EL-SUR

Miércoles 29 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Papeles que se deben interpretar en el escenario vital

Federico Vite

Mayo 30, 2023

 

Hombres de verdad (Turner, México, 2022, 181 páginas), de la ensayista y poeta acapulqueña Brenda Ríos, es una reflexión metódica que tensa y abre, a la manera de una trama, una cuestión, ¿qué es un hombre? Recurre al diario íntimo, al picante relato vivencial, a la reseña literaria y al análisis de la literatura latinoamericana y caribeña recientes para zanjar esa duda. Nos permite reflexionar, o polemizar, ya sea el ánimo de cada lector, sobre lo que uno es (hombre / mujer o no binario) desde y para la literatura.
El libro se divide en dos partes; la primera, Hombres completos y Los otros. En la primera analiza el factor latinoamericano de la literatura, la pasividad, sumisa y bella, con la que los autores recrean a las mujeres y contrasta esa expresión con el vigor apasionado con el que se representa a los varones. Clichés finalmente que Ríos disecciona a pausas. Por principio, traigo a cuento esta cita: “La literatura latinoamericana no existe. Es decir, es un territorio que dejó de habitarse hace medio siglo. Tuvo un periodo de inicio, auge y caída. Lo que sucedió después, mucho después, es una literatura centrada en temas que ven más allá del lugar como identidad y el problema político de las dictaduras. Y centran esa visión en algo movible, que va de Cuba a Miami, de Puerto Rico a Haití, de Argentina a España”.
Esto que apunta Ríos lo desarrolla Josefina Ludmer de manera microscópica en Aquí América latina: Una especulación (2010), pero a final de cuentas apunta hacia el mismo lado, abrir esa especulación que es Latinoamérica en tanto escritura. Especialmente, me refiero a la literatura postautónoma (un tipo de escritura concebido como fábrica de realidades que recurre a la imaginación pública para narrar la vida en las islas urbanas). A esto abona Ríos cuando habla sobre eso que la literatura reciente, escrita en América latina y el Caribe, aborda en novelas contemporáneas: lo fragmentario, el reflejo de uno mismo convertido en islotes. En machos que resultan islotes o en mujeres que son ínsulas.
Ríos analiza fragmentariamente algunos libros que animan nuestra literatura actual, pero no parece muy convencida de lo que ahí encuentra, por ejemplo, la literatura  “de mujeres para mujeres es una explotación del mundo sentimental y femenino”. Sobre esta certeza coloco una afirmación más: “[…] cuando las mujeres escriben hablan de sentimientos, y de casarse y de tener hijos. Cuando los hombres escriben habla de otras cosas: un país, una ciudad, algo que se rompe, aun así hablan de matrimonios en crisis. Periodistas de una catástrofe en un país ajeno. Esa fue la Primera y Gran diferencia que noté: cómo se escribe y para qué”.
Con esta brújula es más sencillo navegar, y eso hace la autora al retomar aspectos de Condiciones nerviosas, de Tsitsi Dangarembga; Cuentas pendientes, de Vivian Gornick; y El gran cuaderno, de Agota Kristof. Especialmente con esta última novela, Ríos encuentra su cauce y molde. Porque Hombres de verdad no sólo explora la literatura, sino la vida y la crueldad que experimenta quien convive entre nosotros.
Habla justamente de todo ese tiempo, páginas y tinta que gastaron los escritores latinoamericanos para enfatizar la hombría de los protagonistas, que por cierto, “nunca son débiles”. Más que una cuestión de género, nos indica Ríos, los personajes de la literatura latinoamericana viven bajo el yugo de la “fortaleza” para cambiar su destino. En ese desfiladero de actantes encontramos cretinos intelectuales, burgueses soporíferos e incluso bobalicones cariñosos, hombres que suben y bajan de sus termómetros varoniles, pero nunca ceden a la debilidad. Brenda subraya este aspecto: “Muchos de los personajes de las novelas latinoamericanas son dictadores u hombres con tremendo poder en el mundo político o de negocios. No existen los hombres débiles”.
Pero el asunto no es monocromático, ser bueno o malo. No se trata de cincelar en blanco o negro un asunto tan importante como el género. La autora analiza la obra de algunos autores de cabecera (Clarice Lispector, Manuel Puig, Milan Kundera, Mario Vargas Llosa, Sandor Márai, Rubem Fonseca, entre otros) para entender las aproximaciones a ese estereotipo que denominamos hombre. Y las aproximaciones a una definición deben ser entendidas como un termómetro social.
Algunos de los hallazgos escriturales de Ríos abonan a un discurso íntimo en el que la autora logra algunas epifanías que focalizan el eje toral del asunto: “El escritor sobrevive. ¿Y quién no quiere sobrevivir? El escritor ama lo que escribe (a veces) y quién no quiere amar, así sea algo que no existe. La escritura me salvó de creer que una persona como yo solo podía obedecer; no exagero si digo que la escritura me dio un cuerpo y supe lo que debía hacer”.
Tal vez debido a que el mercado editorial siempre está en busca de atractivos elementos para salir del bochornoso acartonamiento de los temas “usuales”, pone los ojos en los narradores latinoamericanos y caribeños en Estados Unidos, quienes también avientan relumbrones, aunque bajo el ojo crítico de Ríos ellos también caen en el redil de los usos y costumbres del machismo. La aseveración es la siguiente: “Como postales, América latina y el Caribe son nubes cargadas de agua sucia. Parecen hermosas en el cielo y anuncian la abundancia, el tiempo de agua, la siembra. Pero lo que cae no ayuda ni abona ni enriquece el suelo que toca”.
En la segunda parte, Los otros, la autora desboca y tiene otra epifanía: “En mí hallé a un hombre que me habita. Soy también eso. Un hombre y una mujer y un espacio que es nada entre ambos”. Esta sección cobra forma gracias al análisis de la obra de autores homosexuales (Reinaldo Arenas, Pedro Lemebel, Caio Fernando Abreu, esencialmente) y el libro ensalza la ternura y la soledad de quien es insolentemente uno mismo. Un hombre o una mujer revestido por matices, pero solos.
Hombres de verdad abreva de los libros para incidir en la vida. Fusiona la pasión y el pensamiento, es una autobiografía asistida por el desconsuelo, pero gracias a ello la autora tiene la certeza de haber encontrado un cuerpo que es hombre y mujer al mismo tiempo. Brenda infiere y reflexiona sobre este tópico que tantos revuelos y tantas bullas levanta, ¿qué es ser un hombre? Ríos asevera con suficiencia: “Tener escritura es tener un cuerpo. Por eso la dicotomía entre el deseo y la palabra, pareciera que fueran cosas distintas. No lo son. El deseo del cuerpo y el cuerpo es lenguaje, y el lenguaje es un tono de voz, es ritmo, es enunciación”. Yo me quedo con eso, ser hombre o ser mujer, es una enunciación. Para esto, traigo a cuento a la autora: “Mi padre dejó varios hijos por ahí. Yo fui la única mujer. Mi venganza, sin haberla planeado, mi mayor regalo, es haber sido su varón favorito, su mejor hijo. Solo así se hace una mujer”. Sirva este texto para despertar el interés por la lectura de este volumen que no busca condescendencia sino una mirada crítica a los papeles que nos toca interpretar en este bullanguero escenario vital.