EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Nubladas, gélidas, intensas (Segunda de dos partes)

Federico Vite

Mayo 22, 2018

Decíamos que un relato fragmentado, como Ethan Frome, de Edith Wharton, ofrece múltiples puntos de vista sobre un mismo hecho; resulta aleccionadora la habilidad técnica de Wharton, de quien podemos aprender bastante sobre la forma enfocar y desafocar un asunto que se va moldeando en los relatos. Un caso similar, en cuanto a la técnica utilizada por Wharton, en Ethan Frome, es La ciudad blanca (Traducción Carmen Montes Cano, Anagrama, España, 2017, 188 páginas), de la escritora sueca Karolina Ramqvist. Este libro ahonda sicológicamente en la encrucijada de la protagonista, Karin, una chica que recientemente se ha convertido en madre y extraña a su ex, un delincuente que lidera una banda criminal.
La novela abre con una escena atractiva, obliga al lector a poner la mirada en un cuerpo transformado, en un personaje que será visto de múltiples maneras (he aquí la virtud que considero bien aprendida de Wharton), pues el mundo de Karin se ha transformado por completo. John, el hombre al que amaba, ya no está con ella. Y con ello desaparecieron las fiestas amenizadas con cocaína y con alcohol, el lujo era una constante, el derroche. El oropel se agotó y Karin no entiende exactamente qué pasa. El lector se suma a esa pregunta, ¿qué pasó aquí? El inicio del libro es el siguiente: “Final del invierno, el paisaje está cubierto de nieve. En el interior de una casa que parece deshabitada, una mujer joven se contempla desnuda en el espejo: la barriga le cuelga y está llena de estrías, tiene los pechos hinchados y bajo la piel asoma una red de finísimas venillas. Son los estragos que ha sembrado en su cuerpo la reciente maternidad. Pero su aspecto físico no es lo único que ha cambiado en los últimos tiempos”. Estamos ante el detonante de una pesquisa que le permite a Ramqvist explorar técnicamente los puntos de vista. Karin tiene una hija de nombre irónico, Dream, y el poco dinero que le queda se agota drásticamente. Por si fuera poco, las otras mujeres —las amantes de los delincuentes que formaban esa banda criminal— le han dado la espalda. El gobierno sueco congela las cuentas bancarias de John y todos sus bienes. Se queda sola, con una hija, sin casa ni dinero. Busca la forma de recuperar su riqueza, la que ella y Dream merecen.
Otra de las similitudes entre Wharton y Ramqvist es la geografía de sus novelas breves; usan las ciudades para destacar los vacíos existenciales de los personajes. Capitalizan a la perfección todas y cada una de las descripciones sobre la gélida presencia de la nieve que funge como un contrapeso, pues cuando se menciona, tanto en Ethan Frome como en La ciudad blanca, barniza el contexto de los personajes, dota de premura el relato y coloca a los protagonistas en el umbral de la resolución.
Ambas novelas están construidas para que el lector descubra en los diálogos una historia profunda, el ancla que anuda los destinos de los personajes, pero no se trata de un relato oculto, sino una historia que crece hasta llegar a la superficie de los hechos y que sugiere, a la manera de un cuento bien logrado, el asunto importante del texto.
Hay un dato que debemos tener en cuenta, La ciudad blanca es una secuela de La novia, novela publicada en 2009, cuyo título original es Flickvännen; no se ha traducido al castellano. La autora narra, con el certero recurso del monólogo interior, la relación entre un capo y su novia. El libro aborda un pasaje vital de la autora. Tomando en cuenta ese asunto, uno comprende que La ciudad blanca parece trabajada en clave y ese conflicto que se intuye en la novela nunca se dice abiertamente, eso agranda el suspenso, lo potencia; sobre todo porque ingresamos a una intimidad concurrida, algo que todo mundo sabe y que la voz narrativa enuncia para confirmar la realidad de los hechos: “Fue él el que quiso tener hijos y fue él quien le susurró sus deseos al oído. Le señaló una nueva dirección para los dos, una posibilidad. Para él la idea de los niños era una ventana que se abría, para ella, una que se cerraba”. Se rompe la intimidad enunciando el fracaso, pero la voz narrativa sigue ahí, como pegada a la nuca de la protagonista, y cuando aparece un personaje más (abogados, amigos, conocidos, el repartidor de pizza) esa voz pasa el micrófono, así que la información se expone emotivamente y todos ven en Karin a una víctima, una chica tonta que se dejó engañar y está en la ruina física y emocional por involucrarse con un traficante de drogas, aunque en el fondo la cosa no sea así.
Ramqvist aísla a Karin, la une a su bebé, como si ella, la madre, fuera un apéndice. Las exhibe como dos seres incompatibles, adosados, y el libro se convierte en una crítica feroz en contra de la maternidad.
No sabemos qué le pasó a Karin, ¿por qué está sola con su bebé? ¿Por qué le quitan la casa? ¿Por qué vive así, tan en orfandad? ¿Cómo va a salir de una situación tan complicada? Pero vamos descubriendo el asunto por frases iluminadoras, por recuerdos. De pronto, notamos que Ramqvist, al igual que Wharton en Ethan Frome, edifica una novela como si se tratara de un rompecabezas y cada pieza de la historia va siendo puesta, o revelada, por los personajes que habitan una ciudad gélida, una ciudad brutal que adquiere su dureza justamente de los beneficios del primer mundo.
La ciudad blanca no es un libro a la altura de Ethan Frome, pero sirve muy bien para ejemplificar algo que Edith Warthon recomienda en The writing of fiction. The vice of reading a todo aquel que aspira a oficiar la literatura: “La verdadera originalidad no busca una forma nueva sino una visión nueva. Esa visión nueva, personal, se logra solo mirando al objeto representado durante el tiempo suficiente para que el escritor lo haga suyo; y la mente que llevaría a este germen secreto a dar su fruto debe estar en condiciones de alimentarlo con una riqueza de conocimiento acumulado, y con su experiencia. Y el postulado de Kipling, ‘¿qué deben saber sobre Inglaterra solo los que Inglaterra conocen?’ , debería tomarse como santo y seña del artista creativo”.
En estas novelas la ciudad formalmente habla, el punto de vista intercambiable es su ariete. ¿Qué pasaría si usáramos ese recurso polifónico al escribir sobre Guerrero en tiempos electorales? Que tengan un tremendo martes.