EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ocoxúchitl 2018

Silvestre Pacheco León

Agosto 05, 2018

La sequía que se abatió sobre el territorio de La Cañada era la novedad en la temporada de fiesta a la que convoca el tradicional y antiquísimo baile indígena del Ocoxúchitl que se celebra los días 4 y 5 de agosto en Quechultenango.
Desde principios del temporal la lluvia se mostró errática, con algún aguacero que alentó los ánimos de siembra y luego los prolongados veranos de semanas sin llover que desanimaba y también desconcertaba a los campesinos.
Al final, entre la sequía y las lloviznas esporádicas muchas parcelas a lo largo de La Cañada quedaran baldías porque sus dueños prefirieron abstenerse de sembrar ante el riesgo de perder lo que cuesta la inversión para producir el grano de los dioses.
Los que arriesgaron su trabajo apegados a la costumbre de sembrar, no se resignaron a la pérdida total de lo invertido a pesar de que sus maizales comenzaron a sufrir las consecuencias de la sequía cuando las plantas más reclaman el agua que les da ventaja para su desarrollo frente a la mala hierba que les disputa territorio.
La desazón en el ánimo de los campesinos comenzó a manifestarse desde mediados de julio que se congregaban en torno a los altares diseminados en La Cañada donde los santos y las vírgenes esperan dispuestos para solicitar un milagro.
Familias completas caminaban bajo los rayos del sol llevando velas y veladoras hacia esos lugares para encenderlas mientras se disponen a la espera del milagro de la lluvia.
En el altar del Amate Amarillo, en el ejido de Quechultenango, muy cercano de la laguna que también moría de sed, las rezanderas desde la mañana desempeñaban su oficio con devoción ante la curiosidad de los viajeros que se detenían por el estruendo de los cuetes y el tumulto a la orilla de la carretera.
Pensando en la fiesta no distinguían entre la aflicción que reinaba y el ánimo festivo que querían ver. Para ellos todo era signo de algarabía, pero si el visitante se hacía curioso atendiendo los rezos y cantos, escudriñando los rostros de la gente, se daba cuenta de que no era la expresión de alegría festiva, sino cierta actitud de fe y resignación por el drama de la sequía.
Uno se podía imaginar que los campesinos, ensimismados en los rezos hacían cuentas del monto de sus pérdidas, repasando mentalmente lo invertido en la limpia y preparación de su terreno, el barbecho, la siembra y la fertilización. Dos meses de trabajo, más la inversión en los insumos perdidos, sin tener a quien reclamar.
Nadie en el ejido sabía del seguro agrícola que el gobierno del estado pagó para devolverles hasta 250 pesos por hectárea perdida, por eso su afán por el milagro que con tanta fe y devoción le pedían a sus santos.
Pero como la sequía no parecía tener fin, los campesinos tomaron en sus manos lo que creyeron que podía ser la solución definitiva. El miércoles muy de mañana los altavoces de Quechultenango repitieron la invitación a caminar en procesión por el campo llevando delante de ellos a los santos más milagrosos para pedir que lloviera.
Los campesinos y sus familias se habían organizado en distintas parte del pueblo para la petición del milagro. Los organizadores primero fueron con los mayordomos para pedir en préstamo las imágenes de los santos, luego consiguieron el apoyo de las rezanderas y después salieron a pedir cooperación casa por casa para financiar la empresa peticionaria.
Compraron lo esencial para el propósito, velas, veladoras, incienso, cuetes y mezcal.
Con los santos en andas a la cabeza de las procesiones caminaron por el campo para mostrarles los estragos de la sequía en las matas de maíz que ya estaban con sus hojas torcidas de sed y para colmo asediadas por la plaga del gusano cogollero que se alimenta de la hoja tierna del maíz.
Para cubrir todo el andamiaje que sostiene su fe, los campesinos incluyeron también en su petición de ese día al dios indígena que todo mundo conoce como el Amigo que gobierna el valle desde el cerro del Cimal.
En mi afán de solidaridad alcancé en el altar del Amate Amarillo a la procesión que encabezaba San Isidro Labrador mientras a mis espaldas oía los cuetes por el rumbo del nacimiento del río, de la procesión que llevaba como portaestandarte a Santiago Apóstol que es el santo patrón.
En el Amate Amarillo los campesinos se acomodaron en torno a las rezanderas que entre el ruido de los cuetes y el olor del incienso hacían la petición para que el santo hiciera llover. Fue un rezo prolongado y sublimado por el estruendo de cuetes.
Después todos descansaron y bebieron agua, mezcal y refrescos para sus gargantas resecas, y luego se pusieron a platicar: “las matas de maíz pueden aguantar vivas hasta otros 15 días sin agua”, dijo un campesino que presumió la resistencia de los seres vivos poniéndose él como ejemplo de haber aguantado hasta tres días sin beber agua en el desierto de Arizona.
Otros campesinos más conservadores en sus apreciaciones dijeron que hasta hoy domingo las siembras podían mantenerse sin la lluvia del cielo, pero no más.
En la tarde, cuando se decidía el regreso del santo a la mayordomía, dos nubes oscuras aparecieron en el cielo con su carga de humedad. Una venía del oriente y otra del poniente. Cuando ambas se encontraron comenzaron su descarga con una llovizna tupida pero breve que recorrió el llano de punta a punta. Luego cesó.
Al día siguiente otra llovizna regó las milpas de todo el llano, pero los campesinos seguían insatisfechos, hasta que en la noche de jueves el milagro se cumplió y entonces llovió hasta que el agua corrió por los caminos.
Así, con las milpas salvadas por el milagro de la lluvia los campesinos redoblaron su fe que se verá reflejada en el apoteótico baile del Ocoxúchitl que comenzó el día de ayer y culminará por la noche de este día con la danza sagrada de los capitanes guerreros en el interior del templo.

PD. En la foto de José Luis de la Cruz del balneario de Santa Fe, que el domingo pasado acompañó mi colaboración, Al rescate del río Azul, se aprecia el disfrute de algunas familias recreándose en sus aguas porque no hay nadie que informe a los visitantes de que no son aptas para las actividades recreativas.
No hay ningún letrero visible en los balnearios del Borbollón y Santa Fe que informe de que el agua está altamente contaminada y que quien se bañe lo hace bajo su propio riesgo.
Se entiende, aunque no se pueda justificar, que en las enramadas que expenden alimentos sus dueños se abstengan de dar esa información porque aducen que se quedarán sin clientes, pero no de la ausencia de las autoridades de Salud estando en riesgo sanitario tantos visitantes.
Los locatarios aseguran que con sus autoridades municipales han demandado con insistencia al gobernador para que ponga atención al problema de contaminación del río por las aguas residuales de la capital que los tiene damnificados desde hace varios años, pero que siguen sin obtener respuesta.