EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Pioneros

Anituy Rebolledo Ayerdi

Febrero 03, 2022

 

(Tercera de seis partes)

Un abrazo solidario para mi
querida amiga María Elena de la Llata por la pérdida de su
compañero de vida, Raúl Alcaraz, un hombre de excepción.

Virgen de medianoche

Hablemos de los “burros” de la primera zona de tolerancia de Acapulco –cerca de la actual calle de Humboldt–. Allí en realidad nada se toleraba. Pues reinaba la dura ley monetaria impuesta por policías, inspectores y padrotes. Y ya que hablamos de congales, burdeles y “cabareces”, recordemos al celebérrimo Foco Rojo presumiendo tener el catálogo a las “señoritas más cachondas del trópico”.
Fue en tal escenario, según los díceres locales, donde el huapanguero Pedro Galindo (La malagueña y El herradero), se inspiró para crear su canción Virgen de medianoche –imprescindible en la voz de Daniel Santos–. El propio autor la cantará más de una vez en los escenarios del hotel de Las Américas.
Zona roja intolerante, decíamos, visitada de madrugada y hasta el amanecer por el personal masculino del hotel de Las Américas, particularmente meseros, cantineros, garroteros e incluso jóvenes bellboys. Una lista mínima, según nuestro proveedor de información: Francisco Bricio Mateos, Enrique Ayala, Erasmo Díaz, Pedro Arciniega, Humberto Ramírez Luviano, Ángel Ramos, Mario Salgado Torres y Guillermo Ramírez, Agustín Piza, Conrado Quiñones, Iván Trejo, Luis Hernández, Bonifacio Canseco, Daniel Castelar, Gustavo y José Márquez. Y más y más inaugurando una tradición gremial histórica.

El Cantamar

La inauguración en 1954 del centro nocturno Cantamar del hotel de Las Américas, constituye todo un acontecimiento turístico, social y artístico. La mesa de honor será ocupada por el gobernador interino, ingeniero agrónomo Darío Arrieta Mateos, relevo del defenestrado Alejando Gómez Maganda, creador de la Escuela de Promoción Agropecuaria y fundador del jardín de niños de Caletilla. También estará el alcalde de Acapulco, el chilapeño Donato Miranda Fonseca, más tarde secretario de la Presidencia con Adolfo López Mateos y aspirante a sucederlo. Jorge Joseph Piedra, periodista nacido en Acapulco y su alcalde por pocos meses en 1960, lo llamará por obvias razones El ministro del odio.
El capitán de meseros pasa revista aquella noche a su tropilla de mandil y charola. La conmina a dar el mejor servicio que nunca hayan ofrecido, poniendo muy en alto los nombres del gremio y de la empresa. Dicho lo cual, los impecables soldados habrán de enfrentarse a un grupo sediento y hambriento, la mayoría exigentes, pero marros con la propina. Y allí van Antonio Soberanis Sotelo, Emilio Bocca, Raúl Cabañas, Ciro Morgan, Ramón Alcaraz, Adolfo Weber, Leobardo Albarrán, Alberto Balderas, José Guadalupe Toledo, Erasto Terán, Feliciano y Luis Meza Castro.

¡Con ustedes…!

Las orquestas que amenizaban aquella primera noche del Cantamar eran, sin duda, dos de las mejores de México: la de Gonzalo Curiel y la de Luis Arcaraz. (El jalisciense Curiel habría compuesta aquí su Vereda tropical cuando caminaba con su pareja por el sendero que llevaba a la playa de Manzanillo. Antes, por supuesto, de la Costera).
“Ladies and gentlemen –anuncia con voz engolada el presentador–, directamente de Cubita la bella, la más grande bailarina que haya pisado México, la escultural, la hermosa, la sensual, la única: ¡María Antonieta Pons!”. La presencia de aquella vestal en movimiento provoca, además aplausos y gritos lujuriosos, un generalizado cruce de piernas por parte de los caballeros. ¿Qué, no estas cómodo?, pregunta una dama a su pareja. ¡No, sí, lo que pasa es que se me entumió la pierna! ¡Anjá, la pierna!
El ballet que acompaña a la diva está dirigido por un bailarín enteco que más tarde será villano y director de cine: Arturo Martínez. Este agradecerá a la tienda local El Faro la confección urgente del vestuario del grupo y a su diseñadora la sanjeronimeña Pachita del Río, esposa de don Alberto Fares.

Las rumberas

El cuarteto formado por Maritoña Pons, sus paisanas Ninón Sevilla, Rosa Carmina y la mexicana Meche Barba dominaron con sus suculentos caderámenes aquel momento sicalíptico de México. Lo hicieron bailar al ritmo de la rumba tropical, un ritmo al que convierten, además, en un popular género cinematográfico, el de las rumberas. Las cuatro serán, por cierto, figuras familiares en los espectáculos porteños.
Maritoña fue sin duda la más popular, particularmente en Caleta y Caletilla, y no precisamente por su “pasito cachondo”, se decía. Las fonderas del lugar juraban –¡por ésta!– que la cubana entraba y salía como ama y señora de la residencia del islote que divide a ambas playas. El propietario era, como se sabe, el general Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente de la República a quien solía llamar Mantecas, por lo choncho. “¡Ni modo que vaya a darle clases de rumba al malnacido ese!”, comentan indignadas aquellas mujeres amenazadas por el patán poblano con echarlas de “su” playa.

Luna de miel en Acapulco

Ante el reportero de policía del diario El Universal, Eduardo Güero Téllez Vargas, un hombre preocupado narra la misteriosa desaparición de su joven esposa en Acapulco. Fue al tercer día de que disfrutaban su luna de miel precisamente en el bungalow Maria Bonita del hotel de Las Américas. Recurre a él porque lo considera el mejor reportero de México y porque no desea la intervención de la policía “pues le saldría muy caro”. El calendario marca el 8 de marzo de 1947.
El periodista acepta ayudarlo proponiendo como primer paso publicar en la prensa la fotografía de la desaparecida, junto con la oferta de 5 mil pesos a quien ofrezca información sobre su paradero. Con la fotografía de Guadalupe del Río en la mano, que tal era el nombre de la desaparecida, Téllez Vargas tiene el primer “pálpito”. Ella, casi adolescente, muy hermosa, el cuerpo llenito pero bien esculpido; él, más que cuarentón, barriga pulquera y francamente feo. “Que cabrona pareja tan dispareja”, piensa el periodista y él mismo se lo explica: él es uno de los principales criadores de cerdos en Pajacuarán, Michoacán.

¿Cómo fue?

El Güero aplica su dominio para “sacar la sopa” a sus entrevistados. El esposo lo pone al tanto de un problema mental de Guadalupe, resultado de una caída de caballo cuando niña. “Desde que llegamos al puerto ella empezó a hablar de cosas absurdas como que haría un viaje a Cuba para encontrarse con un antiguo novio y cosas así. Aquél día estábamos en una tienda del centro donde Guadalupe había comprado una blusa muy ceñida, como acostumbraba usarlas para exhibir sus grandes tetas. Y en una de esas que pega la carrera hasta perderse entre el gentillal del mercado. La seguí y la busqué, pero todo fue inútil, como si se la hubiera tragado la tierra”.
Téllez Vargas ha escuchado como reportero de policía a los más grandes mentirosos y a los más desalmados criminales de México. Cuando Suárez Vargas le dice que su esposa le robó la cartera con los 10 mil pesos del viaje y la pistola que acostumbra traer fajada al cinto, el periodista no duda que el hombre está mintiendo. ¿Cómo es posible que haya confiado tanto dinero y de pilón una pistola a una persona perturbada de sus facultades mentales? ¡Está cabrón! Entonces decide solicitar la ayuda de su amigo Simón Estrada Iglesias, subjefe del Servicio Secreto de la Ciudad de México. Entre ambos preparan el escenario de la confesión.
El Güero presenta al policía como un viejo amigo y que por el gusto de verse se echarán unas copas. Suárez Vargas acepta acompañarlos y lo tres ocuparán una mesa de una cantina preferida por “la secreta”. El mesero está de acuerdo en servir copas con agua a Téllez y al policía y en cambio cargarle la mano al michoacano. Una vez que aquél está “bien pedo”, periodista y policía se lanzan a fondo.
–¿Por qué mataste a Guadalupe, cabrón?, ¡lo sabemos todo! –le dispara Téllez a quemarropa– Suárez se derrumba sobre la mesa. Un no te hagas pendejo, queremos ayudarte, expresado por el reportero, lo hacen reaccionar. “¡A ver, a ver!, ¿cómo está eso de que me quieren ayudar?, interroga. El Güero le explica: “ te estamos ofreciendo librarte de 20 años de cárcel a cambio de 50 mil pesos para cada uno. ¿Cómo? Haciendo aparecer el homicidio como un asalto por bandoleros. Y no nos digas que no tienes dinero, cabrón, porque sabemos que tu fortuna es cuantiosa. ¿Qué respondes?, le urge el policía. ¡Acepto, acepto!, responde aquel con una advertencia: ¡ora que si me traicionan, cabrones, los mando matar como maté a la puta!

El cadáver

Téllez Vargas da a conocer los pasos a seguir. Viajaremos a Acapulco los tres en tu carro último modelo para localizar el cadáver de la mujer y así poder denunciar su muerte a manos de unos asaltantes. Por eso cuando pasemos por el sitio donde la enterraste tocarás tres veces el claxon, pero no te pararás, seguiremos hasta la ciudad para hacer la denuncia correspondiente”. Y, en efecto, la bocina del auto sonará tres veces cuando pasan por un palmar a la entrada del puerto.
La exhumación ordenada por el Ministerio Público no llevará mucho tiempo pues el cadáver estaba a flor de tierra, presentando un balazo en la nuca. El homicida está a punto del desmayo. Se siente mal por los efectos de la cruda y no por los reproches de conciencia. De pronto, la voz atenorada de Téllez Vargas lo sacará de sus negras cavilaciones
–¡Alfredo Suárez Vargas!, ¿por qué mataste a tu esposa Guadalupe del Río?
Fuera de sí por sentirse traicionado, Suárez responde con palabras ininteligibles.
–¡Sí, la maté, la maté, la maté y la mataría otra vez por puta y traidora!, –responde aquél y hace el intento de correr, pero se lo impiden policías locales.

Ante el MP

Ante el Ministerio Público del puerto, el presunto homicida declara que todo había empezado durante la luna de miel en el búngalo María Bonita del hotel de las Américas. Rememora que en la misma cama en la que María Félix se comportó seguramente como una monja michoacana, Guadalupe del Río lo hizo como una auténtica burdelera. ¡Me exigió cosas de sexo que a mis años no conocía, cosas pecaminosas, señor licenciado! ¡Luego, al día siguiente busqué sangre en la sábana y ni una manchita, señor! ¡Y según yo me había casado con la muchacha más recatada y honorable del pueblo! ¡Una cabrona ramera, señor licenciado!
El hombre no parará de hablar: “Dos días con ella me bastaron para conocerla como lo que era. Coqueteaba con los empleados del hotel al grado de que uno de ellos, creyéndola mi hija, me pidió permiso para llevarla a bailar. El primer día fuimos a Caleta donde pasé la vergüenza de mi vida. Guadalupe se puso un traje de baño que enseñaba todo y ahí tiene usted a la perrada detrás de ella. Yo le había sugerido que se bañara como en el río del pueblo, con fondo y pantaleta doble”.
“Pero la mera verdad, señor licenciado, es que no pude soportarle las burlas sobre el tamaño de mi virilidad comparada seguramente con la de antiguos novios. Entonces la odie al punto de decidir deshacerme de ella. La llevé dizque a beber agua de coco en un palmar en las afueras y allí la hinqué para que me pidiera perdón mientras le disparaba un balazo en la nuca. Y no me arrepiento, señor, pues se trataba de mi honor!”

Sólo dos años de cárcel

Por ser Don Dinero un poderoso caballero, Suárez Vargas permanecerá dos años escasos en la cárcel de Acapulco. Lo último que se supo de él fue que, rechazado por los habitantes de Pajacuarán, se mudó a una población cercana donde una noche su casa arde muriendo calcinado.
–¡Hay un Dios! –alzará la voz el padre de Guadalupe del Río, asesinada en Acapulco.