Adán Ramírez Serret
Diciembre 20, 2019
Hay seres humanos que nunca se encuentran en ningún sitio, para quienes el lugar de nacimiento o patria, no significa nada más que la condición, la circunstancia que brinda una lengua y un nombre y que se tiene que abandonar lo antes posible.
Cuando estos seres humanos se acercan a la literatura, construyen libros que son viajes, recorridos alrededor del mundo, y pienso en Claudio Magris o Paul Theroux, por ejemplo, testigos que observan las ciudades, los ríos y los aeropuertos que nos rodean.
Es el caso, también de la más reciente Premio Nobel de Literatura, Olga Tocarczuk (Sulechów, Polonia, 1962) quien escribe: “Borro de mis mapas todo lo que me hiere. Los lugares donde tropecé, caí, fui golpeada, humillada, ofendida, ya no aparecen, han dejado de existir”.
Se trata de una escritora profundamente original, pues tiene ese privilegio extraño de crear algo nuevo: cuando escribe se tiene la sensación de que estamos haciendo un descubrimiento, la emoción de ser testigos de la fundación de un nuevo estilo. Uno en donde una viajera con una mochila en la espalda y que busca ser invisible, analiza el mundo a través de los libros que ha leído y las reflexiones, descabelladas y frescas, que le han causado.
Además de escribir poesía, ensayos, adaptaciones escénicas y ser sicóloga, escribe estos libros extraños que llamamos novelas para no complicarnos la vida.
Luego que se anunció el Nobel de Literatura 2019, ha salido a la luz en español su más reciente libro, Los errantes. Una obra, como ya dije, difícil de definir en cuanto al género, pues es una especie de libro de viajes pero también una serie de reflexiones eruditas y sarcásticas sobre el mundo, en donde en momentos llega a conclusiones tan extrañas como que en el presente más que ciudades hay aeropuertos y que estos tienen sus propias leyes y que se puede vivir en ellos y viajar sin jamás abandonarlos, pues son un mare magnum en donde hay hoteles, tiendas, museos, restaurantes, bares y, sobre todo, una generosa diversidad cultural de personas.
Los errantes es un conjunto de textos, unos tan breves como media página y otros tan extensos como cuentos o ensayos, en los cuales explora un sinfín de temas y que titula de manera tan diversa como El mundo en la cabeza, La cabeza en el mundo, Ver es saber, Asno Apuleyo, por tan sólo citar algunos de más de 50.
Tokarczuk define el conjunto de su exploración como la de una peregrina que va en busca de peregrinos. Así que en estos viajes por Dresde, Amsterdam o Berlín, que no comenzaron en ningún momento ni en ningún lugar en particular pues son parte de la vida viajera de la autora (quien por cierto se encontraba en una carretera cuando le dijeron que le habían dado el Nobel).
En este libro nos vamos encontrando con compañeros de viaje y con sus lecturas. Con hombres que conoció en algunos de sus viajes que eran viajeros errantes. Patrik, por ejemplo, quien dejó su lugar de origen y abandonó su nombre (como los chinos, nos cuenta de manera erudita la autora, quienes tienen un nombre de niños con el que son regañados o consentidos y el cual deben abandonar de grandes para enfrentarse al mundo). Así, este hombre se embarca en una nave ballenera para recorrer el mundo y abandonarse a la bebida en los puertos.
Tokarczuk es la oportunidad de perderse en un libro como si se perdiera en el mundo o a bordo de un río, sin dirección aparente, buscando errar, desaparecer y leer el mudo. Y en donde se descubre al final que el viaje, el movimiento, es lo único que importa.
(Olga Tokarczuk, Los errantes, Ciudad de México, Anagrama, 2019. 286 páginas).