EL-SUR

Miércoles 17 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Otra vez los tópicos latinoamericanos

Federico Vite

Noviembre 13, 2018

 

(Segunda y última parte)

Después de leer La desesperanza (Alfaguara, 1998, España, 464 páginas), de José Donoso, regresé a uno de los textos fundamentales de la literatura latinoamericana: La novia robada (Alfaguara, España, 2014), de Juan Carlos Onetti. Pensaba en Acapulco también, en la ciudad como el tópico literario sugerido por la lectura de ambos textos; la ciudad amada, insisto, Santiago de Chile en el primero de los casos y Santa María en el segundo. El escenario es determinante para que las dos historias cuajen. Así que con eso en la cabeza, la lectura de La novia robada (originalmente publicada en 1968) resulta asombrosa. Este cuento (unidad de narrativa breve de 24 páginas) del mítico Onetti narra la enorme desventura de una mujer, Moncha Insaurralde, quien ha sido dominada por su vestido nupcial. La novia regresó de Europa para casarse con un muerto, Marcos Bergner. Ese es el tema que Santa María entera conoce. El pueblo también sabe que la joven, en las noches de luna, usa el vestido que no pudo estrenar en su boda.
Básicamente la historia de Santa María me recuerda a Acapulco, porque quienes vivimos acá no sabemos cómo recobrar la dignidad, no sabemos usarla, aunque aparentemente lo hagamos, bueno, nos disfracemos de ella (cuando llegan los turistas y hay dinero todo se olvida, se olvida incluso que nos están matando desde hace años). Veo a esta ciudad como La novia robada, una historia de complicidades, donde todos formamos parte de una soberanía falsa, donde todos intervenimos asistiendo una desproporción; en el caso del cuento de Onetti, nos referimos a la manera en la que se define a la novia según la perspectiva de cada ciudadano de Santa María; por ejemplo, no sabemos si Moncha es de verdad una mujer con problemas mentales o una afección supuesta. Todos los ciudadanos (como en Acapulco) han contribuido con su silencio a cultivar ese desequilibrio. Siendo así, el cuento ocurre en un mundo cerrado, de autorreferencias y retroalimentación. El médico Díaz Grey, por ejemplo, es quien nos cuenta la historia de Augusto Goerdel, quien fue a molestarlo al consultorio. Llevaba ese cartel en el pecho de letras rojas-grises: “Yo mataré”. Eso motiva a todos los ciudadanos a cometer un asesinato. Es uno de los personajes que andan por las calles de la ciudad mirando a Moncha Insaurralde mientras camina por la ciudad con su vestido amarillento. Él entra a la farmacia de Barthé, ahí discutirá con el boticario sobre política revolucionaria y esas otras cosas que se publican en El Liberal.
Otro personaje destacado es el médico Díaz Grey, un misántropo con un comportamiento de loco, incomoda a la gente en gran medida. Posee una colección de fotos de su hija, juega con ellas al póker, pero lo más importante del cuento es la estructura, pues está hecha básicamente por pedazos de recuerdos, finalmente, visiones de los personajes. Todos ellos proyectan una parte de la realidad, Onetti recurre a esos puntos de vista para construir la complicidad de los habitantes. Se trata de un narrador colectivo que comenta los acontecimientos, pues la trama gira en una acción única: Moncha camina por las noches y termina suicidándose. Así que por la forma en la que los personajes urden sus pensamientos y perfilan su visión del mundo, el lector presencia la invención de la realidad y de la ficción. Todo a partir de la novia, la cercanía y la distancia de ella.
La estructura de La novia robada sugiere que el relato mismo nace de una carta enviada a Moncha Insaurralde, una misiva donde se narra esa trágica historia, como si los habitantes de Santa María hubieran expropiado la anécdota. ¿No será que el gobierno estatal y municipal han expropiado nuestra historia y ven en lo que ocurre una mera incidencia violenta, no una honda herida social? ¿Será que no hemos logrado mostrar esa herida porque vemos las protestas como una meta, no precisamente como un medio para descubrir la enfermedad de Acapulco? Temo que la cercanía entre Acapulco y Santa María es muy grande.
La forma del cuento escenifica un envío que repara el robo de un documento y ese documento posee una de las característica habituales de las cartas: la combinación de cierto grado de conocimiento y de ficción en la construcción del destinatario.
Dice Onetti en las entrevistas que le hicieron a propósito de su obra: “No recuerdo cuándo escribí La novia robada. En literatura todo es elementary hasta que se produce una reunión misteriosa que no necesita –ni soporta– más adjetivos. Era una niña muy hermosa que trabajaba o concurría a una embajada en Montevideo. Tuvo novio, se comprometió, hizo un viaje a Europa para comprar encajes, puntillas o lo que sea necesario para un vestido de novia. Cuando volvió, el prometido mostróse renuente. ¿Y ahora? Laura Dolores se hará un uniforme de novia para ir a la embajada, para viajar en taxi, para recorrer vidrieras. Era un mal chiste; pero yo lo estuve viendo así. A esto se agrega la historia de una mujer que 50 años atrás se paseaba vestida de novia, en noches de luna llena, por el jardín de un caserón de Belgrano. En algún momento las cosas se juntaron y tuve que escribir el cuento de un tirón como se escriben todos los cuentos, aunque después se corrija, alargue o suprima”. Acapulco se parece mucho a Santa María; casi es La novia robada. Que tengan un pacífico martes.