EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Pistas sobre uno mismo

Federico Vite

Marzo 14, 2017

(Segunda de dos partes)

Patrick Modiano es un autor que define muy bien la idea de George Steiner: “Todos los autores, por más libros que redacten, sólo escriben uno”. El escritor francés condensó todas las cualidades estéticas y temáticas de su obra de manera muy rápida, con leer los tres primeros libros El lugar de la estrella, La ronda nocturna y Los paseos de circunvalación (Traducción José Carlos Llop. España, Anagrama, 20012, 372 páginas) uno comprende fácilmente la búsqueda.
En cuanto a lo estilístico, la prosa de Modiano es elíptica, sus personajes dubitan entre la burla y el escarnio. Definamos, entonces, que la memoria, en el caso de Modiano, es justamente la indagación de un delirio, una coqueta inmersión a los claroscuros de un hombre y sus orígenes. Modiano, con las tres novelas referidas, sondea la Ocupación de París. La respuesta a esta elección temática, como veremos al final de este breve comentario, es de una honda intimidad.
Los padres de Modiano son Albert Modiano (1912-1977), descendiente de una familia de judíos italianos que se habían instalado en Salónica, de ahí migró a París, donde conoció a la madre del escritor, la actriz belga Louisa Colpijn, conocida como Louisa Colpeyn. Se enamoraron durante la ocupación alemana de Francia, tuvieron que vivir a salto de mata y se casaron en noviembre de 1944. Patrick nació en 1945. Fue el primero de los hijos. La infancia de Modiano se caracterizó por las continuas ausencias del padre, empresario que hacía frecuentes viajes al extranjero, y las eternas giras de la madre. Así que el escritor se unió más a su único hermano, Rudy, quien nació en 1947 y murió en 1957. Todas las obras de Modiano, desde 1967 hasta 1982, están dedicadas a Rudy.
Básicamente la proposición estética de este autor consiste en el trabajo evocativo de un momento preciso, un hecho en el que los personajes perdieron la pista de sí mismos. Modiano construye la atmósfera de las novelas sin melodramas, con la información necesaria para dotar emotivamente a los personajes y sus circunstancias. La atmósfera es el estilete que lo caracteriza. Sus narradores, en este caso una exploración de la primera persona del singular, detallan lo grisáceo de los recuerdos, el oleaje con el que se refrescan o se agotan los pasajes memorables de una vida. Tan simple como eso, tan complejo como eso. Modiano no es Marcel Proust. No hace hincapié en los rituales cotidianos para reconstruir ese tiempo en la existencia de un personaje. No. Me parece que la niebla y la lenta forma de clarificar los personajes, así como los hechos, hacen el estilo Modiano. Él trabaja en la recuperación nostálgica de la memoria y para ello, aparte de la atmósfera, se apoya en una prosa que recurre constantemente a la elipsis y el monólogo interior.
Tome en cuenta que hablo de las tres primeras novelas del Nobel; alguien que dista mucho, tanto temática como estilísticamente, de lo hecho por Vargas Llosa, García Márquez, Bob Dylan, claro está, pero sí dialoga enfáticamente con Elfriede Jelinek y con Wole Soyinka. Modiano está lejos de ser un rockstar, tiene pocos pero fieles lectores, se enfrasca en diseccionar personajes que colaboraron con los nazis, aunque no se dieran cuenta inmediatamente de ese hecho. Construye un discurso en el que la voz en primera persona trata de asir lo poco que le queda, es decir, los gratos recuerdos, pero siempre con un tremendo dejo de soberbia, porque esa voz cuenta las cosas como si se tratara de lo más importante del mundo y, en cierta forma, lo es. Porque lejos de la frivolidad aparente, de la brillantez o lo afilado de la prosa, Modiano es humilde, sigue el magisterio que Céline nos heredó con Viaje al final de la noche (1932).
El primer Modiano apuesta por remover escombros de una manera iconoclasta y, sobre todo, por criticar la imagen del padre. Heridas que no pueden considerarse una casualidad en la ficción; por ejemplo, pensemos en este fragmento de Los paseos de circunvalación: “No es que me haga especial ilusión dar su pedigrí. Tampoco lo hago porque me importe la dimensión novelesca, pues carezco por completo de imaginación. Si me intereso por estos desclasados, es para pasar por ellos, con la imagen escurridiza de mi padre. No sé casi nada de él, pero me lo inventaré”.
En El lugar de la estrella, el lector conoce a un acaudalado judío antisemita que intenta hacerse hombre como proxeneta; es amigo de colaboracionistas. Estructura, gracias a sus amistades, un argumento que bien podría entenderse como el nacimiento del antisemitismo; incluso, el protagonista despierta, luego de un tiroteo, con el doctor Freud y afirma que es judío, pero no lo soporta.
En La ronda nocturna, Modiano confirma sus conocimientos sobre una ciudad que describe desde diversos ángulos, París; en esencia desmenuza lo que ocurre en el distrito XVI, es justo antes de que lleguen los nazis y echen a perder la vida nocturna, donde los gángsters y las prostitutas animan un poco la doble vida de un agente, un traidor que intenta quedar bien con Dios y con el Diablo. Trabaja para la Gestapo y para la Resistencia. Obviamente no saldrá bien librado de esa encrucijada.
Los paseos de circunvalación básicamente es la biografía novelada del padre, un hombre que trataba con monstruos, con los amos del crimen, coquetea con los nazis. Habita el hampa, es un judío acorralado por los traficantes. Quizá, como ha comentado Modiano en varias entrevistas, no es justamente la Ocupación lo que ha descrito sino que husmea en las huellas de su linaje. “Ahí encuentro la luz incierta de mis orígenes, donde curiosamente todo se derrumba, donde todo vacila. Ahí donde la ciudad arroja sus desperdicios, ahí está nuestra patria”, dice el escritor.
Esta primera etapa de Modiano retoma lo más atractivo de Voyage au bout de la nuit, de Celine. Se enfrasca en trabajar monólogos interiores, abre y cierra el compás de una exploración tanto física como emocional de París. Fundamenta la estilización del recuerdo, y esa prosa se irá moldeando hasta alcanzar lo que denominaron “estilo modiano”, que, insisto, no es otra cosa que la continuidad de lo propuesto en 1932 por Celine. Aunque los judíos, París, la Ocupación, el pasado, la reconstrucción de eso que él llama orígenes, la importancia de todo ello (música y libros de la época, diarios, folletines) rebasa la mera anécdota personal y se transforma en una cualidad estética; en ello radica la importancia y el legado que deja Modiano: alguien que busca esos fragmentos de sí mismo, como si fuera detective, en los rasgos de su escritura. Que tengan un buen martes.