EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Novelas sobre el desasosiego (Primera de tres partes)

Federico Vite

Junio 19, 2018

No tengo dudas de que existe el inspector de policía Kurt Wallander, el personaje más popular del escritor sueco Henning Mankell. Es fácil imaginarlo enojado con su padre, preocuparse por el destino de su hija. Lo veo cuando alguien entra a la cafetería que frecuento y pide un americano para acabar de recibir el día a las 11 de la mañana. Lo veo, aunque él habite una provincia cercana al mar Báltico y yo edifique mi futuro a la orilla del Océano Pacífico. Digo que pienso en él como alguien creado por y para la literatura; alguien vivo que sondea los peligros de la realidad (el crimen y sus derivas) desde el territorio de la ficción policial. Wallander entiende que este mundo (tal vez como lo signa el filósofo Zygmunt Bauman) ha hecho de la desafección una parte obligatoria de las ocupaciones vitales del presente. El inspector básicamente piensa que debe jubilarse para dar paso a una sociedad posmoderna que lo avasalla y simplemente ya no entiende. En suma: no es nada, no quiere ser nada y pensar en eso le destruye su realidad. Por eso digo que casi puedo verlo entrar a la Italiana y pedir un americano para potenciar sus reflexiones con cafeína antes de impartir justicia en el ancho mundo del pillaje.
Mankell se afanó en trabajar el pasado de Wallander después del éxito de su saga policial: Asesinos sin rostro (1991), Los perros de Riga (1992), La leona blanca (1993), El hombre sonriente (1994), La falsa pista (1995), La quinta mujer (1996), Pisando los talones (1997) y Cortafuegos (1998). Digamos que ya con la mente clara, con el conocimiento profundo de un ser humano, Mankell esboza todo de Wallander: juventud y madurez.
La Pirámide (Traducción de Carmen Montes Cano. Tusquets, España, 2005, 525 páginas) reúne cinco relatos en los que el Mankell nos ofrece una visión panorámica de la carrera policial de su afamado personaje. A finales de los años 60 del siglo pasado, Wallander patrullaba las calles, perseguía a pequeños traficantes y reprimía a los manifestantes que criticaban la guerra de Estados Unidos en contra de Vietnam. Sueña con un ascenso. El aparente suicidio de un vecino le ofrece la posibilidad de mostrar su ingenio como detective, pero ese anhelo de sobresalir lo deja al borde de la muerte. Ese es su primer caso: La cuchillada. Tiene 23 años, es novio de Mona, su futura esposa, y recibe una cuchillada que casi lo mata. Mona no se adapta al estilo de vida de un policía. Nunca lo hará, de hecho. El padre de Wallander no comprende la vocación de su hijo, así que le recrimina constantemente la elección laboral. Este caso es explícito evidenciando que a veces los homicidios surgen de motivaciones infantiles.
La grieta, segundo relato del libro, detalla una jornada policial en la que la violencia creciente y la brutalidad inexplicable explotan en el sitio y la hora equivocados. Durante la Nochebuena de 1975 Wallander casi muere a manos de un migrante que ha asesinado a la anciana propietaria de una tienda. El inspector ascendió y trabaja para el grupo de homicidios de Malmö.
En El hombre de la playa un tipo muere en el asiento de un taxi, en medio del tráfico vehicular. Fue envenenado. El misterio de un asesinato tendrá satisfacciones para el lector; sobre todo, porque el pulso humano, el temor a los muertos y a morir, se hace evidente en el joven Wallander, es manifiesto gracias al oficio narrativo del autor. La historia está bien trabajada, sin excesos.
En La muerte del fotógrafo asesinan al fotógrafo de Ystad, Simon Lamberg, en su estudio. Wallander descubre un álbum con retratos distorsionados, los modelos son esencialmente políticos (también aparece Wallander), todos han sufrido algunos cambios en las impresiones gráficas y lucen como si fueran monstruos. La historia conduce al lector por vericuetos demasiado humanos, pasionales.
En La pirámide una avioneta Piper Cherokee se estrella con dos ocupantes; asesinan a dos hermanas seniles y un narcotraficante es ejecutado. Wallander interrumpe esa investigación para viajar a El Cairo. Trata de rescatar a su padre de la cárcel. Es acusado de escalar la pirámide de Keops. El padre apenas muestra gratitud. El caso termina de una forma realmente sorprendente, no por la resolución sino por el acabado, ese recurso que hace grandes las historias, no hablo de lo qué hace el protagonista sino de cómo trabaja una mente adiestrada para detectar fallas en patrones de conducta. Una verdadera joya.
El mérito de Mankell no es el estupendo desarrollo de la intriga en el relato sino la creación de personajes; especialmente me refiero al trabajo de escritorio, donde se concibe la humanidad de los actantes: rutinas, preocupaciones, pensamientos, debilidades, vicios, anhelos, aspiraciones laborales, frustraciones y fracasos. El asunto no es lograr una suma de ocurrencias, sino de que la verosimilitud de los habitantes de un relato y sus costumbres se consume naturalmente.
Las tramas de los relatos son lineales, no hay evolución estilística de un texto a otro; pero la presencia de Wallander (¡qué importante es la creación en un personaje entrañable!) llena todos los huecos creativos y el lector ingresa a esa estancia sagrada de la literatura (aunque se trate de un libro de relatos policiales, no importa el subgénero), una estancia que funciona muy bien para plantearnos un par de reflexiones simples: ¿Cómo sobrevive la democracia si los fundamentos de un Estado se van minando de a poco por el incremento brutal de la violencia? ¿Es prudente escribir las novelas sobre el desasosiego mexicano?
Pienso también que Mankell escribió para dar cuenta de una temporalidad y geografía específicas. “Y creo que puedo dar por confirmado el hecho de que Wallander ha funcionado como una especie de portavoz de la sensación de inseguridad dominante que muchos ciudadanos experimentaban, de su indignación y de sus justas valoraciones sobre la relación entre el Estado de derecho y la democracia”, dice Mankell y dice bien; sobre todo, cuando pongo en perspectiva Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez, pero eso asunto lo comento la semana entrante. Les decía que a Wallander lo veo entrar a la cafetería, pero nunca hablamos. Ojalá lea estas líneas, porque lo he visto leer El Sur. Que tengan un empiernado martes.