Lorenzo Meyer
Marzo 17, 2016
La idea de una guerra de Estados Unidos contra México es una fantasía recurrente pero que expresa miedos y problemas reales entre los dos países.
En una entrevista en televisión (MSNBC, 9 de febrero), Donald Trump, el precandidato presidencial por el Partido Republicano en Estados Unidos, aseguró que la gran muralla antiinmigrante que se propone construir en la frontera con México cuando sea presidente la pagará México. Y la pagará porque con el ejército norteamericano que él va a recrear, “México no querrá jugar a la guerra con nosotros”, (http://www.politico.com/newss/mexico).
No es la primera amenaza. George Friedman, fundador y director de la agencia Stratfor de estudios estratégicos en Austin, Texas, y después de examinar las posibilidades de un futuro conflicto de Estados Unidos con China, Rusia, Japón y otros países, en The next 100 years: a forecast for the 21st century, (Random House, 2009), supone que alrededor del año 2080 tendría una confrontación armada con México (pp. 223-247). Las semillas del conflicto estarían en la migración mexicana que habría tenido lugar décadas antes como resultado de factores económicos pero que para entonces ya no sería necesaria gracias a la robótica. Esta mano de obra redundante exacerbaría las tensiones sociales en un país que ya sería abiertamente bicultural y donde el antimexicanismo de una parte de su población se enfrentaría al antiamericanismo de la otra, la de origen mexicano y residente en los estados fronterizos, lo que desembocaría en un conflicto en la región del NAFTA. Friedman, que no duda en pronosticar los resultados de los otros choques, no se atreve a pronunciarse sobre el desenlace de éste porque sería un conflicto interno e internacional a la vez.
Tres lustros antes, en 1995, el ex secretario de defensa de Estados Unidos bajo el gobierno de Ronald Reagan, Caspar Weiberger junto con Peter Schweizer (Hoover Institution), publicaron The next war (Washington, DC). Ahí los autores construyen escenarios de conflictos futuros que involucrarían a Estados Unidos. El libro era un alegato a favor de reforzar y reestructurar a las fuerzas armadas de ese país. La trama eran cinco posibles conflictos regionales novelados pero construidos con “datos duros” y donde Estados Unidos tendría que intervenir. Cuatro de esas contiendas se centraban en Corea, Irán, Rusia y Japón. El quinto caso era México. Nuestro país sería invadido por su vecino del norte para poner fin al gobierno de un personaje muy desagradable que combina radicalismo antiamericano –expropiaba sus empresas– con ligas muy estrechas con los cárteles de la droga, lo que llevaba a que millones de mexicanos (¡un millón al mes!) huyeran hacia Estados Unidos, creando allá una situación de crisis. En este escenario, el ejército norteamericano derrotaría sin problemas al mexicano pero no a las guerrillas que empezarían a surgir de esa descomposición social y política, pues Estados Unidos no estaba preparado para ese tipo de guerra. En fin, se dibujó un escenario que en algo se asemejaba al que enfrentó la “expedición punitiva” del general Pershing cuando intentó capturar a Villa en 1916.
¿Qué hacer? Una nueva guerra México-Estados Unidos es una fantasía norteamericana, pero una fantasía producto de problemas, miedos y conflicto de intereses reales entre los países a los que separa el río Bravo y sus historias.
Un gobierno mexicano como el actual, cuya experiencia previa se limita al manejo de dos estados alejados de las fronteras –Estado de México e Hidalgo– y que carece de una auténtica política exterior, no es precisamente el más adecuado para enfrentar las consecuencias que tendría un Trump o un Ted Cruz en la Casa Blanca. Llamar a Trump remedo de Mussolini o Hitler y dejar claro que México no pagará ningún muro en la frontera, como lo acaba de hacer Enrique Peña Nieto (Excélsior, 7 de marzo), está bien pero no es suficiente.
Un funcionario del actual gobierno ha propuesto alentar la movilización de las numerosas organizaciones de origen mexicano en Estados Unidos para que todos los que puedan participen en el proceso electoral de noviembre lo hagan y echen su peso en contra de la derecha republicana. En realidad esto ya está sucediendo –véase el artículo de Julia Preston en The New York Times,(7 de marzo)– pero debe crearse el sentido de urgencia para que el papel político efectivo de la comunidad corresponda a su potencial.
Ya en el pasado el gobierno mexicano intentó movilizar a los mexicano-americanos en su negociación con Washington, pero el resultado no fue precisamente un éxito. Sin embargo, esta vez la situación puede ser diferente pues se trata de hacer ver a la colectividad de origen mexicano al norte del Bravo que hoy no se trata de apoyar sólo la agenda del gobierno mexicano sino de defender al México de ambos lados de la frontera de una derecha norteamericana que le tiene en la mira.
Ayudar a movilizar a la comunidad de origen mexicano en Estados Unidos de cara a las elecciones en ese país es hoy, un tema urgente y vital para el gran México, pero en el largo plazo lo importante es reconvertir a la economía mexicana para que no sea tan peligrosamente dependiente de la norteamericana en una época donde el “comercio libre” –léase TLCAN– ya no es bien visto por un buen número de votantes en el país que lo impuso (The New York Times, 15 de marzo).
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