EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Operación ja ja

Florencio Salazar

Enero 20, 2022

 

A menudo se empeñaba en no salir, luego se ahogaba, abría las ventanas. (Madame Bovary).
Gustave Flaubert.

Hace 55 años, en la televisión en blanco y negro, a las tres de la tarde de lunes a viernes, trasmitía Canal 2 el programa de una hora Operación ja ja de Manuel Loco Valdés. El set era bastante sencillo: una sala, alguna mesa con florero y se acabó. Al parecer era un programa sin guion o acaso con algunas líneas generales sobre las que improvisaba el Loco. En ese programa empezó Verónica Castro. Su rostro bellísimo había sido galardonado en el concurso del Heraldo de México El rostro de México. Su papel era de patiño, pues sus intervenciones eran mínimas.
El Loco decía cuchufletas, bailaba, hacía muecas, silbaba, cantaba y se reía a sus costillas. Con su hermano, el genial Germán Valdés Tin Tán, empezó de extra en el cine y luego fue coprotagonista. Recuerdo haber visto en el Cine Guerrero de Chilpancingo Dos fantasmas y una muchacha y Los fantasmas burlones, las cuales pasaron muchas veces en el Canal 5. Estas películas de los fantasmas son una joya de humor blanco, de ocurrencias y de actuaciones que colocan a los hermanos Valdés a la altura de Chaplin y de Cantinflas (hay opiniones de que Tin Tan es superior a Cantinflas).
Cuando Tin Tan ya se deslizaba en la decadencia, el Loco ocupaba horarios estelares en la televisión a color y en los mejores escenarios de centros nocturnos. Una noche lo vi en El Zorro, en Acapulco. Una mujer le gritó: papacito. El Loco contestó: pa pasito este, y dio un paso largo. Seguramente la canción de su mayor éxito fue El médico brujo, que interpreta en alguna de las cintas fantasmales.
Con doce días de contagio de Ómicron el tiempo se ha pasado sin la lentitud esperada. Los síntomas y efectos han sido los de una gripe. Ardor de garganta y flujo nasal. Así fueron los primeros días. Siguiendo con puntualidad el tratamiento del doctor Marco A. Lozano, no he tenido mayores consecuencias. El doctor Lozano ha sacado de aprietos a varios de mis familiares y amigos. Es un auténtico pupilo de Hipócrates. Conste, dije Hipócrates.
Los primeros días me dejé la barba con la idea de salir del contagio con ella puesta. Me acordé de los autorretratos de 100 días de enfermedad de José Luis Cuevas. No era una mala idea retratarme cada día. Cierto, la dieta adelgaza, el rostro cambia. Primero el pelo parece la prueba del descuido personal, luego copia del acta de nacimiento y finalmente la edad vivida y hasta la proyectada. “Ojalá vivas los años que representas”, dijo un humorista.
Pero yo nunca he usado barba, bigote ni pelo largo. Decidí recuperar mi cara y en un santiamén adiós blancas estepas de mi rostro central. Como dijo el clásico: haiga sido como haiga sido, me sentí aliviado. Habrá a quienes quede bien la barba; yo sentía que traía las plumas de un nido desbaratado por el viento. Sólo la gratificación del agua hace revivir, como si no tuviera nada, como si ya se pudieras salir y seguir en las tareas cotidianas.
Como dije, las primeras 72 horas son de tos, expectoraciones y fatiga. Los medicamentos son fundamentales pero las infusiones de hierbas, hojas, flores y raíces ayudan mucho. Cuando niños, mi mamá nos curaba con tés de canela, bugambilia, naranjo, yerbabuena, manzanilla y no sé cuántos brebajes más. Terminaba el tratamiento con friegas de alcohol en todo el cuerpo y vaporub en pecho y espalda, y a sudar la calentura. Era cosa de estar dos días en nuestra propia mugre y listo. Se trataba de gripes, de infecciones, no de virus mortales.
Salvo necesidades imperiosas, hay que mantenerse quietos, con esa quietud que duele porque los músculos, el esqueleto, reclaman movimiento. Hay que tener la mente ocupada. Pero la mente tiene autonomía y no siempre se acomoda a nuestros deseos. Mi propósito durante esta convalecencia ha sido leer Madame Bovary de Gustave Flaubert, sin poder concentrarme siempre en la lectura.
Madame Bovary, está calificada como la primera novela moderna. En la impecable edición de Ciruela, Mario Vargas Llosa indica en el prólogo: Gustave Flaubert tardó cinco años en escribir esta obra maestra. Sometía cada frase a una autocrítica implacable. El autor se empeñó en que su prosa tuviera la excelencia de la poesía y sienta las bases de la gran revolución narrativa, que protagonizarán después Marcel Proust, James Joyce, Virginia Woolf, Franz Kafka, y Thomas Mann.
Durante la lectura de Madame Bovary Vargas Llosa no soltó el libro. “No me había pasado –dice el Nobel– que un libro absorbiera mi atención de tal manera que me pasara horas y horas prendido de él, olvidando de comer y de todo hasta que me rindió la fatiga y caí dormido con el libro entre las manos. Pero al despertar seguía leyendo, devorando esa historia, una de las más conmovedoras y mejor concebidas y escritas en la literatura”.
Pienso en una posible ocurrencia del Loco Valdés. Verónica Castro entra al escenario llevando el libro en una charola. El Loco lo abre a la suerte de las páginas. Empieza a leer en voz alta: “Se sintió triste como una casa sin muebles”, después en silencio. Enseguida se estira en el sillón. Los espectadores estamos a la expectativa, qué hará el Loco. Como en efecto pasó en un programa, se quedó profundamente dormido. Nos quedamos esperando.
Yo no dejaré esperando a Madame Bovary.