Adán Ramírez Serret
Mayo 23, 2025
Roberto Bolaño estaba obsesionado con la Ciudad de México, con su luz y sus amaneceres, y, sobre todo, con su bruma. Ahí estábamos nosotros, saliendo de la inmensa urbe a bordo de una camioneta. Enfilábamos la inmensa avenida Zaragoza hacia el sur del país, yo iba de guía de una compañía de teatro francesa. Diez personas que venían de Ruan, de la ciudad de Flaubert; acababan de aterrizar y en ese momento les dije que aún hacía falta un pedazo más de trayecto, tres horas y media para llegar a Xalapa.
Yo intentaba enseñarles algo de la ciudad. Comían quesadillas, felices, de maíz azul y quesillo, y miraban la ventana buscando México. Se erigían a los lados el Peñón de los Baños, moteles, el metro, Iztapalapa, Ciudad Neza, Chalco, el Popo, el Izta…, pero no podíamos ver nada, la bruma se interponía, pero eso es mero optimismo literario: en realidad era pura y dura contaminación.
La razón del viaje era el centenario del dramaturgo y narrador Emilio Carballido (Córdoba, 1925-2008). La compañía francesa Catherine Delattres tradujo y montó Te juro Juana que tengo ganas de Carballido con motivo del centenario de su nacimiento, el día 22 de mayo, en el cual habría una función en la sala principal, Emilio Carballido, en su honor, del teatro General Ignacio de la Llave en Xalapa.
La situación es muy emocionante: actores descubriendo un país que han conocido a través de la literatura. Estrenaron la obra de Carballido en enero de este año es su ciudad natal, en plena Normandía. Su repertorio usual es Molière, Chéjov o Shakespeare; pero por motivo del centenario, del talento, de la magia, han decidido poner la obra de un mexicano que ha tenido peso en Francia con obras como Yo también hablo de la rosa, Rosa de dos aromas y Orinoco. La obra la interpretan en francés, pero la forma de hablar, de ser y de sufrir-amar de la gente que vive en México, les es familiar por traer en la mente la obra de Carballido.
Así que somos extraños, jamás nos hemos visto, pero un conocimiento especial nos hace sonreírnos con cierta complicidad: nosotros hemos leído a sus grandes autores franceses; y ellos han leído a Carballido. Así que, poco más, poco menos, nos sabemos cosas íntimas, privadas, nuestros secretos se notan en nuestros ojos. La mirada es de vergüenza por quienes somos, y de orgullo por quienes nos han descrito.
En la Normandía llueve todo el tiempo, pero Xalapa, además de su usual humedad, nos recibe con un calor brutal: todo listo para Te juro Juana que tengo ganas. Pasa el tiempo: ensayos, luces y tramoya y la obra comienza.
El foro se oscurece, conocemos la obra, pero sucede el milagro de la escena. La pieza es profundamente mexicana, aún más, veracruzana, y sin sangre y sin groserías, es mexicana.
La obra funciona de manera prodigiosa en francés: la tensión del amor, la complejidad del envejecimiento, le decisión de ser felices, son parte de la vida. Ahí está la obra de Carballido, plena de vida, divertida, las risas marcan el ritmo, y es profunda también: a todos y todas toca la pobreza, la intransigencia…
En la obra hay muchas referencias a Shakespeare, Cervantes, Esquilo o Sófocles. Hay mucha literatura, pero sobre todo hay vida, aquello que saca la literatura de los libros, y nos recuerda que no usualmente hay un Emilio Carballido. Hay mucho que celebrar, en francés, en español y en todos los idiomas y en los que aún falta que habite Carballido, que nos dice quienes somos y, sobre todo, que falta lo más hermoso todavía. Con todo y bruma o contaminación, México, el mundo, está en los libros.