EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Novelas monstruo

Federico Vite

Enero 03, 2017

(Primera de dos partes)

Roman-fleuve, dicen los especialistas, a ese amasijo de vida que se condensa en centenares de páginas, a veces miles. El término francés refiere a un ciclo novelesco con varios volúmenes, donde existe unidad temática, ya sea por la historia de numerosos personajes (huidas, escapes, viajes, muerte, etc.) o por la sucesión de generaciones de una familia. A este tipo de monstruos portentosos y narrativos se les suele llamar novelas río. Básicamente se trata de un modelo escritural que se caracteriza por nutrir varias tramas simultáneamente dentro de un mismo cauce; también, poseen un extenso número de personajes. Este recurso, fleuve, aparece con frecuencia en sagas de varios volúmenes. Cada libro puede tener un plan-teamiento narrativo específico, pero conserva una conexión argumental con el resto de novelas, y la novela río puede estar compuesta por un solo volumen.
En la novela río existe una historia central en la que todos los personajes están inmersos, pero al mismo tiempo el documento narrativo adquiere ramificaciones individuales e independientes que son narradas para lograr en conjunto una visión panorámica del tema principal. La intención es encapsular el tiempo, diseccionarlo y mostrar la vida en él.
Al leer una buena roman-fleuve uno tiene la certeza de que nuestro presente corre a la par de una realidad completamente diseñada por la ficción y el lector, ya sobre esa plataforma narrativa, más que comprender lo expuesto por el autor, con suficiencia y oficio literarios, dimensiona la condición humana. Un buen ejemplo de este tipo de novelas es 2666, de Roberto Bolaño (España, Anagrama, 2004, mil 126 páginas), coloso que reúne cinco libros, condensa las propuestas estéticas y temáticas del chileno, quien logra con este organismo literario capitalizar a la perfección los cientos de homicidios femeninos en Ciudad Juárez y conecta esa temible realidad con un trasfondo literario que formalmente adquiere la forma de un edificio narrativo, una torre desde donde se puede otear con claridad lo temible, lo profundamente sanguinario y violento que suele caracterizar a la humanidad.
2666 es un ambicioso proyecto que seduce especialmente por la habilidad y verosimilitud con la que Bolaño crea un paisaje del mundo; desde la trinchera de sus personajes, ñoños, primero; oscuros y salvajes después, dibuja un hoyo negro en la historia de la humanidad: las muertas de Juárez, un tema visto a través de telescopios literarios. Hablamos de un texto denso, de mucho follaje y de bastante espesura, pero resuelto con sobriedad, un libro dividido en cinco volúmenes: 1) La parte de los críticos, 2) La parte de Amalfitano, 3) La parte de Fate, 4) La parte de los crímenes y 5) La parte de Archimboldi.
Es un texto ambicioso, insisto, y en él cuatro investigadores van en busca de un autor de culto: Benno von Archimboldi, quien fue visto por última vez en Santa Teresa (Ciudad Juárez), México; la segunda parte narra la locura del profesor Amalfitano, quien vive en Santa Teresa, con su hija, y el horror de los homicidios termina por convertirlo en una parodia de sí mismo; en la tercera sección un periodista llamado Fate llega a Santa Teresa para cubrir una pelea de box; comienza a interesarse por los asesinatos de mujeres cuando atiende las historias mórbidas que oye en las calles. El cuarto apartado detalla esas muertes, es el punto de encuentro entre los personajes principales; el quinto consiste en dar cuenta de la biografía trágica de Archimboldi. Como núcleo del relato de mil 126 páginas se encumbra el apartado 4, pero hablaremos de eso posteriormente.
La novela es abrumadora y asombra por la claridad de pensamiento con la que fue trazada, y resuelta, pues todas las líneas argumentales son dirigidas a un solo asunto: sondear las implicaciones agrestes de los asesinos de mujeres en Ciudad Juárez.
Más que trucos de magia y de pirotecnia, lo que el lector nota con absoluta claridad es mucho trabajo. Obsesivo trabajo. El autor logró, hercúlea labor, mover grandes engranes literarios para ensamblar un montículo desde el cual se aprecia con precisión la mitología personalísima de Bolaño. De un lado, México y su frontera con Estados Unidos; de otro, la cosmopolita Europa. El enigma de la literatura, eje subterráneo de 2666, es propuesto como un balbuceo que señala los horrores humanos.
Con la lectura de este libro se experimenta el ingreso a una realidad completamente cimentada y diseñada para el azoro. El autor nunca pierde de vista una premisa narrativa de Hemingway: “Hablar de un hecho como si todos supiéramos cuál es el final y el único esfuerzo es llegar hasta él”. Asistimos a oleadas y oleadas de líneas que definen los motivos vitales de los personajes, contagian el furor por lo que aman e irremediablemente uno se siente inmiscuido en la historia.
El lector intenta encontrar el orden a cada una de las partes de 2666, no sólo para entender por qué se comportan de tal forma los actantes sino porque el suspenso permea todo el documento. Las más de mil páginas contienen la intriga superlativa que da unidad a todas las ramas, los pasadizos y escenarios del libro, es una conexión interna que se clarifica al final. No se trata de un libro con estructura novedosa, no es una novela genial, simple y sencillamente destaco lo ambicioso de este proyecto y la forma, sobria y con suficiencia, con la que Bolaño da el cerrojazo a la trama.
2666 está lejos de los cintillos publicitarios baratos que suelen colocar los editores en las portadas de los libros, o en las contraportadas, con frases cursis como la siguiente: “Es una novela que no pude soltar, sorpresivamente absorbente, eléctrica”.
2666 es una de esas novelas que busca el ingreso a la zona áurea que llamamos literatura en mayúsculas. ¿Cómo le hizo Bolaño para crear una novela con estas características? ¿Qué recursos utiliza para no agotar al lector con tanta palabra y con tanto personaje? Esos detallitos los platicamos la siguiente entrega. Que tengan un glorioso martes.