EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Otra vez bancos en problemas

Saúl Escobar Toledo

Marzo 22, 2023

 

¿Se ha desatado una crisis financiera mundial? Es la pregunta que gravita en todos los comentarios de la prensa, particularmente en la que se especializa en asuntos económicos. Desde luego, los directivos de los bancos centrales y privados, y las autoridades del ramo afirman que eso no sucederá. Sin embargo, hasta el día de hoy, las cosas siguen empeorando y las malas noticias se acumulan. Es probable que la crisis se detenga en algún momento gracias a las acciones que se están tomando, básicamente inyectar dinero a los bancos; una cantidad importante proviene de recursos públicos, sobre todo en Estados Unidos, y otra de los bancos privados más importantes que han “comprado” o absorbido las deudas y acciones de los bancos en desgracia, como en el caso de Suiza.
No obstante, al mismo tiempo, los inversionistas y los ahorradores ven inseguro el futuro y la sombra de crisis anteriores, particularmente la de 2007-2008, se hace presente otra vez, al igual que el temor de que la situación ya no se pueda controlar.
Y es que, en efecto, los bancos y el sistema financiero global está lleno de sombras, de problemas ocultos que salen a flote cuando ya es tarde. Además, como ya se ha dicho, las crisis financieras tienen un ingrediente singular: se aceleran debido al miedo de los inversionistas, el cual se convierte en “corridas” de los bancos, es decir, sacar el dinero de esas instituciones, lo cual propicia las quiebras. Se crea así una espiral que difícilmente se detiene. Los mensajes de las autoridades intentan frenar, principalmente, la desconfianza, para evitar que los inversionistas muevan sus capitales y se queden tranquilos, es decir, que no hagan nada.
Un editorial publicado en el New York Times (20-03-2023) se titulaba: “Cómo detener el pánico global”, y señalaba a continuación: “Después de la venta del banco Credit Suisse a su rival UBS el pasado fin de semana, la pregunta es si esa institución de 166 años es la última ficha del dominó, o la primera”. Y agregaba: “Hace dos semanas, el Banco Silicon Valley, se fue a pique; ahora, uno de los más sólidos de Europa lo ha hecho. La conexión entre los dos es tangencial, excepto porque los mercados en todo el mundo están en pánico. Cualquier institución que provoque dudas por parte de los inversionistas… atraerá la atención (y agravará el miedo). La posibilidad de que se realicen nuevas medidas de rescate es alta. Si algo aprendimos de la crisis financiera de 2008 es que los bancos y los reguladores necesitan adelantarse a los problemas antes de que éstos hagan metástasis”.
Y es que, como se ha explicado, por diversos analistas, algunos bancos de Estados Unidos cayeron en las mismas prácticas riesgosas del SVB: compraron bonos de largo plazo a bajas tasas de interés, cuyo valor ahora ha caído debido al alza de esas tasas (dictadas por el Banco Central de Estados Unidos). El “caos” actual se debe, sobre todo, a las pérdidas que yacen escondidas en sus hojas de balance. Según Ross, un estudio señala que alrededor de 190 instituciones regionales que prestan dinero en Estados Unidos podrían irse a la quiebra.
Según esta misma nota, de Andrew Ross, “gracias a las decisiones del presidente Biden parece que las corridas se están deteniendo… es el momento propicio para que los bancos den a conocer sus cuentas a detalle. Eso podría empezar a restaurar la confianza que tanto se necesita en estos momentos”.
Conviene recordar algunos eventos de la crisis financiera de 2007. En agosto de ese año, se anunciaba que los activos financieros asociados al mercado de la vivienda de Estados Unidos, en particular las hipotecas de alto riesgo (subprime), estaban en serios problemas debido a que los deudores estaban dejando de pagar. Inmediatamente, el sistema financiero mundial empezó a dar señales de nerviosismo, hasta que Lehman Brothers, uno de los mayores bancos de inversión, se fue a la bancarrota. El pánico financiero cundió entre septiembre y octubre de 2008 en todo el mundo. Fue necesaria entonces la intervención coordinada e inusitada de los gobiernos para enfrentar lo que ya era se apreciaba como un “colapso sistémico”.
La compra desaforada de viviendas, el origen de la crisis de hace 15 años fue motivada por las bajas tasas de interés, pero también porque los bancos ofrecieron créditos hipotecarios al por mayor sin tener en cuenta la solvencia de los clientes. Además, se agudizó la compraventa de valores en los mercados financieros no regulados (en la llamada banca en la sombra, shadow banking). Los bancos “titulizaron” la deuda, es decir, la dividieron en porciones y la vendieron a otras instituciones financieras, obteniendo pingües ganancias por las comisiones. Cuando las tasas de interés empezaron a aumentar después de 2004, los deudores dejaron de pagar y otros, que pensaban comprar una vivienda, se abstuvieron: comenzó entonces el declive del mercado inmobiliario y los precios de esos bienes raíces se fueron para abajo. Los bancos empezaron a registrar pérdidas que ya no pudieron ocultar. Las bolsas de valores registraron esos fenómenos y la caída de las acciones de los bancos más expuestos contagiaron a todos y las pérdidas bursátiles se generalizaron. Lo anterior llevó a restringir el crédito a las empresas y afectó la producción y el consumo. A finales de 2008 y principios de 2009 con una notable rapidez, la explosión de la burbuja de la vivienda en Estados Unidos se había convertido en una recesión mundial. Ello, pesar de las medidas extraordinarias, tomadas por los gobiernos para salvar a los bancos.
La intervención del Estado para rescatar al capital privado y los mercados evitó, sin embargo, una catástrofe todavía peor y sentó las bases de una pronta recuperación en Estados Unidos, aunque en Europa tardó bastante más tiempo. Los esfuerzos gubernamentales para controlar la crisis empezaron con bajar los tipos de interés casi a cero, reduciendo al mínimo el costo de los fondos para los bancos. En segundo lugar, se pusieron a disposición grandes volúmenes de crédito público por medio de los bancos centrales. En tercer lugar, se canalizaron cuantiosos fondos, también provenientes de los presupuestos públicos, a las instituciones de crédito para absorber las pérdidas de las hipotecas y disminuir el riesgo de insolvencia. En cuarto lugar, se garantizaron los depósitos, tratando de frenar los retiros de pánico. En quinto lugar, se aseguró a los grandes bancos que no tendrían que enfrentar el riesgo de la bancarrota. En sexto lugar, se alentó a los bancos fuertes a adquirir los pequeños con el fin de reducir la presión sobre el conjunto del sistema bancario. En séptimo lugar, ante el colapso de la demanda privada, el Estado mantuvo el gasto fiscal, amortiguando así la caída de la producción y el aumento del desempleo.
La narración y el análisis de esa crisis ha dado lugar a una enorme literatura (por ejemplo, Lapavitsas, C. ). Lo que interesa destacar hoy es que, a la luz de los últimos acontecimientos, parece que las medidas estatales buscan repetirse, aunque los gobiernos tienen un menor margen de maniobra. Lo que está por verse es si logran detener el pánico y evitar no sólo una crisis financiera mundial sino también una recesión en un momento en que se acumulan los problemas, algunos derivados de las pandemia, otros de la guerra en Europa: la subida de las tasas de interés, la carestía de algunos bienes como los energéticos y alimentos, y en fin, las tensiones entre las potencias.
Lo que queda claro es que los bancos privados y, en general, el sistema financiero mundial, sigue tan opaco y vulnerable como antes o quizás aún más debido a que las regulaciones, por lo menos en Estados Unidos se volvieron más laxas durante la presidencia de Trump. ¿Cuántos bancos nos “sorprenderán” ahora revelando sus debilidades para pedir ayuda de los gobiernos? ¿Podría ser el caso de Citibanamex que no logra encontrar un comprador? Preguntas que, por lo pronto, no tienen respuesta.

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