EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Poder y memoria

Gibrán Ramírez Reyes

Abril 08, 2019

¿Por qué es más accesible para un niño mexicano la memoria del holocausto que la de matanzas que sufrieron sus propios ancestros?
Me refiero a mí, y no creo que sea un caso raro. Tenía buena idea sobre Auschwitz quizá desde la escuela primaria y era capaz de enlutarme por ello, por todo el genocidio nazi, pero ignoraba los agravios de mi propia estirpe, de indios y mestizos oaxaqueños (indio es tan incorrecto como indígena porque de hecho vienen de la misma raíz, por cierto) y me parecía bastante normal, como para no preguntarme si había algo raro. Después de todo, la historia pasaba siempre en otros sitios, no en la familia de uno. Quizá sólo hasta la universidad pude saber algo del proceso histórico de San Pedro Huamelula, un pueblo con una lengua quizá más estudiada por antropólogos extranjeros que mexicanos, que además viene a ser el pueblo de mi papá.
Ese pueblo, que es también el mío, estuvo a punto de desaparecer varias veces, la más notable de ellas, una en que algunos rebeldes huamelultecos incendiaron una oficina de recaudación de rentas, creo que en Tehuantepec. Casi desaparecieron, porque más del 70 por ciento de la población fue asesinada y la totalidad de los sobrevivientes fueron derrotados moralmente. El pueblo, sometido y casi desaparecido por los españoles y sus aliados, perdió todo, pero principalmente la memoria. Después de más de un siglo, si la memoria no me traiciona –porque no tengo las fuentes a la mano– cedió ante la evangelización, y terminó por adoptar fiestas, vestimentas y costumbres de otros pueblos (muchas de las cuales siguen considerándose allí autóctonas), y sufrió consecuencias que pueden verse hasta nuestros días, documentadas de sobra: alcoholismo, aislamiento, melancolía colectiva, y muchos otros procesos que se dieron igualmente en otros pueblos colonizados de México y el mundo, que los estudios poscoloniales han documentado también de sobra. Pasó muchísimas veces.
¿Por qué es más accesible para un niño de ascendencia chontal, aun en Huamelula mismo, contar el holocausto que el exterminio chontal? En primer lugar, porque la memoria colectiva es poder y a la vez sólo quien tiene poder la conserva. Necesita, para reproducirse, de capital social, de poder mediático, de disposición de las autoridades estatales para mantener viva la memoria, para asumir sus lecciones —cosas todas con que contaron quienes promovieron la memoria del holocausto. Tan es un privilegio que a algunas familias ricas les gusta presumir árboles genealógicos o incluso escudos de armas.
En segundo lugar, creo, porque la forja de toda identidad nacional precisa de olvidos, para no seguir matándonos todo el tiempo, y los que deben olvidar casi siempre son los derrotados. Nuestro olvido, cifrado en la narrativa del mestizaje, eliminó al elemento indígena como sujeto de memoria, dejándolo sólo como objeto de historia patria. El indígena de hoy era ya mestizo, y en eso igual a todos. Releer la conquista y repensar los agravios podría ayudar a cambiar de sitio los silencios, a tener una comunidad imaginada más igualitaria. Más allá de la petición del presidente, tiene sentido.