EL-SUR

Sábado 09 de Diciembre de 2023

Guerrero, México

Opinión

Parábola luminosa

Adán Ramírez Serret

Enero 26, 2018

 

El Premio Herralde de Novela que comenzó en 1983, se ha otorgado a escritores vanguardistas poseedores de un estilo propio. Pensar en retrospectiva en algunos de los ganadores, es considerar a algunos de los escritores más influyentes y talentosos de la literatura hispanoamericana de los últimos años. Mencionar por ejemplo, a Enrique Vila-Matas, Juan Villoro, Roberto Bolaño o Alan Pauls, además con novelas que han marcado un antes y un después en la literatura escrita en español.
El galardón del 2017 fue otorgado al escritor español Andrés Barba (Madrid, 1975) con la espectacular novela República luminosa. Me parece una novela muy bien lograda por no decir perfecta. Pues es una novela breve, nouvelle, en donde en poco menos de 200 páginas se pone en juego la naturaleza humana.
Escrita a manera de parábola, pues sucede en la provincia de San Cristóbal que podría ser cualquier ciudad de Hispanoamérica; con un tono en cierto sentido hipotético, un hombre comienza por recordar unos eventos que sucedieron 20 años atrás que le costaron, de una u otra forma, la muerte de su esposa y de su hija adoptiva.
El recuerdo siempre es interesante en el género narrativo pues cuando se vuelve tiempo atrás, la memoria no sólo puede fallar y se utiliza la imaginación sino que al rememorar, por el mero ejercicio de hacerlo, se entiende lo que en verdad sucedió. Una vez superado el torbellino del momento, con las aguas menos turbias; se vislumbra algo así como la verdad.
Así, en esta ciudad que puede ser muchas, un hombre vuelve en el recuerdo para saber cuándo en verdad comenzó todo y qué fue lo que sucedió. La ciudad vivía en una miserable cotidianeidad hasta que un buen día llega un grupo de 32 niños salvajes, de entre 9 y 12 años, que a manera de jauría irrumpen en basureros, arrancan bolsas a transeúntes y rompen el delicado equilibrio de una ciudad. Sin inaprensibles porque no tienen un líder y porque además hablan una lengua extraña.
Se mueven en pequeños grupos inidentificables y es un misterio en dónde viven. Lo que comienza por ser un fenómeno extraño, va irritando cada vez más a la sociedad. Pues los pequeños robos comienzan a ser más frecuentes y violentos, y a manera de pequeños vándalos, piojosos y llenos de mugre, son más y más peligrosos.
El narrador se pregunta cuándo fue que comenzó la debacle, si en éste o en aquél incidente; lo cierto es que el clímax llega luego que un ciudadano logra capturar a uno de los chavales y le da una golpiza. El grupo de los niños se desconcierta pero comienzan a reunirse cada vez más, hasta que alebrestados por la ira de la venganza, irrumpen en un supermercado y comienza la debacle en la que asesinan a algunas personas.
La novela es una puesta en escena, un experimento de nuestro mundo. En muchos sentidos, una parodia; un homenaje construido con ficciones de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.
Por lo tanto la parábola, a manera de espejo esperpéntico, nos muestra de manera exagerada, por no decir deforme, nuestra naturaleza salvaje. Sin embargo, en este espejo, de manera paradójica, tenemos una visión más fidedigna de nuestra apariencia.
Andrés Barba con República luminosa comienza por inventar una ciudad. Es el inicio de una fábula plagada de sabiduría y, me atrevería a decir, de frases perfectas, acabadas y profundas.
Un relato que envuelve desde la primera página por su materia ambigua, por los extraños parajes en los que se desenvuelve y sobre todo, por poner en tela de juicio esa etapa de la humanidad que está plagada de lugares comunes como la ingenuidad ausente de maldad. De manera opuesta al “buen salvaje”, encontramos, como en El señor de las moscas de William Golding, que la infancia es un lugar sin límites, una república anárquica en la cual las reglas las gobiernan las pasiones pasajeras y a veces, luminosas.
Andrés Barba, República luminosa, Barcelona, Anagrama, 2017. 192 páginas.