EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Pervivencia y educación integral

Federico Vite

Abril 14, 2020

 

Tras conocer La muerte del filósofo (2004), de Vicente Herrasti, uno queda con ganas de leer más sobre este autor que, para bien o para mal, forma parte de la Generación del Crack (Ignacio Padilla, Jorge Volpi, Eloy Urroz, Pedro Ángel Palou, Ricardo Chávez Castañeda), aunque debe decirse que el trabajo de Herrasti es mucho más ambicioso que el de sus coetáneos y posee, para bien o para mal, la fortuna de preservar lectores como si de un culto secreto se tratara. Otro dato que me parece sumamente relevante, sobre todo en la actual forma de edificar una “carrera literaria” a base de publicaciones anuales, casi siempre en detrimento de la calidad de la obra, es que Herrasti guardó silencio editorial durante trece años. Fue (Alfaguara, México, 2017, 637 páginas) es su novela más reciente y se trata de un documento voluminoso en el que se narra el nacimiento de una religión que pervive en la clandestinidad.
La voz narrativa de Herrasti es un mecanismo cargado de elocuencia que, en grandes partes del relato, se transforma en una constante hipérbole engolada. Pero el lector, eso es un hecho, entenderá que este libro de corte histórico va a contra corriente de los temas que suenan, resuenen y terminan por vender varios ejemplares, en el continente literario.
En Fue se narran las vicisitudes de Evaristo, hijo de Evaristus y la esposa más joven y bella de este caballero, con quien el protagonista del libro iguala en nombre y en proyecto vital, aunque la verdadera constante entre ambos varones es la capacidad para soportar el sufrimiento.
La madre de Evaristo muere envenenada por alguna de las mujeres que comparten lecho con Evaristus y este caballero consuma la venganza asesinando a la homicida y a su familia; eso propicia que Boro ingrese a la trama. Él, tras sobrevivir a la vendetta de Evaristus, da continuidad a la ira, pues regresa la furia desatada por el padre al hijo; quince años después de los hechos sangrientos, Boro rapta al bellísimo Evaristo. Esta parte del relato es inolvidable, pues el adolescente, viva imagen de Apolo, padece una horrenda tortura que deviene en una ofensa atroz. No asesinan al muchacho, simple y sencillamente le desfiguran la cara. Después de este pasaje en el que la violencia incide en la historia, el secuestro desata múltiples asesinatos, surge como un bálsamo la imagen de una diosa blanca, quien literalmente cura a Evaristo. Ya completamente sano, el joven emprende un periplo por las montañas del Kush que culmina con el nacimiento de una religión.
El asunto que destaco de Fue no es la trama en sí ni la estructura aristotélica de la historia sino un hecho que agranda la creación de Evaristo (predecible pero memorable); me refiero a la formación en mayúsculas de una mente y un cuerpo. Antes de que se consumara la venganza de Boro (nombre ideal para un abyecto), Evaristo recibió, gracias a los beneficios económicos de su familia, una educación integral, justamente por ello se sobrepuso al frío, el hambre y la violencia. Tomó las enseñanzas del asceta de la India, Pagala; del hebreo Pinjas, conocedor del Talmud, y de Dionte, quien le acercó literalmente a la sabiduría griega. Entregó treinta rollos venidos de la Hélade, con ellos el adolescente se nutrió de Sócrates, de Platón y de Aristóteles, por ese material también conoció la obra de los grandes trágicos. Me llama la atención que el secuestro orquestado por Boro se consuma en el escenario, ideado por Evaristo, para la representación de Prometeo encadenado. Una explícita manera de consumar las fuerzas invisibles del gran teatro del mundo. A Pagala, Pinjas y Dionte se le debe la educación del protagonista, una formación que prefigura el cristianismo y permite que los humillados y ofendidos se sobrepongan a la adversidad.
Fue no queda únicamente en la historia novelada sino en la construcción de un ser humano que fusiona el pensamiento de su tiempo (Zeitgeist) con la barbarie de la época. Herrasti construye con este volumen un código de conducta de la antigüedad, una manera de replantearnos la violencia y el conocimiento heredados. El autor tomó muchos riegos, pero a pesar de los escollos, salió venturoso en la empresa que (inusitada para la novela nacional) supera el medio millar de páginas.
Es de resaltar la parca labor de publicidad que ofrece Alfaguara en la contraportada del libro: “Amamos sin darnos cuenta y sin saber que al hacerlo salvamos y somos salvados”. Asombra que con tanto material en el libro se use una frase que busca promocionar esta novela como si se tratara de una barata historia romántica. Pero asombra aún más, quizá como una especie de ironía, que bajo el anterior fragmento el lector encuentre este irónico perogrullo: “Los personajes y las situaciones memorables, la manera de abordar los llamados ‘grandes temas’ y el vigor estilístico terminan por descubrirnos a la verdadera protagonista de la novela: la belleza, eterna mediadora entre lo humano y lo divino que sabe decirlo todo sin palabras.” Con este tipo de ayuda es complicado sentir el cobijo de una editorial.