EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Plumas acapulqueñas

Anituy Rebolledo Ayerdi

Junio 08, 2017

Brenda Escobar y María Avilez, reporteras acosadas. Además de mi solidaridad, un consejo: manden a esos cabrones a donde ustedes ya saben

Plumas silenciadas: Amado Ramírez

Cuando se habla de periodistas asesinados, sea por “órdenes del gobierno”, como se acusa en los corridos, o bien por el crimen organizado, el pensamiento del columnista se remonta al 6 de abril de 2007. Fecha en la que mi muy querido amigo Amado Ramírez Dillanes, cayó acribillado en la céntrica calle de La Paz. Salía esa tarde de Radiorama, luego de trasmitir el programa noticioso Al tanto, que habíamos iniciado juntos seis meses atrás, compartido entonces con el periodista Misael Habana de los Santos.
Amado recibió el primer impacto de bala cuando abría su auto, estacionado a pocos metros de la radiodifusora, aconsejándole su instinto de conservación correr hacia un hotel cercano. Breve espacio en el que recibe otros dos impactos de bala, para quedar tendido boca abajo en la puerta de la hospedería.
Ramírez Dillanes era entonces corresponsal de Televisa luego de un desempeño notable como reportero de Novedades de Acapulco, donde escribía la columna política de primera plana. Recordé entonces cuando personeros del gobernador del estado, se acercan a Amado para insinuarle una advertencia. Que El Señor seguía esperando que le agradeciera haberle conseguido la corresponsalía de Televisa. “No sabes, cabrón, lo que El Señor tuvo que suplicarle a Azcárraga para que te la diera”. Amado, según me dijo, fingió un puchero.
Aquellos reptiles mentían, por supuesto que mentían. Las cosas habían sido tan simples y sencillas como tres o cuatro llamadas telefónicas. Amador Narcia, director de noticias de Televisa, llama a Rogerio Pano Rebolledo, su similar en Televisión de Veracruz (Telever). Le pide que le recomiende a un periodista de Acapulco para que se haga cargo de la corresponsalía televisiva. Pano Rebolledo le responde que tiene al hombre indicado: su tío Anituy. Este escucha la propuesta del sobrino y sin pensarlo dos veces le contesta que “ya no está para esos trotes”. Pero que, sin embargo, él si tiene a la persona indicada: Amado Ramírez, un periodista joven, universitario y honesto. Amado llama a Narcia y listo.

Leodegario Aguilera

Dos años atrás, la prensa de Acapulco se había cimbrado con el secuestro y muerte del periodista Leodegario Aguilera Lucas, editor de la revista Mundo. Levantado de su domicilio por hombres armados, su cuerpo calcinado aparecerá tres mes más tarde en un solar baldío. Su hermana lo recuerda desde hace 13 años en su aniversario luctuoso. Culpa a personajes del poder político como los autores del crimen y exige justicia para Leodegario.

José Luis Nava Landa

El gremio periodístico de Acapulco sufrirá sus primeras bajas violentas a finales de las década de los ochenta. En 1986 (12 de mayo) cae el diarista José Luis Nava Landa, un periodista formado aquí cuyos éxitos lo llevan a Chilpancingo, donde dirige su propio medio Expresión Popular. Si bien su asesinato se da en un escenario prostibulario, el móvil no será ajeno al ejercicio periodístico.
Nava Landa se hace de palabras con un regidor del cabildo de Chilpancingo, quien, altisonante, le ha reprochado una información de su puño y letra. José Luis asume la vertical para responder al majadero y al hacerlo muestra su “fierro” clavado en la cintura. El hombre aquel sale del lugar con la advertencia de “voy por el mío”. Y en efecto, regresa y sin mediar palabra hace un solo disparo contra el periodista impactándole en el rostro. José Luis muere días más tarde mientras que el agresor huye y nadie osará detenerlo por rico y poderoso. O tal vez quisieron dar tiempo para que se cumpliera una vieja sentencia, aquella que condena a morir con hierro al que con hierro mata.
En efecto, Javier Ibañez Sandoval, el homicida de Nava, es asesinado con ráfagas de AK-47 mientras conducía su camioneta por las calles de la capital, el 11 de marzo de 2002. Muere con él uno de sus custodios.

Martín Ortiz y Rigoberto Coria

Martín Ortiz Moreno y Rigoberto Coria Ochoa, ambos reporteros de policía del diario La Verdad, mueren asesinados en eventos distintos ocurridos el primero en 1987 y el segundo en 1988. A Martín lo elimina un asesino silencioso. Sentados ambos una mesa de cantina, se supone que brindando con ron, el extraño le dispara un tiro en la sien. Se toma su tiempo para acomodarlo como si durmiera. Sorpresa grande para la mesera cuando le lleve la cuenta. Coria Ochoa, por su parte, morirá en alguna feria serrana jugando una partida de póquer, su hábil debilidad. Por su carácter y pulcritud, Rigo debió cubrir sociales y no policía.

Juan Daniel Martínez Gil

Si en los ochenta hubo en Acapulco un reportero significado por su trato reservado aunque amable y simpático, ese fue Juan Daniel Martínez Gil, titular del noticiero W Radio Guerrero, trasmitido todos los días por Radiorama. Aquel 19 de julio de 2009 los radioescuchas esperaron inútilmente las noticias en la voz grave, lineal y sin sobresaltos de Juan. Una sesión de piezas musicales será el aviso de que el periodista no llegará y de que esa tarde no repetirá su despedida habitual: “De todo lo importante quedó usted informado”.
El homicidio de Daniel provoca en el gremio periodístico un severo impacto por tratarse de un colega ajeno totalmente a la nota roja y ni se diga a las acciones del crimen organizado. Esa era la cuestión, precisamente, en tanto que su muerte fue un acto de odio atroz, inhumano, brutal. Su cadáver fue encontrado en un paraje del poblado de La Máquina.
“Semienterrado de pie y con cinta adhesiva cubriéndole la cara” –lo consigna el periodista Héctor de Mauleón, en la revista Nexos en Los días de plomo, de agosto de 2013. Y añade: El periodista había sido brutalmente golpeado. La cinta canela le había provocado asfixia por sofocación. Las autoridades dejaron entrever que los asesinos “probablemente eran sicarios contratados por particulares”. Hasta la fecha se desconoce la identidad de los responsables.
Del mismo texto, Los días de plomo, son los casos siguientes:

El Sur

Es el 10 de noviembre de 2010, pasadas las 10 de la noche. Un grupo de hombres armados se ubica frente a la fachada del periódico El Sur cuando estaba en Vasco Núñez de Balboa. Dos de ellos ingresan disparando a la Redacción y llevan un bote de cinco litros de gasolina que riegan en el lugar, pero no logran que se prenda el fuego. Sus compinches, mientras tanto, hacen varios disparos a la fachada del edificio. Adentro está una docena de compañeros del periódico que se salvan de milagro.

Marco Antonio López Ortiz

“En la tarde del 7 de junio de 2011, reporteros del periódico Novedades de Acapulco comenzaron a indagar el paradero de su jefe de información, Marco Antonio López Ortiz. “No se presentó a trabajar como de costumbre”, informará el diario. La búsqueda entre amigos, familiares y conocidos revela que López Ortiz había asistido la noche anterior al bar Dos Arbolitos, ubicado en el centro de Acapulco. Abandonó el lugar a eso de las 23:30. Cuando se disponía a abordar su auto, varios vehículos lo rodearon. Se encuentra desde entonces en calidad de desaparecido. La entonces Procuraduría de Justicia del estado admitió que estaba manejando una sola línea de investigación, pero no detalló nunca el carácter de ésta.
“Tras dos meses de pesquisas fallidas, las autoridades locales dejaron de contestar las llamadas de los familiares del periodista. La desaparición de López Ortiz no era más que un eslabón de la serie de hechos de violencia que en menos de cuatro años había dejado a siete periodistas muertos en el estado.
“La ola había comenzado con el asesinato del corresponsal de Televisa Guerrero, Amado Ramírez, acribillado frente a una estación de radio, y con la confusa investigación que terminó por acreditar su muerte a “problemas con una muchacha” (los asesinos de Ramírez se habían entregado a la policía alegando que sus propios contratantes –miembros de un grupo armado– los buscaban para matarlos, luego del escándalo que el crimen había desatado en la prensa). La violencia imparable persigue desde entonces a periodistas y medios de comunicación del estado”.

María Elvira Galeana y J.F. Rodríguez Ruiz

“El 28 de junio de 2010, en un café internet de Coyuca de Benítez, dos individuos que empuñan armas cortas disparan sobre el corresponsal de El Sol de Acapulco, Juan Francisco Rodríguez Ríos y su esposa, la editora del semanario Nueva Línea, María Elvira Galeana. Él había ventilado en su trabajo periodístico el acoso sufrido por periodistas de la región, a manos del crimen organizado y las autoridades locales.
La hipótesis de la policía investigadora fue que se trató de un robo. La UNESCO condena los asesinatos y afirma que “tiñen de luto a toda una profesión”. La Sociedad Interamericana de Prensa y la Comisión Nacional de Derechos Humanos exigen que sea llevado a la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos contra Periodistas. Cinco meses después, en noviembre de ese año, la investigación aún se hallaba “en trámite” ante un juez del fuero común.

David Araujo Arévalo

Profesor universitario y perito judicial, asesinado aquí el 20 de diciembre de 2012. Firmaba en Novedades la columna Dinámica Social, sobre aspectos de la política local y nacional (Observatorio de la Libertad de Prensa en América Latina).

Jorge Torres Palacios

Residente en el Kilómetro 30, Jorge Torres Palacios se desempeñaba como reportero en publicaciones y oficinas de prensa del puerto. Fundará su propio medio, El Dictamen de Guerrero, cuya línea editorial se basaba en el respeto a los lectores. En lo personal, un tipazo. Su asesinato el 11 de marzo de 2013 provocó indignación en el gremio. La autoridad creyó cumplir con su deber declarando que el homicidio nada tenía que ver con el periodismo, adjudicándolo a viejas rencillas familiares.
Y aún hay más.