EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Plumas acapulqueñas (XI)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Febrero 16, 2017

Los yopes

Cuando los españoles arribaron a tierras mesoamericanas, en lo que es hoy el estado de Guerrero ya se encontraban establecidos los señoríos de Acapulco y Yopitzingo. Dominaban en ellos la etnia yope (“los que arrancan el cuero”). que adoraban la deidad Xipe-Tótec (“nuestro señor el desollado”). Un dios de la primavera que renovaba la vegetación, simbolizada por la piel desollada o cáscara de la fruta que cae para dar lugar a la nueva planta.
El dominio yope del sur comprendía la totalidad de los actuales municipios de Acapulco, Coyuca de Benítez y Juan R. Escudero. Se trataba de un señorío mayor (cabecera de provincia), al que ocho tribus vecinas rendían tributos. Poseía alguna influencia cultural y militar lo mismo que un elevado nivel económico. Se hablaba una lengua diferente a la de México, o sea, el yope, una variante dialectal del tlapaneco que, al parecer, todavía se habla en algunas poblaciones como Atlixtac.
Samuel Villela, antropólogo del INAH, retrata a los yopes como una tribu semi sedentaria. Hombres valientes de arco y flecha, muy morenos, cubriendo el cuerpo con cuero de venado. Ellas, por el contrario, eran muy blancas e incluso bellas; totalmente desnudas cuando doncellas y cubiertas con palmas una vez casadas. Extrañamente, los niños yopes eran circuncidados sin saber los padres por qué y para qué, simplemente cumplían una tradición de sus mayores.
Además de maíz, en Acapulco se producía frijol, cacahuate, jitomate, chile y cacao; se recolectaban yerbas y frutos silvestres, ciruelas, guajes, camotes, quelites, verdolagas etc. La dieta procedente de la caza tenía gran importancia, en tanto que los yopes eran muy buenos cazadores. A los niños se les dotaba a partir de los siete años de arco y flechas, enviados a cazar al monte. Si regresaban sin venado, ave o conejo se exponían a duras azotainas o a quedarse sin comer.

Narices

El matrimonio tuvo importancia capital entre los yopes. Cuando un joven sentía necesidad de mujer, pedía a sus padres pedir la mano de la novia. Antes de concederla o negarla, el padre de la dama interrogaba al novio sobre sus aptitudes laborales, frente a un hacha, una coa (instrumento agrícola) y un mecapal. Aquél debía escoger el instrumento de su futura ocupación, convenciendo al suegro de su apego al trabajo. Consumada la unión, y más temprano que tarde, el marido dejaba de trabajar, lo que significaba una afrenta para la esposa. Los suegros se aparecerán de nuevo en aquel hogar para echar al flojo de la casa.
Ahora bien, “cuando una mujer casada era tomada en adulterio, el marido de ella la llevaba junto con el adúltero ante el ‘Señor del pueblo’. Allí, delante de todos cuantos presentes estuvieren, el Señor ordenaba al marido engañado arrancar a mordidas las narices de los amantes. Los desnarigados huían avergonzados y los presentes aplaudían a la justicia. Ahora bien, si por segunda vez adulteraban, aunque fuese con diferentes personas, entonces la pareja era apedreada hasta morir” (Folio 75 Códice Tudela).
Muy ajeno a los tenochcas aztecas, el yope fue un pueblo irreductible, nunca sometido. Se decía, incluso, que los emperadores mexicanos le temían por bravos. Es memorable la rebelión de aquel pueblo contra la corona española en Cuautepec (1531). Aniquilados todos sus líderes, los sobrevivientes se remontarán a las serranías hasta desaparecer.
Raúl Vélez Calvo. Acapulco prehispánico. Acapulco la ruta del Sol. H. Ayuntamiento Constitucional, Mayo 2005.

Chinos

Por ahí de mayo de 1997 llegó a Acapulco un barco de la armada de la República Popular China, como suelen llegar de otras nacionalidades. Puerto al fin pero no cualquier puerto, al menos para los chinos.
Los visitantes traían de todo en su barco y entre ese todo estaba una fabulosa banda de música que sus mandos ofrecieron para un concierto en la plaza principal del puerto, concretamente en una adefesio que se conoce como kiosco.
Los chinitos descendientes de mandarines llegaron a las 8 de la mañana con sus instrumentos y sus blanquísimos uniformes de gala: ¡sorpresa!: nadie los esperaba para atenderlos. A los chinos, sin embargo, esto les valió madres disponiéndose a acomodar sus instrumentos en la parte alta del kiosco: ¡otra sorpresa!, el kiosco y sus alrededores estaban llenos de basura e incluso mojones de caca humana. Los chinos, atónitos, se preguntaban ¿qué es esto, calajo, a qué país llegamos? Basura y caca por doquier. Así estaba y así sigue el centro de Acapulco. ¡Por favor!
Los chinos corrieron a su barco fondeado en la bahía, solicitaron más personal y se avituallaron de escobas, trapeadores, cubetas y agua. Regresarán al Zócalo para proceder, sin pena alguna y sí con mucho orgullo, a barrer y trapear toda aquella superficie. Habitantes y turistas aplaudieron a rabiar a los músicos chinos tanto por sus intervenciones musicales como el ejemplo dado ¡Qué vergüenza!
–¡Señor, los chinos están barriendo el zócalo!, –le informan al alcalde.
–¿Al público, con su música?, –indaga don Juan.
–¡No, señor, con sus escobas y trapeadores!
–¡Ah chingá chingá!
–¡Que vengan los chinos más seguido! –fue a partir de entonces una demanda de los acapulqueños al cruzar por mera necesidad la infecta plaza Alvarez.
Armando Pedraza León, periodista. Guerrero a manos del PRD (?). Editorial Humanidad, 1997.

Terratenientes

El acaparamiento de tierras en Acapulco tienen una fecha de inscripción: 22 de agosto de 1900, sección primera, foja 52 (vuelta), del tomo uno del Distrito de Tabares. Ese día, Abundio Farías, apoderado de Ignacio Rodríguez, vendió a Guillermo Stephens, gerente de la Sociedad Mercantil Stephens y Compañía, la hacienda denominada El Potrero, situada al oriente del puerto. Stephens y sus hermanos, comerciantes de origen inglés, adquirieron entonces más de mil 500 hectáreas colindantes con Puerto Marqués, Tres Palos y el océano Pacífico. Otros de los primeros grandes terratenientes de Acapulco fueron inversionistas norteamericanos infiltrados en la Compañía Constructora Rural SA de CV, empresa que les sirvió de prestanombres.
En 1932, el gobierno estatal del general Castrejón expropió todos los terrenos del litoral de la bahía, desde el castillo de San Diego hasta la playa de Hornos, una superficie llamada Las Huertas, sembrada por miles de palmeras en plena producción.
La expropiación fue ejecutada aprovechando la presencia en el puerto del presidente de la República, ingeniero Pascual Ortiz Rubio, invitado por el general Juan Andrew Almazán, su secretario de Comunicaciones. Se constituye entonces la “Compañía Impulsora de Acapulco”, presidida por el propio “Nopalito, como apodaban a Ortiz Rubio. “No por no poder – se aclaraba–, sino por “baboso”.
La primera venta se fragua en aquel mismo momento. El secretario Almazán compra poco más de 200 mil metros cuadrados por los que paga, tratándose de quien se trataba, a razón de 3 pesos el metro cuadrado. Construirá en aquel predio un hotel con nombres sucesivos de Hornos, Anáhuac y finalmente Papagayo. Misma superficie expropiada en 1979 por el gobernador Rubén Figueroa Figueroa mediante el pago de una indemnización de mil pesos por metros cuadrado. Hoy parque Papagayo.
Los acapulqueños propietarios de aquellas miles de palmeras en producción, fueron indemnizados pagándoles a 20 centavos el metro cuadrado. Entre otros, los Pintos, los Escudero y los Olivar.

Azcamil, SA

Más tarde vendrán los Perrusquía –Melchor, Manuel y Ernesto–, quienes lograron acaparar mayores predios: de 1949 a 1966 registraron 78. Asimismo, los Azcárraga hicieron su primer registro en 1936 y posteriormente a través de Azcamil, S.A, adquirieron a partir de 1953, 44 propiedades, difíciles de cuantificar, aunque prácticamente son dueños de la zona denominada Magallanes.
Al lado de los capitanes de empresa y banqueros, que escogieron las mejores tierras de la bahía, los políticos no se quedaron a la zaga adquiriendo numerosas hectáreas y lotes no menores de mil y 2 mil metros cuadrados.
Asimismo, Miguel Alemán compró 90 hectáreas en San Marcos, a un precio de 7 mil 500 pesos. Y en Puerto Marqués adquirió los lotes números 54.60 y 74 con superficie total de 180 mil metros cuadrados, que en 1951 le costaron 18 mil pesos.
Guillermo López Portillo y Miguel Osorio Marbán adquirieron terrenos en Costa Azul; Jorge Díaz Serrano y Julio Hirsfeld Almada, en Las Playas; los Martínez Domínguez y Jesús Robles Martínez en Granjas del Marqués, Copacabana y Progreso; Arsenio Farell en Punta Guitarrón, Gustavo Díaz Ordaz Borja en Las Brisas y muchos más.
Sin embargo, al ampliarse la zona turística hacia Punta Diamante, nuevos inversionistas se hicieron presentes y hay evidencias que los barones del narcotráfico han adquirido predios y construido hoteles, restaurantes, centros nocturnos y discotecas. Es el Acapulco boyante y desmadroso que ni el PRD ni el PRI han logrado convertir en el paraíso terrenal de los asalariados y pobres, que son mayoría. Se estima que más de la mitad de los 800 mil habitantes de Acapulco viven al día y la mayoría son subempleados y carecen de una vivienda propia. En más de 500 colonias populares la escasez de agua potable, es una constante que enfurece y deprime a sus moradores.
Francisco Gómezjara Acapulco: despojo y turismo. 1974.
Ignacio Ramírez, reportero. Los dueños de Acapulco. Proceso, 1980.