Jesús Mendoza Zaragoza
Mayo 02, 2017
La compleja y dramática situación del país obliga a pensar y a buscar salidas. Al menos, dos cosas se requieren para intervenir de manera eficaz en el sentido de la paz con justicia: pensar y reconstruir, entender lo que está pasando y encontrar caminos para reorientar la vida del país. Hay que reconocer que no son tareas fáciles pues requieren capacidades adecuadas para contribuir, de manera solidaria y colectiva, a la transformación del país tan herido y humillado.
Tengo que decir que solamente logro quebrarme la cabeza a la hora de pensar el país, de pensar la violencia y la pobreza extrema y de pensar las salidas que hay que imaginar e incursionar. De suyo, esta es una tarea colectiva, que corresponde a todos los mexicanos y nadie tiene la fórmula mágica que señale las soluciones. Quizá una parte del problema de fondo es que no nos atrevemos a pensar. Somos poco dados al pensamiento crítico, a la reflexión, a la imaginación del futuro, a investigar y escudriñar nuestro pasado y nuestro presente. Tenemos un déficit cultural que juega en contra nuestra, ya que no nos esforzamos en entender lo que está pasando en el país de una manera amplia y precisa.
Y las consecuencias son penosas. Nos conformamos con visiones catastrofistas y pesimistas, con prejuicios y fobias que no ayudan a entender las cosas. Nos conformamos con explicaciones superficiales y carentes de sustento racional y con percepciones polarizadas y simplistas de la realidad. Y, por si fuera poco, no somos muy dados a escuchar a los demás y a acoger puntos de vista diferentes, sobre todo si son contrarios a los nuestros. Es importante contar con una visión común o colectiva si queremos pensar en un proyecto colectivo.
A la hora de pensar, me encuentro con muchas preguntas y con pocas respuestas. Quiero entender el oscuro túnel que está atravesando el país, por ejemplo. Y resulta que hay que entender el pasado si queremos entender el presente y, por lo mismo, hay que recurrir a la historia para entender los sufrimientos del presente. Las raíces de la violencia que padecemos no las vamos a encontrar en el pasado inmediato como lo sugieren algunos actores políticos que no saben qué hacer con la papa caliente que tienen en sus manos y reparten culpas entre sus adversarios. Hay que remontarnos a varias décadas atrás y descubrir los factores económicos, políticos, sociales y culturales que han contribuido para que hoy tengamos una larga lista de muertos y desaparecidos, una clase política que da vergüenza y una sociedad frágil y vulnerable.
Tenemos que hacer preguntas y encontrar respuestas, respuestas honestas. Pero desgraciadamente, el perfil medio de los mexicanos no está diseñado para eso. Las verdaderas preguntas, las que están en el fondo del sufrimiento y de la humillación social, no las solemos hacer. Nos conformamos con nuestras preguntas frívolas y superficiales que solo distraen y enajenan. Los temas atractivos suelen ser aquéllos que llevan a evadir el dolor de los pueblos. La farándula y los deportes, por ejemplo.
Y si nosotros no nos preguntamos sobre el país y no buscamos respuestas para entender lo que hoy sucede, entonces, ¿quién va a preguntar y a pensar por nosotros? Nuestro maldito conformismo es el que nos lleva a delegar esta tarea fundamental que nos convierte en personas. Por eso asimilamos visiones prejuiciadas e ideologías polarizadas que nos avientan desde el poder, que piensan a su favor y que son los mayores responsables de la violencia y de la pobreza extrema. Las carretadas de pensamiento basura que nos llega de los medios vinculados con el poder nos han vuelto tan conformistas porque nos dispensan nuestra capacidad de pensar.
Y si no somos capaces de pensar para comprender, de manera responsable, las causas del abismal sufrimiento que llena al país, tampoco seremos capaces de imaginar la paz y de buscar caminos para construirla. Hay que reconocer que nadie tiene por qué pensar por nosotros y nadie tiene que hacer lo que nos toca a nosotros. Nuestra participación es intransferible. Por eso está resultando tan complicado el hacer un camino hacia la paz. Porque ni la pensamos, ni la imaginamos ni, menos, la proyectamos.
Tenemos un gran déficit cultural que nos discapacita. Hay que superarlo si queremos una paz duradera y sustentable. Y no aquélla que se les ocurra a los poderosos.