EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Por fin en Iguala

Silvestre Pacheco León

Mayo 15, 2016

Aquel domingo 21 de diciembre del 2014 Suria, Elba y yo llegamos por fin a Iguala. Contra nuestra voluntad dejamos la feria de Chilpancingo cuando los tigres se aprestaban a luchar por la supremacía de sus barrios, peleando para el público en el lienzo charro que lucía pletórico y exitado
Los tragos de mezcal mientras caminábamos desde la Alameda hasta el barrio de San Mateo, entre la mar de gente que acompaña a las danzas, pronto hicieron efecto. Era el ambiente de fiesta y alegría alcoholizada lo que nos contagió, tanto que pronto nos olvidamos del compromiso de salir temprano para comer en Iguala los pichones que tanta fama tienen.
Caminando y bebiendo, a veces bailando al ritmo de las danzas, nos olvidamos del cansancio y también de nuestra promesa. Si alguien de nosotros iba pendiente de la hora se lo calló, hasta que los tres oímos que alguien mencionaba la hora.
Comimos con premura en un restaurante a la orilla de la autopista donde aprovechamos para determinar quién funcionaría como chofer designado. Como las mujeres me mayoritearon con el cuento de que yo era el más sobrio, me tocó hacerme al volante y en uso de esa autoridad decidir entre transitar por la carretera libre o la de cuota.
Nos fuimos por la libre porque quería que mis amigas conocieran el entronque de la carretera federal con la de Filo de Caballos, mencionado muchas veces como el lugar donde los estudiantes normalistas acostumbran apostarse para detener los autobuses que utilizarán en sus movilizaciones.
Es un punto estratégico cerca de Chilpancingo porque esa carretera da acceso a la zona serrana del Filo Mayor como se conoce a la elevada cordillera de la Sierra Madre del Sur, y a los municipios de Eduardo Neri, Helidoro Castillo y Cocula, tantas veces mencionados como lugar de producción y trasiego de la goma de opio que recorre la ruta de Iguala a Chicago, en los Estados Unidos.
-Quienes saben del tema aseguran que el valor que tiene la producción de una hectárea de amapola es de 4 millones de pesos.
-Eso es como materia prima y hasta la etapa de su cosecha, pera el valor se dispara de acuerdo con el proceso que recibe.
-Claro de la sierra a Chicago ha de crecer de manera exponencial.
Al lugar se le conoce como la parada de la Casa Verde, ahí casi siempre hay una patrulla de la Policía Federal, y me llamó la atención después de una entrevista que realicé a una de las pocas vecinas de Iguala que sobrepuesta al miedo decidió hablar del caso Ayotzinapa, días después de la tragedia.
Me dijo que durante todo ése año del 2014 estuvo viajando casi semanalmente de Iguala a Chilpancingo para pagar a los peones que construían su casa, y que ahí, en varias ocasiones, los estudiantes pararon el autobús en el que ella era pasajera para cambiarlos de unidad. La señora decía que los choferes reconocían entre los estudiantes pelados a rape, al dirigente, el único de pelo largo y muy mayor de edad que no parecía ni estudiante ni maestro. Su apodo me saltó cuando leí algunos de los testimonios de los estudiantes sobrevivientes refiriéndose a el como “Cochiloco”.
-Curioso, ¿verdad? Un lugar donde coinciden o se juntan los enemigos.
-Exacto, por eso tiene razón quien dijo que no puede haber crimen organizado si no lo organiza el gobierno.
-Sssht, hablemos quedo por si alguien está a la escucha, dijo Elba provocándonos risa.
En ése viaje nos volvimos a detener hasta la entrada de la ciudad tamarindera, como también le dicen a la cuna de la bandera nacional. Ahí tratamos de ubicar el lugar exacto del ataque a la selección de futbol los Avispones de Chilpancingo quienes se supone que fueron confundidos por los sicarios como estudiantes de Ayotzinapa.
A insistencia de mis amigas y compañeras volví a recordar y a repetir mi propia experiencia la noche lluviosa del 26 de septiembre, mientras llegábamos a la ciudad.
Estaba en Chilpancingo aquella noche encargado de dar seguimiento a los movimientos sociales, y recordé el viento frío que baja de la sierra. Había terminado temprano la redacción de mis notas y en cuanto pude me fui a la cama para calentarme mientras me distraía mirando en la televisión el Juego de Tronos.
No recuerdo si el episodio era aburrido o estaba muerto de cansancio, el caso es que me quedé dormido y desperté sobresaltado por el timbrar del teléfono. En realidad no era sueño, sino pesadilla en la que veía a los dos estudiantes de Ayotzinapa asesinados en diciembre del 2013, tirados sobre el asfalto del boulevard sin nadie que se ocupara de ellos.
Ya despierto pensé que sería por la proximidad de su aniversario, el 11 de diciembre, que la escena vino a mi mente.
La llamada a mi celular era de un compañero del grupo de reporteros quien alarmado me ponía al tanto de los hechos que se registraban en Iguala esa noche.
Entonces recordé que durante la tarde de ése día la noticia que corría en las redes sociales hacía referencia al contingente de normalistas que había salido de su escuela para secuestrar autobuses para trasladarse a la tradicional manifestación que se organiza en la ciudad de México para conmemorar la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968.
Cuando corrió la noticia de que había balazos contra los normalistas en Iguala, cundió la alarma porque todos pensamos que eso agravaría la situación en el estado por la proximidad del aniversario de los dos estudiantes sacrificados.
Pronto se integró un grupo de reporteros dispuestos a viajar al lugar de los hechos. Nos fuimos en la noche en dos vehículos cuando la lluvia arreciaba. Cuando pasamos por Zumpango nos enteramos que la conferencia de prensa a la que convocaron los normalistas en Iguala había sido disuelta a balazos por un grupo de civiles armados que dispararon a matar frente a la policía.
-¿Ustedes nunca pensaron en regresarse?
-La verdad sí, a mí me llamaron del periódico con la orden de regresar porque los reportes hablaban de una gran confusión y de violencia inusitada, pero como ninguno de mis compañeros secundó la orden, decidí pensar en que tenía que formar parte de quienes narraban los hechos.
Recuerdo que cuando estuvimos frente a las evidencias de la agresión nadie daba crédito a lo que veía. El autobús de los Avispones tenía los vidrios rotos y había rastros de sangre por todas partes.
Cuando llegamos al reten de la policía municipal nos identificamos como prensa y les dijimos que íbamos a cubrir lo ocurrido en el informe de la presidenta del DIF, ahí los policías nos dejaron pasar de mala manera.
Nuestro nerviosismo creció cuando rumbo al periférico donde se había producido la otra agresión nos alcanzó un coche Tsuru de color blanco que no se despegó de nosotros.
Eran la media noche cuando llegamos donde se encontraban los dos estudiantes muertos a balazos junto a una combi que recibió los impactos de los disparos. Después supimos que en ése lugar fue donde hirieron a Aldo, el estudiante que se quedó en coma por el balazo que le atravesó la cabeza.
El espectáculo era terrible porque la ciudad estaba en penumbras y la llovizna era persistente. No se veía un alma en la calle, sólo las patrullas con sus torretas encendidas que pasaban como enloquecidas.