EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Pioneros

Anituy Rebolledo Ayerdi

Febrero 10, 2022

(Cuarta de seis partes)

Tardíamente nos enteramos del deceso de dos grandes amigos, Joel Mendoza Maciel, líder social con quien coincidimos en el Cabildo del alcalde Rogelio de la O Almazán, y Tiburcio N, nuestro bolero del Zócalo durante los últimos 20 años. Nuestras condolencias para los suyos.

Darío Ruesga

Don Darío Ruega coincidía con Félix Martel en que el hotel de Las Américas fue una gran escuela para muchos mexicanos y extranjeros y que en ella se formaron no sólo como servidores turísticos sino como hombres y mujeres de bien. Ruesga formó parte de un grupo de jóvenes pioneros entre los que figuraron Arturo Funes, Paco Escudero, Loreto Domínguez y muchos más, dirigidos por don Julio Fernández, Enrique Rangel y Pepe Miravalles.
Ruesga laboró en el hotel en 1959 cuando fue operado por Nacional Hotelera con el nombre de Prado Américas. Aludía tal denominación a su filiación al Hotel del Prado, en el centro de la Ciudad de México, famoso por su lujo y confort. También por albergar el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, pintado en su restaurante Versalles por Diego Rivera (1948). Deteriorado con el inmueble por los sismos de 1985, fue restaurado por técnicos italianos. El fresco provocó en su momento un gran escándalo por la frase “Dios no existe”, adjudicada a reformador Ignacio Ramírez, El Nigromante, primero tapiada y luego borrada.

Hoteleros

Arturo Funes, por ejemplo, fue hasta su muerte prematura gerente del hotel Posada del Sol. Su familia fue pionera del hospedaje con el hotel Alameda, en pleno Zócalo de la ciudad, en cuya planta baja funcionó el restaurante Tropical, punto de reunión de reporteros. Allí, en una mesa del fondo, armado con una taza de café siempre colmada, León Uris, autor de Exodo y Topaz, entre muchas obras, corrigió una y otra vez el original de su novela Mila 18, sobre los horrores del gueto de Varsovia. Más tarde el local albergará a un restaurante de la cadena Denny’s.
Francisco Paco Escudero, por su parte, se mantuvo dentro del sector turístico siempre en niveles ejecutivos. Fue gerente residente de Las Brisas y llamado más tarde como gerente general de Las Hadas de Manzanillo. Fue maestro de la Universidad Americana y escribió varios libros sobre Acapulco.

Personal de servicio

José Ramos Inclán y Rubén Cortés Domínguez alcanzarán más tarde el liderazgo de la Sección 20. Otros servidores en la lista de Félix Martel: Manuel González, José Borbolla, César Álvarez, Manuel Navarrete, Carlos Moreno, Ambrosio Castillo, Tomás Montero Pérez, Benjamín Ochoa Maturana, Luis Hernández, Víctor Martínez, Adolfo y Emilio Tobón y Rafael Rodríguez, Ángel B. Douje, Jacobo Rivera, Estela Maganda y Graciela Martel.
Santacruz Barrios Gracida, camarista, era tía de los hermanos Javier y Juan Moreno a quienes correspondía ir por ella al trabajo todas las noches. La aguardaban en el tastefree de La Vaquita consumiendo una bolsita de papas fritas y una coca chica para ambos. “Y era que la abuela no concebía que una señorita decente hiciera el tránsito nocturno por las pecaminosas calles de Acapulco. Juan Moreno es hoy distinguido sommelier con su taste-vin (copa plateada) colgada al cuello El padre de ambas fue elegante capitán de meseros.
Hablando de mujeres trabajadoras de hoteles, ya no sólo del Prado Américas, sino de todo el ámbito porteño, nuestro corresponsal Félix Martel enlistó a las siguientes: Eloina Soto Gómez, Flora Alarcón, Ema Trujillo, María Luisa Sandoval, Carmen Villalva Muñoz, Adelina Cisneros, Perfecta Abarca, Julia Valente, Margarita Peláez, María Hernández, Dora Cuevas, Josefina de la Barrera, Felicitas Leyva, María Eugenia Munguía, Olimpia Díaz Vargas, Hilda Moctezuma Hernández y Enedina Soto Gómez, Estela Maganda y Graciela Martel.

La tranza

Silvino Noriega, bell boy del hotel Prado Américas, sale de vacaciones pero las excede con cuatro días y la empresa le rescinde automáticamente el contrato de trabajo. El ometepequense hace todo lo que tiene que hacer para salvar su empleo, pero se encuentra con una muralla impenetrable. El gerente José González Miravalles no lo recibe remitiéndolo al departamento de personal. Noriega pregunta por su indemnización, pero nadie le da razón.
¡La Sección 20! ¡Claro, para eso está el sindicato, para defender a los trabajadores que están al corriente de sus cuotas! El líder de la más poderosa organización sindical del puerto, Martín Sánchez Rodríguez, asegurará al despedido que su caso va por buen camino, que lo está defendiendo con la ley en la mano. “No se desespere, compañero Noriega, esta se la vamos a ganar a esos pinches gachupines. ¡Ah!, compañero, le ruego que pase por las oficinas para recibir una despensita como prueba de nuestra solidaridad gremial. Algo es algo, ¿no?
El optimismo de Noriega es bombardeado por sus propios compañeros de trabajo. “No te hagas pendejo, estas peleando con Sansón a las patadas. Tampoco le hagas mucho caso a ese pinche rata de Martín, te va a vender como ha vendido a muchos compañeros. Lo que debes hacer es poner tu demanda directamente a la Junta de Conciliación y Arbitraje. Arriesgas, eso sí, a que si de chingadera fallaran a tu favor, los coyotes se quedarán con buena parte de la indemnización.
–¿Qué hago, carajo?–, se pregunta un Silvino Noriega angustiado porque hace ya un buen tiempo que vive de pequeños préstamos de familiares y amigos.

El patrón

José González Miravalles es un hispano llegado tiempo atrás dedicado a las actividades turísticas, particularmente en el área de las relaciones públicas. Para afianzarlas se incorpora al periodismo y lo hace en Trópico, el diario más importante de la ciudad, en cuyo directorio aparecerá precisamente como jefe de tales relaciones. Se afilia al Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa, sección 25, y obtiene la corresponsalía del diario Novedades de la Ciudad de México. Publica una plana semanal financiada por empresas turísticas, con información del sector y de la sociedad porteña. (También hispano y directivo del hotel de Las Américas Francisco Torquemada, será corresponsal del diario de Excelsior, a quien, cuando muera, relevará Enrique Díaz Clavel.
González Miravalles es un personaje de la vida social del puerto, siempre presente en los directorios de patronatos, clubes, asociaciones y todo grupo dedicado a esto y aquello. Ya como gerente del hotel Prado Américas, Pepe Miravalles, como es conocido (sin el González, but o course), será entusiasta promotor de los viajes de promoción turística a ciudades estadunidenses, proclamadas como la panacea del turismo y nadie lo pondrá en duda.
En el terreno familiar, Miravalles está casado con la guapa acapulqueña María Esther Tellín Argudín Alcaraz, cuyos padres, Adolfo Argudín Aponte y Adela Alcaráz (la cariñosa “tía Adela” de los Rebolledo Ayerdi) fueron, con su hospedería Miramar, pioneros de la hotelería del puerto. Tellín era una de las cuatro hermanas del almirante Alfonso Argudín, mucho más tarde alcalde de Acapulco. Tenía dos hijos menores.

La corrupción sindical

Silvino Noriega visita a Enrique Díaz Clavel para solicitar su intercesión ante Miravalles, toda vez que son buenos amigos y compañeros de Trópico. “Estoy seguro de que a ti sí te hará caso, paisano”, como le decía por ser ambos de la Costa Chica. Enrique lo hace y el resultado será el esperado y no por ello menos dramático:
–Dice Miravalles que tu indemnización ya se la pagó al dirigente de la Sección 20, Martín Sánchez Rodríguez–, le suelta Díaz Clavel a Silvino y éste estará a punto del desmayo. Desencajado se sienta en plena banqueta de Sanborns. Enrique lo abanica con un periódico hasta que vuelve a la realidad. Ya de pie, fuera de sí, estalla a todo pulmón:
–¡Hijos de sus chingadas madres, los dos. Aunque algo sucio me esperaba nunca pensé que llegaran a esto. ¡Pero estos malditos no se van a salir con la suya… juro por Dios que se los va a llevar la chingada o dejo de llamarme Silvino!

El drama

Al día siguiente, Pepe Miravalles cumple el ritual cotidiano de llevar a su pequeño hijo al colegio Mc Gregor. Estaciona su automóvil en plena avenida Ejido, cerca de la institución, para llevar de la mano al menor hasta entregarlo a su miss. El hotelero se entretiene saludando a quienes hacen lo mismo.
Faltan unos minutos para los 8 de la mañana, la hora de entrada al colegio, y aquello es un relajo de autos estacionados en doble fila y padres corriendo con sus hijos de la mano . “Eso les pasa por no levantarse temprano”, pensará Miravalles, cuyo éxito en la vida lo adjudica a la disciplina. Penetra finalmente al auto y cuando ha metido apenas la llave del encendido, dos hombres penetran abruptamente al asiento trasero. Uno es Silvino Noriega y el otro Bruno Sanguilán. Miravalles no intenta abandonar el vehículo y sólo voltea la cara para enfrentar la amenaza. La violencia verbal entre patrón y ex trabajador será intensa, brutal, aunque breve.
–¡A mí no me va a asustar ningún méndigo hijoeputa por más que acompañado por un sucio matón!… ¡la empresa, sábetelo imbécil, no te debe ni un centavo porque tu indemnización ya se le pago a tu líder la Sección 20… ¿no te acuerdas pedazo de pendejo que tú mismo le diste los poderes para hacerlo? ¡A mi no me vengas con tus coñetas, cóbrale a Sánchez! ¡Y sálganse de mi carro que tengo prisa!
–¡Aquí te va a cargar la chingada, pinche gachupín sanababiche–, grita Silvino enloquecido blandiendo una pistola que ha sacado de entre sus ropas. Acerca la escuadra a la cabeza de un Miravalles empeñado en arrancar el auto, descerrajando un tiro en plena nuca, necesariamente mortal.
–¡Eso querías, gachupín rata !, grita Noriega cuando con su compañero abandona rápidamente el auto.

Pandemonio

Madres de familia que han atestiguado el suceso dan la voz de alarma convirtiendo aquél espacio en un pandemonio. Mujeres y niños gritando y llorando corren para alejarse del lugar muchos sin saber por qué. Noriega y su acompañante aprovechan la confusión para salir caminando y dejar atrás el teatro del crimen. Era julio de 1963.
El escándalo fue mayúsculo incluso fuera del país. La muerte de un periodista al servicio de la gran prensa no era un hecho frecuente como hoy. Se destaca dramáticamente el escenario escolar y la presencia de niños en el momento de la agresión. El Sindicato Nacional de Redactores exigirá justicia y desde luego habrá detenidos entre los curiosos del suceso.
Silvino Noriega será capturado mucho más tarde en Toluca, Estado de México, dedicado al comercio callejero. La nostalgia le ganará muy pronto presumiendo su acapulqueñismo, capacidad para conquistar gringas e incluso de ser clavadista de La Quebrada. Se ganará por ello el mote de El Acapulco, llamando a gritos a sus captores. Y fue que Noriega nunca se enteró de que delincuentes de distintas épocas, huyendo como él a tierras lejanas, atrajeron a sus captores identificándose con el nombre del puerto.
El homicida de Miravalles purgó una condena de varios años. Una vez libre laborará ¡como policía!, pero morirá en su cama.