EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Pobreza que no cede; violencia que no cesa

Abelardo Martín M.

Febrero 02, 2016

El círculo vicioso y perverso del retraso social se convierte en un sino del que, casi siempre, parece imposible desprenderse y mucho menos liberarse. Una calamidad sucede a la otra, el infortunio se apodera del presente y el futuro de promisión, paz, alegría y progreso se ve lejano, inasequible, imposible de alcanzar. Se requieren líderes con una visión, una ética y una decisión diferente para abandonar las cadenas de la soberbia, la ambición y el egoísmo, conceptos hoy desconocidos por las élites gobernantes.
La sociedad sigue el camino que marcan los gobernantes. Bueno si son justos, sensibles y sabios. Malo si sus instintos se desbocan y son dominados por sus defectos, especialmente la soberbia o la estupidez, aunque ésta no sea defecto sino condición. El primer paso es la aceptación de la realidad, la superación de la culpa y la voluntad de evitar las mismas trampas en las que fracasaron y sucumbieron los predecesores. Esto obliga a un cambio drástico de paradigma. Se gobierna para la armonía, el crecimiento o progreso y la alegría, no para quedar bien. Como cuando se educa a un hijo al que se sueña con lo mejor, pero del que no se busca felicitación o reconocimiento.
Este fin de semana, Guerrero volvió a vivir la violencia que no ha cesado por más anuncios que se hagan vinculados a un “Guerrero Seguro”, eslogan mas publicitario que meta de gobierno. Entre más se repite más aflora el miedo y la zozobra. Los problemas del gobierno que encabeza Héctor Astudillo son más complejos y graves, por mucho, de lo que se reconoce y no se resuelven sólo por el hecho de que, ahora sí, llegaron “los buenos, los que sí saben”.
Dicen las cifras oficiales que de los tres y medio millones de habitantes de Guerrero, casi dos terceras partes sufren algún grado de pobreza, y más del 30 por ciento, unos 868 mil, viven en la pobreza extrema, esa elegante expresión de la jerga socioeconómica para referirse a quienes están en la miseria, sin tener siquiera para asegurar su siguiente comida.
Esa pobreza, que ha acompañado desde siempre la vida de la región, se vuelve más pesada y ominosa en la actualidad porque se le ha añadido la inseguridad y la violencia con la que transcurren nuestros días en la entidad.
Acapulco, otrora nombrado paraíso y referencia mundial del turismo playero, el viejo polo de desarrollo hotelero e inmobiliario de la región, ahora encabeza la lista de las ciudades más peligrosas del país, la única mexicana que rebasa la cifra trágica de 100 homicidios por cada 100 mil habitantes, la tercera más violenta en el mundo, después por cierto de otras dos urbes latinoamericanas: San Pedro Sula, en Honduras, y Caracas, otra metrópoli que merecía un mejor destino.
Otras ciudades interiores del estado igualmente son fuente noticiosa por los hechos de criminalidad: Chilapa, Tixtla, Iguala, Ciudad Altamirano y Arcelia, incluso Chilpancingo, pese a ser el asiento de los poderes locales.
La mezcla de pobreza y violencia que tiene postrado al estado genera además una creciente ingobernabilidad y conflictos sociales que por momentos se aletargan pero que pueden estallar en cualquier resquicio.
Eso siente la federación, que desde la crisis de 2014 diagnosticó una estructura de gobierno local endeble y sin capacidad de maniobra. Por ello ahora –más vale tarde que nunca– desde el centro del país se intentan cubrir los hoyos, auténticos cráteres frente a la falta de desarrollo económico, la pobreza que mencionábamos y la beligerancia del crimen organizado.
Por lo pronto, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong se apersonó para encabezar la reunión periódica de seguridad en Chilapa y, junto con el secretario de la Defensa, el general Cienfuegos, anunció la construcción de un cuartel militar en esa población, mientras un operativo de tres mil soldados y un millar de policías intenta replegar el control territorial que ahí, como en muchas otras regiones de la entidad y del país, tienen las bandas de delincuentes.
Peor sería no hacer nada, aunque la presencia militar y policial tiene más de espectáculo y de recurso psicológico que de eficacia y contundencia. Poco pueden hacer tropas y patrullas en territorios que mal conocen, frente a redes que operan con la amenaza y el miedo de la población, si no es que la complicidad obligada de quienes habitan cerca de las zonas de plantíos de enervantes.
De paso, la presión de Osorio Chong desencadenó el cese del jefe de la policía de Acapulco, que se decía abogado pero presentó un título falsificado, lo cual parece pretexto, ya que lo más grave es que circulaban versiones de nexos del hoy cesado con algunas de las bandas de facinerosos del puerto.
Y mientras el funcionario federal ejerce en paralelo como ministro sin cartera en el gabinete guerrerense, los funcionarios de Sedesol, que encabeza el muy bien posicionado en las encuestas para próximo presidente, José Antonio Meade, también se adentran en los caminos del sur, con el encargo de aplicar una bolsa de hasta 13 mil millones de pesos en la construcción de infraestructura y en programas de combate a la pobreza. Mucho dinero, con el que de verdad se avanzaría en mitigar rezagos, si de verdad llegase hasta los más necesitados, y no se perdiera en los bolsillos y las cuentas bancarias de funcionarios corruptos y de contratistas chapuceros.
El secretario de Educación, Aurelio Nuño Mayer ya anunció que va a visitar dos escuelas por semana en el territorio nacional, lo que ya desató la esperanza de que llegue pronto a Guerrero, para constatar que los maestros de veras se apliquen y los niños de veras aprendan. También podría ver las deplorables condiciones en que operan muchos planteles rurales, y tal vez se añadirían otros recursos más para mejorar la infraestructura educativa, que a fin de cuentas se reflejan en la economía del estado.
En fin, con el acompañamiento federal es probable, sólo probable, que la postración de la entidad se revierta, la violencia disminuya, y las oportunidades para que las nuevas generaciones tengan otro futuro y se alejen de la encrucijada actual, entre el hambre y la criminalidad, la emigración o la tragedia.