EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Pequeños actos de fe en voz baja

Federico Vite

Febrero 22, 2022

En el libro de ensayos A small personal voice (EU, Alfred A. Knopf, 1974, 171 páginas), de Doris Lessing, encuentro algunas de las ideas que muestran la convicción de quien anhela oficiar la literatura con ahínco. La literatura sin etiquetas, sin adjetivos. No importa si se está lejos de eso que podría considerarse éxito (muchas ventas, muchos lectores, muchas traducciones, muchas editoriales trasnacionales en bullicio por la obra de un autor). Es decir, un escritor con voz pequeña, ¿cómo oficia la escritura?
Lessing tiene una respuesta que me parece atractiva: “La novela es la única forma de arte popular que queda en la cual el artista habla directamente, con palabras claras, a su público. El novelista habla como individuo a los individuos, en una pequeña voz personal. En una época de arte de comité, arte público, la gente empieza a sentir de nuevo la necesidad de la pequeña voz personal, y esto alimentará la confianza de los escritores y, con la confianza de saberse necesitados, la calidez y la humanidad, y el amor de la gente que es esencial para una gran época de la literatura”.
A small personal voice agrupa una serie de ensayos, memorias, reseñas, valoraciones y entrevistas con Lessing durante un periodo de diecisiete años, desde 1956 hasta 1973. Aparte de la inteligencia de la escritora, este compendio ofrece un testimonio del compromiso y la libertad de la literatura en mayúsculas. Doris analiza algunas cuestiones propias del oficio; en especial, las ideológicas y las estéticas. Nos recuerda, de paso, que escribir no sólo es llenar la plana día tras día, de igual manera que lo haría un autómata. Escribir implica más que sólo vivir. ¿Y vivir? Doris dice: “Me parece, cada vez más, que lo único que realmente importa en la vida no es la riqueza o la pobreza, el placer o la adversidad, sino la naturaleza de los seres humanos con los que uno entra en contacto y la relación con ellos”. Quizá una aseveración como la anterior sólo pueda salir de alguien que ha experimentado tanto la traición como la desilusión, pero de alguna manera sabe que esos encuentros con las personas adecuadas son el único tesoro de estar vivo. Este hecho está vinculado con el proceso de escritura, porque escribir es más que sólo vivir. “Debes escribir, en primer lugar, para complacerte a ti mismo. No deberías preocuparte por nadie más en absoluto. Pero escribir no puede ser una forma de vida, la parte importante de escribir es vivir. Tienes que vivir de tal manera que tu escritura surja de ello”. Me detengo en esta frase porque obviamente habría que cuestionar la persistencia y validez de una aseveración de este calibre. Sobre todo, porque la literatura ya no es lo que era. Ahora está más cerca de un sistema de reproducción múltiple que se dedica a enunciar una crítica, no precisamente a crear; es decir, es un sistema que denuncia problemas de violencia, de género, de abuso de autoridad. Se usa la literatura para focalizar problemas de índole social. Ergo: los escritores parecen mucho más dispuestos a usar la literatura como denuncia. ¿A qué se debe esa predilección? ¿Es un canon del deber ser como escritor? ¿Eso es la rebeldía? Lessing sugiere una respuesta.
Ella, por cierto, no siempre escribió de modo realista, por ejemplo, Memorias de una superviviente (1974), novela en la que se vislumbra una sociedad que ha colapsado. Es una distopía que ahora nos parece una historia costumbrista, pero concebirla hace 48 años no fue algo muy fácil. El pesimismo como brújula es de lo que hablamos. Eso noto en el trabajo de Lessing: un clamor por lo bello ya perdido. Ella esquiva la denuncia para llevar el texto a un punto de transgresión. Me vienen a la mente algunos ejemplos: El quinto hijo (1988), La costumbre de amar (1957) y La buena terrorista (1985).
Recurro a las aseveraciones de Doris porque vislumbro que el panorama literario se está llenando de buenas intenciones y eso ha permitido que la valoración estética quede necesariamente en la redacción y en la puntuación; es decir, se analiza (y se aplaude) la denuncia, o la crítica, porque no se puede, ni debe, criticar una denuncia o una exigencia de justicia. La literatura se ha edulcorado.
En A small personal voice, Lessing también analizó su tiempo e inevitablemente con ello obtuvo una idea más clara de lo que debía hacer: “Como escritora, me interesan en primer lugar las novelas y los cuentos, aunque creo que las artes se influyen continuamente entre sí, y que lo que es cierto de un arte en una época determinada probablemente sea cierto de los demás. Me preocupa que la novela y el cuento decaigan, como formas de arte, más allá de lo que lo han hecho desde la cumbre de la literatura; me preocupa que posiblemente no recobren su grandeza. Para mí el punto más alto de la literatura fue la novela del siglo XIX, la obra de Tolstoi, Stendhal, Dostoievski, Balzac, Turgueniev, Chéjov; es decir, la obra de los grandes realistas. Defino el realismo como el arte que brota tan vigorosa y naturalmente de una visión de la vida fuertemente sostenida, aunque no sea intelectualmente definida, que absorbe el simbolismo. Sostengo la opinión de que la novela realista es la forma más elevada de escritura en prosa; superior y fuera del alcance de cualquier comparación con el expresionismo, el impresionismo, el simbolismo, el naturalismo o cualquier otro ismo”. Para apuntalar ese aspecto, agrega: “Los grandes hombres del siglo XIX no te-nían en común ni religión ni política ni principios estéticos. Pero lo que sí tenían en común era un clima de juicio ético; compartían ciertos valores; eran humanistas. Una novela del siglo XIX es reconociblemente una novela del siglo XIX debido a este clima moral. Si algo distingue a nuestra literatura es la confusión de normas y la incertidumbre de los valores”.
No se trata de que la actual literatura sea una reafirmación de los viejos valores éticos. No. De hecho, la misma Lessing explica: “Hay valores estéticos viejos que yo no acepto. Yo no estoy en busca de placeres familiares. Yo estaba buscando el afecto, la compasión, la humanidad, el amor de la gente que ilumina la literatura del siglo XIX y de las cuales hacen todas las novelas una declaración de fe en el hombre mismo. Esas son las cualidades que no tiene la literatura actual. Eso es lo que trato de decir cuando yo afirmo que la literatura podría ser comprometida. Esas son las cualidades que yo demando y en las cuales yo creo porque son una fuente de compromisos; no puede haber un compromiso sin fe. ¿Compromiso de qué? De no ser propagandista de ningún partido político”.
Con el conocimiento del mundo que Lessing tenía enuncia una certeza: ser fiel, completamente fiel, a la humanidad. Para ella la literatura es una realista declaración de amor. ¿Para usted?