Lorenzo Meyer
Marzo 01, 2018
Nunca debieron cederlo, pero cuando lo hicieron no era necesario hacerlo de manera tan infame. Esa es la esencia del trabajo cuya elaboración le tomó casi dos décadas a Ana Lilia Pérez: Pemex Rip. Vida y asesinato de la principal empresa mexicana (Grijalbo, 2018).
Cuando el toro de lidia –magnífico animal– aún se mantiene en pie pese a tener el estoque hundido hasta el fondo, para algunos es inevitable el sentimiento de pena e injusticia. Pemex es hoy ese toro: una estupenda idea hecha realidad durante el mejor momento del nacionalismo mexicano y que ahora tiene el estoque dentro. Por casi medio siglo Pemex dio la pelea, pero hoy apenas se mantiene en pie.
Para Ana Lilia Perez (ALP), su libro es la historia de una tragedia nacional de la que muchos mexicanos se desentendieron y otros no pudieron impedir eso que la autora califica del “asesinato” de la que, por un tiempo, fue la nave insignia de un México que buscó industrializarse y manejar como pública una industria compleja y nacionalista. Este libro es la crónica de ese crimen que ha involucrado a docenas de miembros de la élite política en complicidad con grandes empresas y empresarios nacionales y extranjeros.
Lo que hizo ALD es un reportaje de investigación y denuncia de gran aliento, un trabajo de búsqueda e interpretación de muchas fuentes. Pemex Rip contiene gran cantidad de información dura: quién contrató qué con cual empresa o empresario, cuándo, en qué términos –cuánto de sobreprecio– y con qué resultados. Esos datos concretos y fríos –acciones, montos, nombres– están combinados con el detalle personal, con el contexto de las relaciones y formas de vida –de la buena vida y los excesos– de los personajes responsables de la política petrolera y que sirven de indicadores de su calidad como funcionarios, líderes sindicales o empresarios e implican un juicio moral que puede ser compartido por el lector.
La tesis central, sostenida por los datos de los documentos y las otras fuentes, es clara: por su naturaleza de empresa estatal, Pemex no estaba destinada a fallar como eficiente explotadora única de una de las principales riquezas naturales, no renovables y estratégicas de México. Una empresa petrolera pública puede ser eficiente en un entorno capitalista, orientar sus actividades en función del mercado, aunque no exclusivamente y, a la vez, ser flexible y económica y fiscalmente solvente. El desastre de Pemex fue resultado de un entorno de corrupción de la vida pública y de la irresponsabilidad de quienes tomaron decisiones clave –los directores de la empresa y sus superiores–, combinado con la voracidad y falta de escrúpulos de empresarios y empresas dispuestos a usar el soborno como gran instrumento para maximizar utilidades, al estilo del contratista brasileño Marcelo Odebrecht.
Es verdad que el primer medio siglo de vida de Pemex estuvo lleno de problemas y que no faltan ahí ejemplos de corrupción notables, pero la empresa pudo mantener su viabilidad pese a un entorno internacional donde la Guerra Fría llevaba a que en el “mundo libre” las empresas estatales fueran políticamente incorrectas. En lo interno, el entorno tampoco ayudó. El autoritarismo y el alemanismo consolidaron prácticas corruptas donde las empresas estatales fueron campo propicio para que la clase política llevara a cabo una desenfrenada acumulación primitiva de capital. Pese a todo, la sombra del ex presidente Cárdenas pudo proteger algo a Pemex.
La muerte del general Cárdenas, la petrolización del país iniciada por José López Portillo y el triunfo posterior del neoliberalismo, agravaron el contexto de Pemex. Carlos Salinas, según lo demuestra ALD, empezó a minar los cimientos de la empresa, pero no se atrevió a meter el petróleo al TLC. Fue en la etapa panista cuando el ataque se agudizó. Se usó a la empresa para, vía impuestos, exprimirla al máximo y usar la renta petrolera para el gasto corriente y no para sostener su viabilidad. Esto no debe sorprender: el PAN nació al calor y en contra de la expropiación petrolera. Fue natural que el PAN avanzara en la privatización, pero no necesariamente en ahondar la corrupción. En realidad, adelantó mucho en los dos frentes.
Finalmente, no serían los gobiernos panistas los que le dieran a Pemex la estocada terminal sino el “nuevo PRI” y sus aliados en el “Pacto por México”: PAN y PRD. La privatización que ya había avanzado mucho por la vía impositiva y el contrato con empresas privadas de todo tipo de servicios, culminó con las reformas legales de agosto de 2014: 21 leyes y dos reglamentos. Este cambio privatizador histórico en la naturaleza de la industria petrolera en México, fue aclamado por el gran mundo financiero nacional e internacional, y tuvo lugar justo en vísperas de que los sucesos de Ayotzinapa, el escándalo de la “Casa Blanca”, el aumento de la violencia y la corrupción, llevaran al declive del peñanietismo. La reforma se logró al cuarto para las doce e hizo posible que el gran capital privado nacional y extranjero pudiera planear con seguridad el desplazamiento de Pemex como el productor y comercializador histórico de la riqueza petrolera mexicana.
La anglo-holandesa Royal Dutch Shell fue la gran expropiada en 1938 pero ochenta años después es la gran ganadora ¿Tenía que haber sido así?
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