Silvestre Pacheco León
Noviembre 25, 2024
(Primera de dos partes)
El paseo por mar hasta los morros de Potosí se ha vuelto una costumbre familiar durante el otoño como parte del festejo por el cumpleaños de la menor de nuestras hijas. Para el viaje nuestro amigo Audelino Maldonado, en su carácter de capitán de la embarcación, nos cita en la playa Principal de Zihuatanejo con la recomendación de estar puntuales para aprovechar lo fresco de la mañana evitando en lo posible los rayos del sol que en esta temporada pegan de frente.
Es domingo y amanecimos a 21 grados de temperatura. Estamos con luna gibosa menguante, con un cielo nublado.
Los diez pasajeros vamos puntuales y felices disfrutando el fresco de la temperatura que se acentuó con una llovizna de la madrugada y el relativo mar calmo que nos reservó la naturaleza.
Todos vamos con la idea de alimentar nuestro asombro admirando las seis grandes moles rocosas que emergen del océano como continuidad del cerro del Huamilule territorio del municipio de Petatlán en cuyos pies se encuentra la desembocadura de la laguna de Potosí que en este tiempo tiene abierta la barra que comunica la laguna con el mar, en un alarde asombroso de la naturaleza que hasta las ballenas jorobadas viajan desde los fríos mares del norte hasta aquí para retozar y reproducirse desde finales de noviembre y principios de enero.
Cuando recibimos los primeros rayos del sol ya estamos virando a la izquierda de la piedra solitaria, un promontorio de rocas que está enfrente de la bocana de la bahía y funciona como señal para los pescadores que buscan el rumbo de la playa.
Entre los diez pasajeros que llenamos la lancha van incluidos abuelos, hijos e hijas, yernos, nietas y un joven pretendiente.
A la hora de escoger su lugar en el que cada quien se acomoda, nadie le disputa a mi hija Anarsis la proa de la embarcación donde dice sentirse como el marinero Rodrigo de Triana quien en octubre de 1492 fue el primero en divisar tierra firme desde La Pinta, una de las tres carabelas en la expedición de Cristóbal Colón.
Carlos y Alejandro que son los aficionados a la pesca disponen desde el principio sus cañas con los señuelos que casi vuelan con la velocidad de la embarcación.
La más agraciada en el viaje descubriendo los ejemplares marinos es Atenea quien grita al divisar el cadáver inflado de una tortuga adulta flotando en la superficie y esparciendo en derredor el pestilente olor de la carne descompuesta.
Para distraernos de la pestilencia alguien llama la atención para que todos miremos el verde y llamativo color de la selva que en algunos lugares baja hasta la orilla del mar exhibiendo en esta temporada las manchas blancas de los bocotes floreados que algunos han dado en llamar la “nieve costeña” y otros como si se tratara de nubes asentadas en la fronda de los árboles, cansadas de levitar, o como orla de espuma que dejan imaginarias olas del mar.
Después de una hora de navegación llegamos a los morros que desde la playa se ven como cansados animales prehistóricos hundiéndose en el agua. Se trata de seis moles de piedra sólida. Las dos más grandes a la derecha y las otras cuatro al lado izquierdo, todas ellas separadas por unas rocas de escasa altura en el medio que desde lejos parecen un barco que zozobra.
Son las ocho y media de la mañana y estamos frente a los morros de Potosí cuyo nombre comparten con el de esta bahía inmensa acotada al poniente por el estero del ejido del Coacoyul, municipio de Zihuatanejo de Azueta, y al oriente por la laguna del mismo nombre que corresponde al territorio del municipio de Petatlán y en cuya extensión se encuentran playa Larga y playa Blanca las cuales, careciendo de nombres exóticos, tienen el atractivo de sus enormes olas de mar abierto y peligrosas corrientes ocultas, por eso caminando es una manera de disfrutarlas admirando las frecuentes manadas de delfines jugando con las olas, tan cerca de la playa que a veces da la sensación de que quieren salir para explorar más allá de su ambiente natural.
Cuando estamos llegando al máximo atractivo dentro del mar una de las tres líneas de pesca que llevamos tendidas se tensa y rechina, la lancha se detiene y todos gritan ufanos porque ha picado un pez que por su cercanía con la caña le toca a Oliver pelear por él. Es la primera vez que tiene en sus manos una caña que casi lo hace caer por la borda antes que soltarla, por eso pone atención a los expertos que le indican levantarla para emitir un jalón a la cuerda y luego bajarla al tiempo de maniobrar para empezarla a enrollar acercando al pescado a la embarcación.
Se trata de un barrilete de unos tres kilos que emerge del fondo como una centella plateada. Ha peleado por su vida y cansado se deja subir, ignorando que será comido hecho tiritas.
Luego pasamos al espectáculo de los morros que, de acuerdo con los datos de los lugareños, en ellos habita el 60 por ciento del total de las aves marinas que hay en el litoral guerrerense, lo cual explica el tono blanquizco de las rocas debido a la enorme cantidad de excremento que reciben, aunque la ausencia de pájaros en esta hora pudiera poner en duda aquella afirmación.
A todos nos llaman la atención las cuevas cuya entrada se figuran a las puertas de una catedral, como si las manchas en sus paredes fueran signos e inscripciones de lenguajes desconocidos, no propias de humanos.
En el conjunto los morros pueden representar una tercera parte del volumen del cerro del Huamilule y podría alcanzar los cien metros de altura sobre el nivel del mar.
Estas moles de roca sólida que la geografía define como accidentes costeros dan pie a una gran discusión sobre su origen, y lo que llama la atención de los adultos es la opinión que escuchamos de los jóvenes preparatorianos que nos acompañan, quienes creen que la formación rocosa que admiramos se formó con el guano de los pájaros y aves a los largo de miles y quizá millones de años, y no se convencen de nada contrario cuando tratamos de explicarles la diferencia entre el excremento de las aves y pájaros con la solidez de una roca. Lo interesante del caso es que en el momento álgido de la discusión y como apoyo a lo que decimos cae literalmente del cielo un escupitajo en la pierna descubierta de Valentina y de su novio Oliver, la caca tibia de una gaviota que rápidamente lavaron y vieron diluirse con el agua del mar, pero ni siquiera mirando el fenómeno cambiaron de opinión, y eso me recordó que hace muchos años en una conferencia con alumnos de la misma escuela de mi nieta algunas estudiantes creían que el movimiento del mar y las olas lo ocasionaban los peces.
Hemos dado una vuelta a los morros y sentimos que es la hora del almuerzo, que por ser domingo lo haremos al estilo costeño, nuestro café con un bolillo de relleno de cuche como lo dicta la cultura de los zancas.
Ya con el estómago satisfecho la lancha se enrumba hacia la siguiente parada que por unanimidad se decidió que fuera la playa Manzanillo ubicada al oriente de la bahía a la que se puede llegar caminando por un largo trecho saliendo de la playa de la Ropa y pasando la Pedregosa y la Pedregosita. Gracias a su ubicación y a que las lanchas no pueden acercarse por el riesgo de encallar entre las filosas piedras sumergidas, Manzanillo tiene escasos visitantes.