EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Plumas acapulqueñas (XXXVIII)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Agosto 24, 2017

Das el placer, oh puta redentora del mundo, y nada pides a cambio solo unas monedas miserables. Jaime Sabines.

En el principio fue La Huerta

Como su nombre lo sugiere, La Huerta fue un edén, un paraíso que entre 1960 y 1991 se convirtió en el centro de los placeres dionisiacos de la zona de tolerancia de Acapulco. O “la zona” o “la zonaja”, simplemente, ubicada en las calle de Mal Paso en Aguas Blancas. Burdeles en los que abundaban las mujeres, el vino y la diversión, marcando toda una época hoy recordada con nostalgia y leves sonrisas.
Fundador y propietario de La Huerta, Alfonso Valverde, mecenas deportivo, deportista él mismo, conocido popularmente como El Secre, recuerda que abrió las puertas de su establecimiento un 14 de febrero de 1960. Un cabaret que dominará la vida nocturna de Acapulco por espacio de tres décadas. Esto es, hasta la que el table dance se apodere del puerto y la remita al olvido. A La Huerta y en general toda la zona de tolerancia.
Narra: “todo comenzó en 1960, un año después del fallecimiento de mi madre Felipa Valverde, “Doña Lipa”, cuando me hago cargo del “Río Rita”, un cabaret que ella había administrado desde 1941. Muy pronto lo di en renta y comencé construir el cabaret “La Huerta”, bautizado así por encontrarse en medio de un cerrado cocotal de 10 mil metros cuadrados. La superficie era originalmente de 20 mil metros cuadrados, en 16 de Septiembre y Malpaso de la colonia Aguas Blancas. Mi madre había donado cinco mil metros cuadrados para casas de sus viejos trabajadores, quedándose con otros cinco mil la Junta Federal de Mejoras Materiales. Porque sí.
Lo primero que hicimos –detalla El Secre–, fue construir una palapa rústica y 53 bungalows de madera para el personal femenino además de una enorme barra de cantina. Será hasta 1973, luego de diez años de bonanza, cuando construimos la segunda etapa del cabaret, una enramada de 30 metros de largo por 20 metros de altura.

Discreción, ante todo

Con sus 78 años de edad y en la tranquilidad de su hogar en Costa Azul, Alfonso Valverde recuerda que el auge del cabaret se dio entre los setentas y los ochentas. La Huerta recibía visitantes de todo el mundo, principalmente norteamericanos y canadienses. Fue, dice, un lugar muy popular en el que los turistas y los acapulqueños, principalmente, se sentían muy seguros pues jamás se dieron situaciones de peligro. Todo era tan sencillo que la clientela iba a bailar y a tomar la copa y en menor medida a cohabitar. Todo bien organizado para asegurar la discreción indispensable, sin llegar nunca a la vulgaridad y el exhibicionismo.

Mujeres

Según Héctor Sánchez Guerrero, gerente de La Huerta durante 25 años, el número de damas laborando llegaba a las 150 en temporadas altas. Procedían de toda la República y principalmente de Tampico, Guadalajara Chihuahua, Tijuana, Durango, San Luis Potosí, Monterrey, DF y Mérida, rentando cuartos en los alrededores. Nunca se permitió laborar a ninguna de ellas sin haber pasado la revista médica semanal. Cobraban la compañía en aquellos años de 1960 hasta 50 pesos, llegando a los 200 en temporadas grandes. Los extranjeros pagaban en dólares, por supuesto.

Películas y artistas

Vuelve Poncho Valverde para reseñar que La Huerta fue visitada por artistas y personalidades de todo el mundo y entre ellas Johnny Weismuller, Frank Sinatra y Sammy Davis. En materia de películas, el cabaret fue escenario de cintas como Paraíso, de Luis Alcoriza y sin faltar las de ficheras como Reventón en Acapulco y Vacaciones en Acapulco.
Hoy lamenta nuestro entrevistado que Acapulco se haya vuelto promiscuo y descontrolado. La prostitución ha salido de sus antiguas reservas para invadirlo todo. Es imposible controlar esa mancha voraz que invade al puerto, según los ofrecimientos de los presidentes municipales. Y es que mientras exista la mordida, quienes la ofrecen y quienes la reciben, esto será cuento de nunca acabar, sentencia.
Sobre el cierre de La Huerta, en 1992, Alfonso Valverde insistió en que su empresa sucumbió ante el empuje de los llamados tables dance –¡el colmo, uno instalado junto a la catedral de La Soledad, por vidita de Dios!– ofreciendo una diversión de aparador al estilo gringo.

La Huerta, burdel de postín que marcó la época dorada del Acapulco sexual. Por Xavier Rosado, El Sur, 05/06/2004

El turismo sexual

Con el paso de los años el llamado oficio más antiguo del mundo no ha escapado a la globalización, modernizándose a todo vapor. Esta es su historia durante las últimas cuatro décadas.
El cronista Enrique Díaz Clavel recuerda que al final de la calle 5 de Mayo, en Las Siete Esquinas, doña Felipa Valverde, mejor conocida como Doña Lipa, abrió un negocio para sexoservidoras llamado Balalaika. En la avenida Álvaro Obregón (hoy Cuauhtémoc), estuvo el cabaret El 50, cuyo propietario se dedicaba a la compra y venta de semillas y era miembro distinguido del Club Rotarios de Acapulco. Un compañero suyo lo denunció por dedicarse al comercio de “otras semillas”, valiéndole la expulsión de la organización internacional. Díaz Clavel sonríe maliciosamente pero no suelta prenda.
Otros cabarets ubicados por el columnista en la calle Revolución, en la propia colonia Aguas Blancas: San Andrés, La Palmita, Barba Azul y 13 Negro. Este último, “recaladero” cuya acción terminaba ya con el sol alto. El Congo 69, propiedad de Tomás Guerrero, presentaba buenas variedades. Alfonso Valverde, por su parte, creador de La Huerta, mantuvo su cartelera con artistas de gran fama.

Las casas de citas

A lo largo de la entrevista, el decano el periodismo acapulqueño recuerda que la primera “casa de citas” se ubicó en la calle de la Inalámbrica y fue conocida como Casa Raquel. Más tarde se muda al fraccionamiento Marroquín identificándose como propietaria a la señora Amelia O de Piña, con negocios similares en las ciudades de México y Puebla. Establecimiento convertido con el tiempo en Quinta Rebeca preferida de políticos y hombres de negocios.
Otras casas similares fueron las quintas Raquel, Alicia, Evangelina y Norma, ubicadas estas últimas en la carretera a Pie de la Cuesta. Mucho tiempo atrás, recuerda Díaz Clavel, fue muy visitada la casa Mariana, ubicada en el barrio del Mesón (arriba de la Capama), a la que se llegaba a través de un callejón pedregoso y estrechísimo.

De zona roja a turismo sexual, Casas de citas, bares, cantinas. Turismo sexual y pedofilia. Javier Trujillo, Línea por Línea, 31/03/2008

Del esplendor a la decandencia

Allí está la Quinta Rebeca como último reducto del esplendoroso Acapulco que otrora incluía turismo sexual para exigentes. Se localiza en la confluencia de las calles Tiberio y Amílcar, en el fraccionamiento Marroquín.
Otras casas de citas fueron Raquel, Evangelina, Norma y Alicia, ya desaparecidas. Donde estuvo la Raquel, en Farallón, hoy se construye un taller mecánico; mientras que en el domicilio de la Casa Alicia, en la calle Chilpancingo, colonia La Laja, se ubica hoy la Facultad de Matemáticas de la UAG. De la quinta Muzmé ya nadie se acuerda, excepto tal vez el cronista Anituy Rebolledo Ayerdi, quien concedió una entrevista a Milenio Guerrero, haciendo remembranzas de la época de esplendor de las casas del amor comprado. Aquellas donde las mujeres eran necesariamente bellas, así fuera solamente por efecto de las penumbras.

Bernardo de Holanda

Relata Anituy una anécdota de la Quinta Rebeca, ocurrida entre 1964 y 1965. Durante una visita oficial a México de la reina Juliana de Holanda, acompañada por su esposo el príncipe Bernardo, la pareja fue invitada a visitar a Acapulco, por entonces orgullo de México ante el mundo por la incomparable belleza de su bahía, sus playas, sus montañas.
Ya en el puerto, después de las ceremonias protocolarias, el entonces alcalde Ricardo Morlet Sutter, a sugerencia del propio príncipe consorte, formula la invitación para un safari nocturno, es decir, a una noche de “congal”, según expresión del momento. La casa Rebeca surge finalmente como opción. Y hacia allá se dirige la breve comitiva transitando por una ruta discretamente vigilada, centímetro a centímetro, por soldados y policías.
La tropa de rostros hermosos y expuestas formas rotundas permanece en el patio de la casa; espera la revista que pasará un auténtico soldado germano. Pero hete aquí que, al aparecer Bernardo de Holanda, varias de aquellas damas semidesnudas se abalanzan sobre él. Lo abrazan colmándolo de besos y arrumacos llamándolo familiarmente “mi rey”, un tratamiento que, a decir verdad, nunca le daría la reina Juliana. Para otras será “papilindo”, “mi principito hermoso y “al fin regresaste, cabrón¨. Solo una, deseando singularizarse, lo llamará mi soutener, o sea, chulo en holandés, sin advertir que le estaba llamando proxeneta.
La sorpresa fue finalmente para los anfitriones que deseaban sorprender al príncipe con suerte. Ignoraban que el príncipe Bernardo conocía el sitio de visitas anteriores, siempre guardando incognitos rigurosos. Aquí era conocido solo por escasas personas y entre ellas Hilario Martínez, el famoso Perro Largo quien le daba clases de buceo. Este lo habría llevado por primera vez a escalar aquellos montes perfumados.
Después de tantos años, la Quinta Rebeca es una agradable construcción con gran patio frontal adoquinado, de unos 800 metros cuadrados, y adornado con palmeras y mangos. Al final del patio mirando hacia el amplio acceso, un muro de mampostería granítica, está en alto relieve y pintado de naranja el nombre de Rebeca, en un estilo de letra que ya no se usa.

Los precios

También al final del patio hay un par de escaleras que conducen a dos terrazas que se usaban, obviamente, para bailar. En la pared está pegada la lista de precios: Corona, 40 pesos; Coca, 40 pesos; whisky, 95 pesos; coñac, 95 pesos; copa nacional, 60 pesos; licor importado , 70 pesos; tequila, 75 pesos; bebida preparada, 75 pesos.
Relata Anituy, finalmente, que la Quinta Rebeca, el más elegante y famoso lupanar de Acapulco, era refugio de políticos que buscaban ante todo discreción y, por supuesto, a las mujeres de alquiler más hermosas. Se dijo que a doña Rebe la protegía gente poderosa y muy particularmente los altos mandos del Estado Mayor Presidencial quienes, por vivirse una monarquía revolucionaria, cerraban la casa solo para ellos. ¡Ay nanita!

Casas de citas de Acapulco, del esplendor a la decadencia, Joel Solís, Milenio Guerrero, 08/10/2003