EL-SUR

Lunes 14 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Playa Larga… y ancha

Silvestre Pacheco León

Marzo 28, 2022

Es de las pocas playas del extenso litoral del Pacífico cuyo disfrute está limitado a los que conocen de olas impetuosas y corrientes marinas traicioneras, que a veces cobran su presa en los bañistas osados que sacan valor de sus cuerpos alcoholizados.
Pero eso se compensa con todos los atractivos que ofrece, tan cerca de Zihuatanejo y lejos de aglomeraciones y ruidos que impiden el descanso y el relax. Playa Larga es toda una experiencia en materia de disfrute vacacional, empezando porque en esta época, aparte de larga ahora es también ancha debido a que el mar se ha retraído, alejándose de la playa una buena cantidad de metros.
El desierto de arena que queda al descubierto algunas veces se ve compensando con las lagunas a la mitad de la playa formadas en la noche por las olas de la marea alta y si uno llega temprano por la mañana los niños disfrutan en estas albercas naturales de agua tibia sin necesidad de excavar un hoyo intentando llenarlo a cubetadas, en un cuento de nunca acabar.
Desde el primer estero del ejido del Coacoyul, en el que se puede remar, hasta la enorme, navegable y paradisiaca laguna de Potosí, al oriente de la bahía, no hay una sola piedra como obstáculo emergiendo del mar como en otras playas. Toda es arena suave con cangrejos y conchas de mar para el recuerdo.
Playa Larga es un paseo inigualable de contacto directo con la naturaleza. Aquí se avistan ballenas, tiburones y manadas de delfines mansos y juguetones dando la bienvenida a los visitantes con el agua fría de la temporada.
Para quienes practican la caminata en la arena y les gusta disfrutar de los rayos del sol y el viento marino, este es el lugar ideal porque rodeados del color verde de las huertas de cocoteros y del azul infinito del mar y el cielo, uno vive a plenitud la libertad a flor de piel sin quedar en medio de la disputa que entablan en otras playas quienes pretenden ser dueños de la zona federal.
La playa es tan amplia que cada quien puede escoger su lugar disfrutando simplemente del paisaje mirando las aves marinas que pasan volando por encima de nuestras cabezas o en picada para pescar su presa.
Es un desfile de paseantes todo el tiempo y solo cuando el candente sol abrasa, la gente se recoge a su sombra mientras pasa el sopor del medio día.
Si le gusta pescar con anzuelo desde la playa no quedará defraudado por la picazón de peces, y lo mismo si su afición es el uso de la atarraya, aquí la pesca es abundante. Eso lo saben las garzas, buzos, pelícanos y gaviotas, por eso vuelan y pasean sin ocuparse de los turistas. Sólo las diminutas aves corredoras (Calidris) que como pollitos recién nacidos caminan nerviosas siguiendo el ir y venir de las olas del mar, porque dejan al descubierto su alimento de larvas, gusanos y moluscos, temen a la gente y corren y vuelan veloces huyendo de su presencia.
Claro que el paseo también se puede hacer a caballo, alquilado con anticipación en la caballeriza instalada muy cerca con ese propósito. Quizá en su próxima visita las autoridades medio ambientales hayan puesto remedio al acceso de los vehículos a la playa que la toman como pista de carreras sin miramiento por la presencia de la gente ni por el ruido ni por el daño que causan a los seres vivos de la arena.
Hay aquí abundantes lugares para pasar la noche, hoteles, posadas y cabañas para quienes quieran vivir la experiencia de las lunadas con fogatas y quizá hasta pueden tener la suerte de encontrar una tortuga gigante saliendo del mar para acompañarla hasta el mismo lugar que por generaciones han escogido para desovar.
Otro atractivo importante en la playa son las enramadas de comida típica costeña con sus guisos de pescados y mariscos acompañados de la refrescante agua de coco.
Eso sí, siempre resulta conveniente llevar consigo una sombrilla si quiere uno satisfacer el deseo de estar muy cerca del mar, mojándose los pies o simplemente arrullándose con el rumor de las olas.
Si opta usted por la sombrilla provéase de una pala o de algún objeto sólido que le facilite excavar un hoyo para plantarla en la arena, siempre con cierta inclinación favorable a la orientación del viento para que no se vea usted en la penosa circunstancia de quedarse sin ella porque el fuerte viento la puso de revés doblando sus varillas, siendo motivo de la risa de sus vecinos al ver rodar la sombrilla.
Esto lo comento por la experiencia que me contó un amigo de mi amigo quien no se aguantaba la risa recordando su experiencia.
Dice que, habituado al paseo dominical con su pareja en esa playa, llegó temprano y lo primero que hizo fue plantar su sombrilla junto al mar, y bajo su sombra se pusieron a disfrutar el paisaje. Era un día especialmente ventoso cuando miraron llegar a una pareja de vacacionistas como ellos, que parecían dispuestos también a pasarse el mejor día de sus vacaciones. Traían para el efecto, una sombrilla que el hombre cargaba como un carcaj en la espalda compartiendo con su mujer el peso de la hielera que por el esfuerzo que hacían se adivinaba llena de bebidas y botanas.
Elegido el lugar lo más cerca al mar cada quien se hizo cargo de las ocupaciones que le son propias a cada sexo. La mujer se sentó sobre la hielera esperando que el hombre hiciera la sombra.
Como no llevaba una pala para excavar fue víctima de la inexperiencia, hizo el hoyo con las manos, lo más profundo que pudo, que en realidad no fue suficiente para soportar la sombrilla amenazada por el viento, por eso en un primer intento no pudo abrir y sostener la sombrilla porque el viento se lo impedía, y era una guerra que se inició de pronto frente a la mujer que se moría de risa mirando al marido luchar contra el viento sin acudir en su ayuda. Cuando por fin pudo el hombre tener el dominio pleno del artefacto volvió a intentarlo, pero la primera experiencia se volvió a repetir, ahora de manera desastrosa porque en ese intento vino una nueva ráfaga de aire que hizo volar la sombrilla poniéndola de revés mientras el hombre indeciso, no sabía si correr para alcanzarla o dejarla perderse entre el breñal. Lo decidió el gesto de su mujer, que ya acalorada, se echaba viento con el abanico.
Más apenado que enojado el hombre regresó con el despojo bajo el brazo para seguir a su mujer, que ya había elegido el restaurante frente al fallido intento de tener su propia sombra, mientras el amigo de mi amigo dijo que se resistió estoicamente a la sugerencia de su esposa de que en su momento fuera en su apoyo, porque le pareció que en esas circunstancias la mejor ayuda para el hombre era hacerse el desentendido. Después le reclamó a su mujer porque esperó en vano su reconocimiento por la destreza que tuvo para sembrar su propia sombrilla.
Me resultó buena la advertencia para que quienes vengan no olviden traer sombrilla y pala que puede ser pequeña como las de juguete, una de esas es suficiente, así, ¡felices vacaciones!