Adán Ramírez Serret
Diciembre 13, 2019
Es un lugar común decir que la realidad supera la ficción, por ejemplo, como Emmanuel Carrère, quien en algún momento llegó a la siguiente conclusión, brillante para mí: para qué seguir escribiendo ficción si lo que tenemos en la realidad es mucho más impresionante. Si aquello que leemos en los periódicos, cada mañana, es mucho más increíble que lo que se le pueda ocurrir a la mente más desbordada y exaltada.
En los últimos años, los límites entre periodismo y ficción, ya sea novela o cuento, se han hecho cada vez más difíciles de distinguir, al grado que al dar un paseo por cualquier librería, se pueden encontrar miles de libros que, o están escritos por periodistas o se trata de narradores que tuvieron que recurrir al periodismo para salir del atasque creativo (llámese inspiración o lo que sea) en el que se encontraban.
Con todo, la ficción (aquello que sucede en la imaginación de los seres humanos) por más desorbitada que sea, siempre tiene un fundamento en la realidad. Como el papalote, decía Alfonso Reyes, que por más que se entregue a las corrientes aéreas, siempre tendrá un hilo, a veces invisible, ligado a la tierra.
Pero a veces, la realidad es tan inventada, contiene tantas mentiras, que ya es imposible contarla con ficción y es imprescindible garantizarle al lector que todo aquello que lee, es cierto. Es el caso de Javier Cercas en Anatomía de un instante quien intentó una y otra vez escribir una novela que era imposible porque se dio cuenta que no se puede escribir una ficción construida sobre mentiras. La tierra, siempre debe ser la tierra.
Pienso en esto por el más reciente libro de Olivier Guez (Estrasburgo, 1974) quien con La desaparición de Josef Mengele, construye una novela desde el otro lado. Es decir, si el escritor, Cercas, comenzó intentando escribir una novela y terminó haciendo periodismo o historia, el periodista Olivier Guez, comenzó haciendo una minuciosa investigación sobre uno de los más terribles, sino es que el más, médicos nazis de la SS, y terminó escribiendo una escalofriante novela, que es un cuadro de época y una profunda reflexión sobre el mal.
El libro está construido en tres partes. La primera que es la huida en el barco de este hombre que va hacia Sudamérica: aquel médico militar poderoso que creía en el súper hombre se escurre como un cobarde y como tal, (gracias al apoyo de su padre millonario) llega a Argentina, en donde en los primeros años, muerto de miedo, decide ocultarse lo más que puede.
Son los tiempos del peronismo en donde los nazis sobrevivientes podían llevar una vida holgada y soñar con un retorno del Tercer Reich. Llevar una vida tranquila haciendo el amor y sopesando el bien y el mal. Así, Mengele cae no sólo en la tentación de retomar su posición sino también de retomar su vida. Casándose con la esposa de uno de sus hermanos muertos, ni más ni menos.
Sin embargo, en Europa la búsqueda de los peores nazis, y en especial la del Ángel del mal como llamaban a Mengele en los campos de concentración se hace cada vez exhaustiva. Así que debe huir de Buenos Aires y continuar su escape, como rata, por Paraguay y después por Brasil.
La historia, un trabajo de investigación en donde absolutamente todo es verdad, es tan rocambolesca que se transforma (por el gran talento narrativo, sin duda, de Guez) en una novela escalofriante sobre un hombre que fue capaz de experimentar con humanos como si se tratara de ratones de laboratorio, pero quien veía su vida con una rectitud estricta y una disciplina férrea.
La desaparición de Josef Mengele es una reflexión, sin duda, sobre la maldad, pero sobre todo, sobre la cobardía. Sobre los asesinos, los torturadores sanguinarios, que nunca serán otra cosa que unos cobardes.
Olivier Guez, escribió un texto periodístico que es una de las grandes novelas de los últimos años. Una obra, que lo único que buscaba era… la verdad.
(Olivier Guez, La desaparición de Josef Mengele, Ciudad de México, Tusquets, 2019. 259 páginas).