de libro, festivales) sino a publicar en revistas, en suplementos, en antologías. Insisto en ese hecho: ser afable, festivo y beber durante días con explosivas facilidades para el cotorreo me acercaba a eso que cada vez entiendo menos: lo literario en este país. Iba y venía de aeropuertos, de terminales de camiones, pero lo asombroso es que capitalizaba la censura sobre Fisuras en el continente literario y la golpiza que me dieron los policías municipales en Puebla. Era una especie de showman. Ya había publicado Entonces las bestias y De oscuro latir, pero nadie los mencionaba. Para ellos lo único valioso era justamente mi buena onda. No importa si había premios o becas, si mi trabajo poseía algunas virtudes estéticas. Insisto: no importaba el trabajo, sólo la simple buena onda. Incluso algunas reseñas de mis libros —me enorgullece mi ausencia en los suplementos literarios de este país, en las listas de autores destacados; yo escribo pensando en otra cosa, no en el impacto de los apapachos editoriales, sino en la posibilidad de sumarle algo a la llorona literatura mexicana— se consumaron así, en borracheras, alguien decía, voy a leer tu libro porque eres ocurrente, porque si bebes mucho eres bueno, porque seguramente (la bebida es como una varita mágica) eres muy crítico. Me decían eso y otras florituras: Es que tú no te crees mucho. ¿Por qué habría de creerme mucho si era uno de los tantos lectores apasionados que eventualmente ejercía la literatura con poca disciplina? Pensando en eso, ahora que llevo tiempo fuera del cotorreo, releí algunos de mis cuentos publicados hace 10 años en suplementos, en revistas, en antologías; releí las reseñas de esos amigos que ya se han ido con otros amigos que son buena onda y obviamente no me hablan. Encontré las pistas de eso que yo era y me sorprendió que mis cuentos, por principio, eran llorones, estaban atiborrados de alcohol; prodigaban fracasos amorosos, tristeza y lo peor es que no se nota mi lectura apasionada de los Richard mencionados. ¿Por qué me llevaban a todas partes y me invitaban con ahínco a publicar cuentitos, a charlar con públicos inquietos? Lejos de ese lobby para alcohólicos, simple y sencillamente entiendo que ser parte de los animadores literarios es un escalafón en “la carrera”. Después te suben al podium de escritor y llegan las editoriales grandes, te dan una oportunidad, frase que tantas veces me comentaron en esos años: Te van a dar una oportunidad.
Ya con otra lógica, me apropié de mi silencio. Hay buenas noticias de la gente que me bendice con la luz de su mirada; pero sé que ahora, con mayor disciplina pero menos impacto publicitario o mediático, me uno a los que trabajan duro en silencio, sin testigos. Me asombra, pero no mucho, que lo literario sea una especie de club. Me alegra no escribir textos llorones. Prefiero amasar otro tipo de cuerpos narrativos que no extrañan el ancho espectro de la condescendencia literaria.
El bluff y el lobby son importantes para sacarle jugo el capital simbólico del mundillo literario: la buena onda, la fiesta, la rebeldía, la censura, etc. Esas cosas las traduzco como extraliterarias, pero a la hora de la verdad cuentan mucho; más que la literatura. En suma: hacer literatura es cosa seria, no es un deporte ni un concurso de belleza. Sé a ciencia cierta que hay un asombroso nivel de simulación en el mundo editorial de este país.