Silvestre Pacheco León
Diciembre 02, 2024
(Segunda parte)
El voto unánime para continuar nuestro paseo anual visitando playa Manzanillo no es casual porque es una de nuestras playas favoritas por tranquila, ideal para el snorkel, sombreada, con olas amables y no mucha profundidad, amplia para nadar y poco frecuentada por el turismo, a pesar de su proximidad con la bahía.
Le ayuda a este aislamiento el macizo rocoso del cerro de la Ropa que para formar un círculo casi perfecto avanza hasta donde el mar penetró a la bahía formando la bocana entre las puntas San Esteban y Garrobos, estrechándose a medida que se acerca a la playa Godornia y playa las Gatas.
Recuerdo que nuestra primera visita a Manzanillo fue a invitación de doña Helene Krebs, la fundadora de la Sociedad Protectora de los Animales de Zihuatanejo, en algún año de finales de la década de los años ochenta del siglo pasado, quien tenía la costumbre de escudriñar cada parte del entorno de la bahía donde sus hijos crecieron con la idea de que el mar se debería considerar como el espacio abierto a otra realidad, más que una frontera para los seres humanos.
En aquel paseo unos llegamos caminando y otros en lancha con las provisiones para un día. Nuestro amigo el finado Héctor Maciel era de los pocos lancheros que conocía el modo de acercarse a la orilla sin el riesgo de encallar su lancha en las filosas rocas puntiagudas bajo la superficie, y desde entonces quedamos encantados con aquella calma que reina en el lugar de manso oleaje y agua transparente, con diversidad de peces y mantarrayas abundantes, con sol y arena para los diferentes gustos y un bosque de árboles de manzanillo que dan sombra todo el tiempo, casi a propósito para colgar una hamaca.
Con aquel recuerdo volvemos ahora, todos expectantes porque será la prueba de nado para Atenea quien ha estado preparándose por meses para dominar el arte del nado. Viene la pequeña de ocho años un poco nerviosa porque dice que le impone el movimiento del mar comparado con el seguro nado en la piscina, pero le ayuda saber que tiene el apoyo de todos para vivir esta experiencia.
Con el ánimo dispuesto para disfrutar al máximo cada parte del paseo hacemos recuento de lo que cada quien olvidó, constatando que la desmemoria es un mal que todos padecemos, porque así como Alejandro no trae su snorkel y por eso se privará del buceo que tanto lo apasiona, yo mis binoculares que casi nunca me faltan para escudriñar más allá de lo que vemos a simple vista.
Apenas llegamos a Manzanillo y están anclando la lancha cuando en un intrépido lance ya Atenea se echó al mar y va nadando como en competencia directo a la playa, lo que nos obliga a lanzarnos tras ella para alcanzarla casi cuando está pisando la arena, muy cerca de los verdes y frondosos manzanillos de los que ha tomado su nombre el lugar. Carlos nos recuerda que la primera recomendación que recibió de su abuelo cuando conoció esta playa fue evitar jugar y menos probar los frutos de estos árboles que se caen de maduros, pequeños y redondos del tamaño y consistencia de un higo, porque le dijo que son venenosos, de manera que ni siquiera se atrevía a levantarlos del suelo, aunque siempre le parecieron atractivos.
Admirado por las bellezas del lugar me desconcierta la cantidad de piedras desnudas en las que antes no había reparado, y en un esfuerzo de memoria recuerdo que el trecho entre la última ola del mar y el bosque de manzanillos era más largo y de una blanca y fina arena que hacía resaltar los colores del entorno. Y la pregunta que repitió en mi cerebro fue de dónde llegaron las piedras y qué fue de la arena.
La respuesta la tiene Carlos y me la dice sin haberle revelado mi inquietud. Él que vive y conoce el ambiente de los lancheros nos platica que no hace muchos años hubo un tiempo que se puso de moda esa arena blanca para las peceras y el decorado de las residencias y comenzó a comercializarse a pesar de estar prohibido. Cuenta que se vendían viajes especiales para el saqueo, hasta que casi se la terminaron porque la reacción de las autoridades fue tardía.
Esa fue la explicación a mi inquietud porque, en efecto, no es que alguien acarreó las rocas a la playa, sino que el saqueo de la arena las descubrió y ahora se exhiben oscuras y desnudas cambiando el paisaje que antes conocí.
Tengo que dejar esas elucubraciones cuando alguien del grupo da la voz de alarma porque descubrió que el agua estaba plagada de medusas o aguas malas, unos pequeños animales marinos como manchas traslúcidas y la consistencia de una gelatina que pica la piel produciendo un intenso dolor. Por eso sin disponer de tiempo para lamentar el perjuicio ocasionado por el saqueo de la arena, mejor pensamos que las aguas malas, también llamadas lágrimas de mar, son un medio que tiene la naturaleza para defenderse por sí misma de la presencia de los humanos. Así que entendido el mensaje dejamos la playa Manzanillo acosados por las aguas malas pero con el ánimo de seguir incursionando en el mar hasta encontrar un lugar para nadar, lo que nos llevó a la playa Contramar, en el interior de la bahía, una de las más socorridas por los visitantes locales por la facilidad de acceder a ella en carro o caminando por las faldas del cerro de la Noria en el poniente, en la cual se disfruta una amplia alberca natural con un cerro rocoso que cubre del sol parte de la playa formada, la única en el interior con una atractiva alfombra de piedras de colores lisas como de río.
Apenas llegamos a tiempo para acomodarnos en el mejor lugar porque después de nuestro desembarque una avalancha de visitantes que van y vienen porque sus pasajeros más tardan en bajar que en volverse a subir, acicateados por las aguas malas que al parecer hoy decidieron tomar todas las playas.
Lo repudiable de este lugar lleno de encantos es el muro de piedra como contención construido en la zona federal para dejar a resguardo de las olas un restaurante de lujo que seguramente dispone de una concesión irregular debido a la obra de mampostería que ha modificado la playa y perjudicado el sombroso bosque donde antes los visitantes podían disfrutar a sus anchas.
En esta playa pasamos el resto del día mientras los de nuestro grupo aficionados a la pesca tuvieron la oportunidad de caminar sobre el intrincado contorno pedregoso para lanzar sus anzuelos con poca fortuna, lo que nos indujo a un final en el que terminamos devorando en tiritas el barrilete pescado en los morros.
En el resumen que hacemos de los atractivos del paseo los morros se llevan el mejor puntaje por las impresionantes moles de piedra rodeadas del inmenso mar azul y la variedad de animales marinos que los rodean, luego el paisaje del litoral visto desde el mar, con playas de todos tamaños, en la planicie o entre rocas, peñascos y acantilados, con una selva inusitadamente verde por las lluvias atípicas que cayeron durante el presente mes de noviembre.
Pero todos volvimos a reivindicar los atractivos de la playa de Manzanillo que para Anarsis lanzarse a sus aguas y nadar dice que es la mayor sensación de libertad que ella ha disfrutado y que puede definir.
Palmira en cambio está enamorada de las bellezas de Contramar a pesar de las dificultades que entraña caminar su pendiente que se convierte en movediza por la fuerza de las olas a veces suaves, a veces violentas que arrullan el sueño.
Despues todos hacemos votos para repetir en familia el mismo paseo para el año venidero.