EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Plumas acapulqueñas (II)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Diciembre 22, 2016

Secuestro

“A mi padre la edad lo serenó, lo ponderó y le convirtió el carácter en algo dulce y bondadoso. A sus ochenta años trabaja en su taller de escultura y el 17 de febrero de 2004 lo secuestraron, al sacarlo de la iglesia de Cristo Rey donde diariamente escucha misa y comulga.
Se lo llevaron a las 8 a.m. y él se escapó de sus captores.
Lo vendaron y lo sometieron en una camioneta donde, en el piso, lo llevaron a la colonia Bonfil en una huerta de coco; lo amarraron con alambre de cobre al sol y desnudo. Se ampolló de toda la piel y se rasgó las muñecas.
Al caer la tarde, sin agua ni comida, observó que sus captores jugaban baraja y bebían. Movió el alambre y lo rompió, y al obscurecer se salió por la playa, junto a las olas; lo revolcó el agua y caminó por más de una hora. Hasta que llegó a un restaurante donde lo bañaron, le dieron una toalla para que se tapara y hablaron a la casa, donde lo aguardábamos. A las 12 de la noche ya estaba con nosotros.
Le preguntas qué haría con los sicarios y contesta: Les besaría las manos por tres razones. La primera porque, según explica él, tomaba ocho pastillas diarias para el corazón, la circulación, la úlcera y demás enfermedades; lo tuvieron 16 horas sin agua ni comida ni medicinas, y salió adelante. Lo que prueba que no necesitaba aquellas y que su demanda era más mental que física.
Lo segundo, estrechamente ligado a lo anterior, en razón de que es cardiópata con medicamentos continuos, y todo el tiempo que estuvo estresado, bajo presión y secuestrado, con la adrenalina, el corazón no le dio molestias ni en su captura ni en su fuga ni en su arribo a casa.
La tercera: “Porque no viví mi vida durante los últimos doce años por añorar y soñar con la galería que tuve que cerrar, la posición artística y económica de tener un escaparate. Y sólo con el secuestro me cayó el veinte; me di cuenta que tengo ochenta años y aquello nunca va a volver. De aquí en adelante voy a vivir intensamente todos los días que me queden como si fuera el último día de mi vida”.
Estas razones le prueban a él que sus males son más de la cabeza que de la realidad, por lo que está agradecido con sus captores.

Miguel García Maldonado
(Notario Público No. 10)
Cuentos de familia
Scripta / Cuatro Vientos, 2011

Vida cotidiana

“Bajo el delito de hechicería, la Inquisición persiguió diversas prácticas que forman para de un sistema de supervivencia de ritos y actos tradicionales encaminados a lograr diversos fines. Es importante anotar que se trata de una conjunción de elementos de magia erótica resultado de la fusión sincrética de tradiciones indígenas y africanas.
La influencia africana se ubica temporalmente entre 1614-1630 pues fueron los años de su inmigración masiva. Según las fuentes encontradas en el Archivo General de Indias por Nicolás Ngou-Mve, en Acapulco se encontraban al menos tres “refugios” que albergaban a más de 300 negros rebeldes.
Algunas personas del puerto de Acapulco acuden a la afromestiza Cathalina Gonzá-lez para solicitar “trabajos” amorosos. Para recuperar amores perdidos, para deshacer un hechizo atrayendo a la persona amada o bien para echar la sal a la rival en amores. Desde el momento en que Catalina y sus amigas realizan esas prácticas están en el ámbito del demonio. Lo están porque la sexualidad es considerada el mal y aunque otras mujeres las practiquen, las afromestizas lo encarnan en sus personas. Así, al concentrar el mal en unas cuantas mujeres, se puede exonerar a las bien portadas permitiéndoles encarnar el bien de la procreación.
Dada la vulnerabilidad de sus reputaciones, Cathalina González e Isabel de Urrego son acusadas de hechicería y convertidas en víctimas sacrificables por el Santo Oficio. El argumento: “mantener la cohesión social y el orden establecido”. Por ello ambas mujeres son juzgadas en un Tribunal constituido por hombres blancos, en función de un edicto formulado por españoles y de acuerdo con un régimen masculino que determina el régimen de verdad.
Por tener otros dioses y mantener un corpus de saberes proscrito, Cathalina e Isabel se hicieron acreedoras al precepto bíblico del evangelio según San Juan: El que no pertenece a mí, será echado fuera como el sarmiento inútil y le tomarán y arrojarán al fuego y arderá.

Luz Alejandra Cárdenas San-tana
Mujeres de origen africano en Acapulco, siglo XVII
Centro de Investigación y posgrado UAGro

La confesión

“–…Es que yo no sé nada, yo no sé por qué me detuvieron –insistió José Manuel.
–¡Déjemelo a mí, jefe, yo voy hacer hablar a este hijo de la chingada!
Uniendo la voz a la acción, el hombre dejó caer la base del cargador de su metralleta Uzi en la cabeza del detenido, provocándole una herida de tamaño regular por la que inmediatamente brotó sangre a raudales. El detenido sintió correr el tibio líquido sin ninguna expresión de dolor, de algún modo se había resignado a su suerte. Uno de los jefes sólo comentó “¡Ya le partiste la madre, cabrón!”, obteniendo como respuesta: “¡Deje que se lo lleve la chingada, jefe!”. Entre la penumbra del cuarto, el detenido pudo distinguir un rostro que no olvidaría jamás:
–A ti te conozco, ¿dónde te he visto? ¿Tú no me conoces? Soy Wilfrido Castro Contreras, comandante de la policía judicial de Acapulco, cabrón.
–Mucho gusto, señor.
No obstante, el interrogatorio continuó:
–Ya tus compañeros dijeron toda la verdad, tú te llamas Jorge Gómez Salas, alias Juan Manuel, y eres de los hombres de confianza de Carmelo Cortés. ¡Tú llevas a la gente a la casa de ese cabrón y ahora nos vas a llevar a nosotros!
Como el detenido siguió negando conocer el domicilio solicitado, los golpes y toques eléctricos se multiplicaron. Lo subieron desnudo a una mesa rústica atado de pies y manos. El degenerado le agarró ambos testículos firmemente con una mano, mientras que con la otra le acercaba una navaja. El acero pegaba a la piel. El instinto de conservación le aconsejaba que hablara, ¡ya!, pero algo en su interior se resistía pues no podía ser tan débil y entregar a sus compañeros solo por salvarse él. Después de todo nadie le garantizaba que eso le salvaría el pellejo. En ese momento pasó vertiginosamente por su mente la historia de su vida. La imagen de sus seres queridos lo ayudaron a soportar lo insoportable.
–¡Si no hablas te voy a cortar los “güevos” para que se te quite lo machín, así que empieza ahora, cabrón!
Si me van a castrar me van a matar y si me van a matar no les digo nada, pensó el detenido.
–¡Canta o te los corto de raíz, cabrón!
La respuesta llegó categórica y se resumía en tres palabras:
–¡No sé nada!
–¡Ah, muy bien, machín! Ahora vas a ver lo que te espera; ¡conmigo todos hablan, ya verás cabroncito…!
Continuaba en la mesa boca arriba, sin venda, de modo que pudo ver que su verdugo tomaba un pedazo de “mecahilo” delgado para hacerle un nudo corredizo. Luego se acerca a él para atar sus testículos con la soga.
El hombre empezó a jalar el “mecahilo” hacia arriba mientras su víctima hacía un esfuerzo sobre humano para contrarrestar su propio peso, arqueando de en medio su cuerpo. Procuraba hacer un puente al apoyarse con los talones y la cabeza en la mesa de torturas; sudaba copiosamente y sentía desfallecer. Por si fuera poco, al verdugo se le ocurrió levantar los testículos con una mano mientras que con la otra abierta los golpeaba. El dolor era insoportable, los gemidos lastimeros.
Por fin llegaba en su auxilio el desvanecimiento salvador y el verdugo seguramente descansaba. Empezaba a reaccionar y la dosis de martirio se repetía, pero finalmente la necesidad del detenido se impuso y fue devuelto a su prisión en la base aérea de Pie de la Cuesta. Se escuchaban las notas de la música que amenizaba el tradicional baile sabatino de “El Aterrizaje”, a unos doscientos metros de su encierro…

José Arturo Gallegos Nájera
La guerrilla en Guerrero. A merced del enemigo
Casa del Mago- 2009

Carmelo Cortés

Carmelo Cortés Castro, brazo derecho del profesor Lucio Cabañas en la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres. El amor de una mujer provocó su destierro y el que en Acapulco decidiera organizar un nuevo frente guerrillero: las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Fue ultimado en 1975 por agentes de la policía judicial en las faldas del cerro de “Las Tetillas” y trasladado su cuerpo al DF para aparentar su muerte en una de sus calles. Todo para quedarse con la mochila del guerrillero cuyo contenido era un millón y medio de pesos, producto de un asalto bancario

Simón Hipólito Castro
Carmelo Cortés, su lucha, sus FAR, la traición, su muerte.
Edición particular

Fue otro el que cayó

Cuentan que en uno de los viajes del licenciado Alemán a Acapulco, siempre rodeado de políticos en busca de mejores posiciones y estando en vísperas de designar candidato a gobernador del estado, acompañaban al presidente Donato Miranda Fonseca y Alejandro Gómez Maganda. Ambos aspirantes aunque en opinión general ya todo estaba cocinado a favor de Miranda.
El licenciado Alemán decidió pasear en su yate Sotavento por Zihuatanejo y al regresar todos bajaban con la agilidad de que eran capaces. Miranda saltó al lado del presidente, Gómez Maganda, por molestias en las piernas, no pudo y no aceptó que nadie le ayudara y trató de brincar; al no alcanzar la orilla cayó al mar. Un ayudante de Miranda le informó y este a su vez le comunica al presidente
–¡Señor, se cayó Alejandro!
–¡El que se cayó fue otro, licenciado! –le contestó Ale-mán yendo presuroso a rescatar a Maganda de las aguas del mar.
A partir de ese hecho todos supieron que Miranda Fonseca nunca sería gobernador de Guerrero y que el bueno era Gómez Maganda.
Miranda Fonseca no sabía perdonar y se dedicó a intrigar ante el nuevo presidente de la República para hacer fracasar a Gómez Maganda.

Pedro Huerta Castillo
Once gobernadores y un periodista
Papeles del Sur 1997
Donají