EL-SUR

Sábado 11 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

De la tierra a la producción (II)

Eduardo Pérez Haro

Junio 04, 2019

 

Para Herminio Baltazar

 

Mirar hacia adentro de México tiene especial mérito tras haberse entregado sin miramientos al sector externo. Acaso, al expresar esto, significa que entablar una relación con el exterior es un error porque el exterior tiene en primer término la relación con Estados Unidos y en su expresión más amplia, la globalización. La respuesta es no. La relación con el mundo no puede llevarse a la idea de que es una relación contraria al desarrollo nacional, pero asumir que la dinámica externa es el único sitio de los negocios y las ganancias como se hizo por parte de los regímenes neoliberales que se abren paso a partir de 1982, sí es un error que en el tiempo actual se cobra la factura.
Luego entonces, el sector externo no es prescindible, pero tampoco es panacea del desarrollo nacional cuando se desentiende del desarrollo interno. Digámoslo de esta manera: anclar la economía a la fuerte dinámica del comercio internacional del auge globalizador, guarda sentido si viene aparejado del desarrollo de las capacidades internas. Pero importar tecnología, insumos, materias primas, y capital para producir mercaderías (industria automotriz, electro-partes y frutas y verduras) sólo redunda en ganancias por maquila sin dejar recoger capital.
Sí, capital entendido no sólo como jugosas ganancias dinerarias sino capital en lo que es su verdadero contenido y significado, que no es otro que el desarrollo de las capacidades productivas cifradas en la ampliación y modernización de la planta productiva industrial y de servicios, y, detrás de ello, lo mismo en el sector agropecuario con el aprendizaje de mayores y nuevas destrezas de la fuerza de trabajo, por decir lo menos. Este es el verdadero sustrato del mercado interior y más aún, del crecimiento y el desarrollo.
Sin embargo, para ello no hubo proyecto, no hubo rectoría del Estado, lo cual provocó que, en gran medida, el proceso de más de tres décadas, se redujera a una oportunidad de ganancias por ensamblaje de manufacturas, servicios conexos y agricultura, sí desarrollada, pero altamente concentrada en los grandes agricultores y algunos medianos que por lo demás no de alta competitividad, aunque sí de alto rendimiento. Su posibilidad se radicó en ventajas comparativas por estacionalidad, pero no por ventajas de competencia. Producir mucho por unidad de superficie no es suficiente, se requiere producir mucho a bajo costo y eso no sucede en México.
La consecuencia es muy lamentable y por ello los responsables fueron desplazados en lo político y, sus beneficiarios, constructores de grandes negocios, ahora se enfrentan al estrechamiento fatídico de su otrora oportunidad exterior sin compensación en el mercado interno. En otras palabras, la polarización socioeconómica (diferenciación entre grandes y pequeños) que se sobrevino tras el agotamiento del milagro mexicano, se exacerbó durante el periodo neoliberal. Léase bien, los problemas no parten de la era neoliberal como si no se hubieran prefigurado en los tres regímenes sexenales precedentes, de manera que la experiencia y sus lecciones no se limitan a la acusación y deslinde contra el neoliberalismo.
Las debilidades del desarrollo interior, desde mediados de los 60, precipitaron condiciones de crisis y ahondamiento de la dependencia con Estados Unidos. La falla de no engranar correctamente el milagro industrializador, cuarteó la base de apoyo para rembobinar las capacidades ante el vertiginoso despliegue de la época de oro del capitalismo (1945-1973), de manera que la planta productiva no alcanzó la talla del nuevo umbral de competencia mercantil que surgía en el plano internacional durante los años 50 y 60.
La industrialización de México se quedaba a medio camino, no afianzó la capacidad de producir medios de producción (máquinas que producen máquinas) quedándose en la producción de bienes de consumo y la agricultura fue desangrada, ésta quedaba sin oportunidad de salir a buen precio al mercado exterior que para mediados de los 60 ya era abastecido por los países desarrollados de occidente (Estados Unidos, Canadá, Europa y algunos países sudamericanos como Brasil, Argentina y Uruguay) ni de capitalizarse ante una industria y urbanización, colocándose en franco declive de su trayectoria emprendida a partir del régimen del General Lázaro Cárdenas (1934-1940) y quienes le sucedieron en los cuatro sexenios siguientes.
De manera que el desarrollo del mercado interior no es consecuencia por oposición al mercado exterior, ni se puede ir por el desarrollo nacional solo por oposición al neoliberalismo, esas posturas suenan bien, con una gran aceptación, pero en sentido estricto responden a falsas disyuntivas, y así planteadas las cosas, los procesos están fuera de toda posibilidad de salir bien aireados.
El problema por atender es diferente y, por demás, en un contexto diferente. Para empezar la “tersura” librecambista está dislocada, las potencias internacionales se tensan porque está en juego la hegemonía mundial y las hegemonías regionales por consecuencia, mas ello sucede porque, en distinto grado y razón, existe inconsistencia en la base tecnoproductiva de las principales economías del mundo (en otra oportunidad nos extendemos sobre esto) y sobre esa condición los grandes negocios de los mexicanos afortunados, en la maquila y la agricultura de exportación, están amenazados y virtualmente jaqueados, sin y con TMEC.
Y mientras las cosas se complican en la economía internacional, en el interior las bases para emprender la actividad productiva industrial y primaria, a la altura de las exigencias actuales, enfrentan el rezago secular. No hay punto de apoyo o digamos que es insuficiente a todas luces. Pagar a los campesinos precios superiores a los del mercado (para reencontrarnos con nuestra reflexión sobre la tierra y la producción) parecería que le ofrece una mejor economía a un pequeño productor y con ello éste asiste al mercado y compra más viviendo mejor y dinamizando el mercado, en ello hay una verdad relativa por su bajo nivel de impacto respecto a lo que se requiere y relativa por el bajo nivel de las mejoras que supone en el nivel de vida de sus beneficiarios, pero antes de adentrarnos a las diversas debilidades de la propuesta habría que preguntarse por qué fue insostenible el esquema en los años que siguieron al quiebre del milagro mexicano y cuál es el engarce de este esquema de fomento con el proceso de reindustrialización que es menester llevar a cabo en la actualidad.
Adelanto un factor de orden general para desagregarlo en próxima entrega. El esquema no pudo continuar porque ante los bajos precios de la agricultura de las potencias industriales el apoyo gubernamental tenía que aumentarse a efecto de comprar caro (sí, efectivamente, por parte del gobierno a través de la Conasupo) y vender barato para no encarecer los salarios y así, auxiliar a la industrialización, pero, a ello se sumaban dos desventajas estructurales adicionales: que el apoyo gubernamental para mantener bajos los salarios no era suficiente para dar márgenes de ganancia suficientes en dirección de remontar la baja condición tecnoproductiva de la industria de aquel entonces (mediados de los 60) y que el gobierno empezaría a recaudar menos recursos fiscales por abatimiento de la economía, aparejado a que requería gastar más, a efecto, ahora (me refiero a mediados de los 60), de tener que importar granos y semillas para completar el consumo nacional (también por cuenta de Conasupo) y auxiliar el financiamiento de compras en refacciones para, al menos, mantener la industria que ya no para transformarla a una condición superior para su suficiencia competitiva. Y aún no iniciaba, propiamente, el neoliberalismo en México.

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