Federico Vite
Abril 04, 2023
El 30 de noviembre de 1955 se publicó The talented Mr. Ripley, de Pati Highsmith. Hace 68 años se fundó un mito que se relee como una pieza arqueológica de la ficción criminal. Pero esa historia en un mundo saturado de información, súper vigilado y con fronteras sumamente controladas es imposible. Ir de América a Europa, gastar dinero a manos llenas y usurpar la identidad de un millonario revela algo más que el modus operandi del asesino, nos pone sobre una pregunta molesta, ¿la ficción criminal ha dado lo que tenía que dar?
En esta novela de suspenso psicológico, Pati utiliza un narrador omnisciente, literalmente pegado al protagonista, que une los pensamientos, los diálogos y las acciones de los personajes. Tom tiene 25 años. No muy joven ni muy viejo. Él envía un par de cartas, ambas a mujeres, a su tía, Dottie, y a una amiga, Cleo. Cuando él habla o escribe, todo es parco. Cuando él usurpa la identidad de Dickie, todo cambia. Como si hubiera mucho que decir cuando es millonario. Gracias a la reproducción de las misivas que el señor Ripley, ya como Dickie, escribe o recibe, Pati muestra que ese personaje es un camaleón. Ese es el baluarte.
A Tom, por razones diversas, no le va bien. Tiene malos trabajos, mala educación, cuenta las cosas que escucha por ahí y las reproduce como si él las hubiera vivido. Es huérfano de padres, sólo tiene a la tía Dottie y la aborrece. Usa todo para construirse una identidad. Así que Herbert Greenleaf, el padre de Dickie, se acerca a Tom porque alguien le dijo que es un amigo de su hijo. Herbert le pide que vaya a Italia y lo convenza de volver. Pone en marcha la trama. Gracias a él, Tom viaja a Italia, justamente a Mongibello, cerca de Nápoles, para tratar de convencer a Dickie de que regrese a América. No me pareció muy convincente el hecho de que el señor Greenleaf creyera que Tom era amigo de Dickie. Era un rumor, sí, pero podría considerarse ese hecho como un cuerda floja de la trama y es lo que detona toda la historia. Ya en Italia, Dickie ni siquiera conoce a Tom, pero debido al talento del señor Ripley, el millonario se convence de que ya se conocían e incluso habían charlado en varias ocasiones hace años.
Tom intenta hacer que Dickie regrese a casa, con su familia, para que tome posesión de las empresas del padre. En ese punto se desvía la trama. Tom cuenta la verdad sobre su viaje y Dickie propone gastarse el dinero de su padre paseando por Italia. Hasta ahí, digamos, todo va bien. Marge es la novia de Dickie, se forma, con el arribo de Tom, un triángulo que nos permite ciertas preguntas, mucho más interesantes, por cierto, que el mero borde del mal que se asoma por los cuatro costados de los pensamientos de Ripley: ¿está enamorado Tom de Dickie? Es tanto la atracción de Tom por Dickie que desea ser él, ¿por qué? Tom no sólo le da importancia al dinero o a la holgura que procura el poder adquisitivo, sino a la disposición del tiempo personal para cultivar los placeres de la vida. Así que después de que asesina a Dickie se hace pasar por él. Usa el pasaporte del finado, ensaya la inflexión y el tono de voz, las expresiones de uso corriente; adopta también el lenguaje corporal de Dickie. Entra en personaje, dijeran los actores, y ese hecho detona otro aspecto: interpretando a Dickie, Tom se aísla. No convive con mucha gente, teme encontrarse con algunos conocidos de la persona que mató porque de inmediato le descubrirían. En realidad, no sabe ser Dickie, anhela ser él, pero no puede mostrarse como debería hacerlo. Pati hace que Marge regrese a la historia debido a que Dickie –quien ya no es Dickie sino el usurpador Tom– no quiere verla. A ella la rechaza y a sus amigos los ignora. Escribe algunas cartas a Marge y a Herbert. Es bueno como camaleón, pero no logramos verlo realmente viviendo como el doble de un millonario. Un amigo de Dickie subvierte el orden y Tom vuelve a asesinar. Reorganiza el plan y abandona a su personaje, pero ser Tom no le hace bien. A pesar de eso tiene que ser Tom.
Pati, al final de la novela, pone a Ripley rumbo a Grecia. Sabe que es un deber continuar escribiendo las aventuras de ese personaje. De acuerdo con la dramaturga Joan Schenkar, autora de la biografía The talented miss Highsmith: The secret life and serious art of Patricia Highsmith, Ripley tuvo una acogida tremenda, pero la carrera de Pati ya estaba bien plantada y Tom le abrió las puertas de la gloria. Bastaba con sacarle jugo al personaje que grosso modo es complejo: un falsificador profesional, estafador, buen imitador y, por si fuera poco, aparentemente indefenso. ¡Aunque usted no lo crea! (imitando el eslogan del programa Ripley, famoso en los años 80), yo encuentro rasgos de este personaje en uno creado por John Steinbeck, hablo de un cuento titulado Johnny bear, donde un personaje, justamente el que da nombre al cuento, posee el “talento” para imitar voces incluso en otro idioma, ese “talento” confunde a las personas y una de ellas muere debido a que ese “talento” se usó de mala manera. Tom tiene esa cualidad para el daño. De hecho, protagoniza varias novelas más, pero nuestro sendero no va hacia allá, sino que se detiene en la primera entrega de Ripley.
Gracias a la hondura de la ciencia forense, fusionada con la narrativa policial, ¿valdría la pena repensar este clásico de la narrativa del crimen bajo el hipercontrol al que estamos sometidos? Y puesto sobre la mesa el asunto, ¿cuál es la ruta de la novela criminal si el género en sí, la camisa de fuerza, ya dio la tensión que podía dar? Siendo menos pesimista y más propositivo, es conveniente preguntarse, ¿sólo queda la repetición como recurso y meta? No es muy alentador pensar en la repetición, por supuesto, ni como autor ni como lector. La tesis es que en el fondo todos estamos, más que creando, reescribiendo. Si reescribir es la meta, ¿cómo reescribir esta historia desde el punto de vista de Marge? Ella está escribiendo un libro sobre Mongibello, usa fotos, aspectos históricos de ese lugar y, por supuesto, durante toda la novela esa obra crece de manera subterránea y se consuma con una frase simple: Una editorial está interesada en mi libro. Yo entiendo este señalamiento como un punto de partida, sobre todo, porque la trama y The talented Mr. Ripley en sí luce como un libro de museo, un proyecto escritural superado por la realidad. Pensando en eso, en alguno de los talleres que he dado (desgraciadamente fuera de Guerrero) hago hincapié en este ejercicio y, especialmente, recomiendo la lectura de Wide sargasso sea (El ancho mar de los sargazos), de la irrepetible Jean Rhys. Y lo hago encarecidamente para que el tallerista encuentre el dispositivo del que hablo, contar desde otro punto de vista la misma historia, quizá así se renueve el tono de la narrativa criminal. Obviamente se trata de una opción para no pensar en el desgaste de ciertos productos literarios que no la pasan muy bien en manos de los mercadólogos, porque los mercadólogos no apuestan por una renovación, ellos simplemente ganan dinero. Auguro un nuevo tono, pensando en Marge como protagonista, que le vendría bien a este clásico. Así le quitaremos polvo y algunas arrugas a la primera aventura del talentoso señor Ripley.