EL-SUR

Lunes 06 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Página en blanco

Efren Garcia Villalvazo

Octubre 15, 2006

Si, lo sé. Ahí estás, delante de mí. Blanca, impoluta, tanto que no se atreve uno a tocarte, aunque a veces –bien lo sé yo– en un arranque mi primer impulso es arrugarte, tirarte y olvidarte una vez más. Pero siempre apareces delante de mí, ahora por lo menos una vez a la semana. Te miro detenidamente, trato de penetrar tu delicada y semitransparente corteza tratando de encontrar como es que puedes portar tanto con tan poco. Puedes ser tan sabia que llegues a contener símbolos que sólo puedan interpretar los iniciados. Puedes ser tan vulgar que sólo contribuyas a regar gráficamente un poco más los pecados del mundo con una innegable potencia de voz y voto.
Tu origen vegetal me lleva a confiar en tí como se pudiera confiar en una madre. ¿Qué madre daría algo malo a su hijo cuando le pidiera algo bueno? Ninguna, salvo muy contadas excepciones: como todo en esta vida, hay calidades y verdades. Casi alcanza uno a oir el raspar de la antigua pluma de tinta fuente sobre tu áspera superficie lograda a base de lavados ácidos y procedimientos aclaradores, aunque las actuales plumas de gel han desprovisto al escritor de ese sonido que le acompañaba en las madrugadas “de parto”.
Ahora tu blancura aparece en un monitor con una representación electrónica de lo que antes era una página en blanco, aunque no por eso dejas de ser menos temible. Tu faz pálida, interrogante, retadora, invitando a romper la superficie monótona con trazos negros que broten de ese abismo sin fondo donde nacen las ideas, los pensamientos y las creaciones más acabadas del hombre. Da miedo, sí, da miedo una página en blanco. Aquel que escribe lo conoce, y el que no, quizá fuera mejor que no incursionara ni por casualidad. Pero quién le puede pedir a un viajero que no cruce por las dunas de un desierto o los ríos caudalosos de una selva. Lo único que se lograría sería exacerbar sus ánimos y encender su terquedad para volver a la carga. Hágalo, caro lector, pruebe el colocar una página en blanco frente a usted y entonces exponer una idea –si es que ya la tiene– y trate de provocar una reacción en un lector.
A veces uno piensa en lo que van a pensar los demás y esta es una barrera importante que hay que romper rápidamente, para no permitir que el “miedo escénico” nos congele a mitad de la creación. Si hubiese que buscar una acción similar para inspirarse en ella, lo ideal sería pensar en un clavado desde una plataforma de 10 metros. Subes, te aproximas a la plataforma, procuras no ver hacia abajo –y menos aún para comprobar si hay espectadores– y te arrojas. No hay tiempo de pensar durante el descenso si vas a caer de panzaso, nalgazo o con la planta de los pies. Sólo procuras caer lo mejor posible. Los comentarios –y el ardor– vendrán después, indicando los puntos fallidos. Escribir es muy parecido.
Que no se sabe lo suficiente sobre el tema… qué más da, en la actualidad nadie sabe lo suficiente sobre ningún tema. ¿Faltas de ortografía? Piensen en su maestro preferido y cúlpenlo mentalmente de la tragedia. ¿Estructuración poco clara? Siempre queda el recurso de culpar a la gente de la Redacción del periódico. ¿Cambiaron las circunstancias que llevaron a escribir el artículo? Culpen entonces al jefe de la Redacción, que tardó mucho en publicar el artículo.
Como se puede ver, hay multiples maneras de salir bien librado. Y al final, la excusa máxima para poder escribir sin incurrir en ninguna culpabilidad presente o futura: declaren que es sólo su opinión y que cualquiera puede tener la suya. No entren en conflicto con sus lectores; total, si lo leyeron es que el artículo ya salió publicado y de seguro ellos todavía no publican nada.
Los estados alterados del diario vivir ayudan a escribir. El amor, el desamor, la indignación, la alegría, la ira, la tristeza, la admiración, la angustia, la desesperanza, son todos buenos motivadores para quien escribe. No creo recordar un escrito notable que haya surgido de un estado plano de equilibrio emocional. Siempre salen de una montaña, de un abismo o del caminito accidentado con el que se comunican.
¿Y quien no ha tenido todo eso? Lleva tiempo, eso sí, saber interpretarlo, poder canalizarlo de manera que se transforme de un sentimiento y una emoción avasalladora a un río de simbolitos latinos que nacen a la vida con el suave chac-chac-chac plástico de los teclados modernos. Ya puestos ahí, como hijitos nuevos, te contemplan cariñosos con sus bracitos negros bailando esa ágil danza congelada que es ya una idea plasmada en una página en blanco. Ya está una pequeña parte de uno en cada letrita que mancha la página, queriendo vencerla en su propio terreno, queriendo demostrarle que a pesar de que por el mundo han escurrido muchas ideas, todavía quedan muchas más por manar de la inagotable fuente de la imaginación de algún escritor.
¿Cómo hará la gente que escribe música y letra? Genios, diría yo, de poder combinar extremos tan dispares de la creación humana. No me refiero a las letras de los gruperos y bandas que le cantan al eterno traidor o traidora –ya sea hombre, mujer o fortuna– y que educan a la nefasta a nuestro pueblo, que al bajar de un micro o camión urbano llevan programada la derrota en sus ya de por sí mal influenciados ánimos. Hablo de aquellas letras inteligentes, profundas, sabias, con arreglos que despiertan emociones, abren horizontes y cierran mundos faltos de esperanza. ¡Me gustaría saber cómo uno de esos compositores vence en su terreno a la temida página en blanco!
En fin, el proceso es como todo en este mundo, un aprendizaje al que no se le ve final. Y en ese aprendizaje es bueno ser agradecido con quien ofrece la oportundidad de desarrollo. En este punto, agradezco al periódico El Sur por haber servido como plataforma a su servidor y permitirle haber escrito sobre lo que se le pegó la gana y como se le pegó la gana con muy pocas intervenciones para modificar las entregas, prácticamente todas, para poner a salvo mi incipiente prestigio, corrigiendo las fallas propias del novicio con la proverbial paciencia del tutor experimentado.
No, no me voy, sólo escribo para congratularme a mí mismo y para felicitar al periódico y a sus numerosos lectores por su nuevo suplemento –¡cultural!– Hoja por Hoja que salió y espero siga saliendo el primer sábado de cada mes; y la nueva y también esperada edición del domingo, por si fuera poco, con una cereza en el pastel: la revista Día Siete, que viene a reafirmar la importancia que el ahora sí diario El Sur tiene en la vida de nuestro estado. Si antes estaba orgulloso de ser colaborador, ahora… ¡no hay quién me aguante!
Felicidades y larga vida a El Sur y su nuevo proyecto de periodismo en Guerrero.

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