EL-SUR

Martes 15 de Julio de 2025

Guerrero, México

Opinión

“Por las calentura del pendejo de Centurión nos partieron la madre un 10 de mayo”

Anituy Rebolledo Ayerdi

Mayo 08, 2025

Iguanas

“¡Puta madre!”, estalla el coronel Silvestre Mariscal cuando le informan en su cuartel de Pie del Cuesta –la noche del 9 de mayo de 1911– que el coronel Manuel Centurión ha iniciado la toma de Acapulco desde La Sabana, acordada para el día 15. Ambos son jefes de la revolución maderista, el primero en la Costa Grande y el segundo en la Costa Chica.
–¡Ya estará de Dios! –acepta resignado el profesor atoyaquense. ¡Vamos, pues, a sacar a esos pinches pelones de Acapulco!
Los hombres de Mariscal se deslizan como iguanas por el acceso poniente. Han llegado a ese punto luego de eludir los dis-paros del cañonero Demócrata, anclado en la bahía de Acapulco. Con tan mala puntería que los descamisados han aprendido a “torear” los ruidosos obuses, entrando a la ciudad cuando el reloj de Palacio Municipal marca las 2:30 de la mañana.
Guiados más por el gruñido delas tripas que por la intuición, los invasores descubren el mercado Zaragoza de la ciudad (hoy explanada Zaragoza) en el que llenan excitados sus panzas históricamente vacías.
–Para cuando los gallos empiecen a cantar seremos muchos, pero no muchotes, discierne un guerrillero del Bajial del Cuitero (Atoyac), quien asume la narración:
“Los cuicos del Ayuntamiento empezaron a echar bala y nosotros a correr. Mi primo Tobías y yo fuimos a parar a un recoveco del mar al que llaman groseramente ‘panocha’ (Tlacopanocha). Nomás de ver aquella agua azulosa llena de espuma se nos antojó bañarnos”.
Tobías es gente de calicatencia, pues ya acabaló el Silabario de San Miguel, además de ser acólito de la iglesia de Atoyac de Álvarez. Él dice que le dijo el señor cura que por más bala que echemos nuestra suerte nunca cambiará. Que Diosito ya le dijo en secreto que los que nacemos jodidos, jodidos moriremos. Yo me quedé pensando en eso y entonces le pregunté al primo: ¿entonces ya pa’qué que seguimos peleando? ¡Mejor ya vámolos pa’l pueblo!

Descamisados

–¡Treinta batallón, adentro! –ordena el capitán Pedro Ordóñez a sus quince hombres incorporados a las hostilidades en la calle Tabares (hoy Galeana). Serán sus últimas palabras, pues un bala le desfigura el rostro, cayendo como regla. Lo releva el subteniente Alberto Mondragón quien, cauteloso, ordena el repliegue de sus fuerza hacia el puente del ferrocarril de la Mexican Pacific (Pie de la Cuesta con Aquiles Serdán).

El clarín

Un toque de clarín se escucha a lo lejos y al poco rato aparecen las tropas de refuerzo, bajando del Fuerte de San Diego con el subteniente Alejandro Casas al frente. Viene dispuesto a desalojar a los descamisados de la calle San Diego (Galeana) parapetados en los gruesos pilares de sus corredores. Los descamisados son identificados por su vestimenta: calzón de manta arremangado hasta la rodilla, camisa atada a la cintura, carrillera y sombrero de petate arriscado. Han conseguido una caracterización teatral y de tal modo impresionante que asustan con sólo verlos.

Fumando espero

El subteniente Casas incita a su hombres con arengas patrióticas pero aquellos se atoran como mulas en precipicio. Sólo cuando el joven oficial se lance pecho tierra a mitad de la calle y en el colmo de la temeridad encienda un puro con toda parsimonia, será entonces cuando los soldados reaccionen arrojadamente hasta hacer correr a los rebeldes.
Los cañones del Fuerte, en tanto, no han dejado de lanzar andanadas contra los rebeldes, mientras el cañonero Demócrata desembarca un contingente en la playa de Hornos. Lo encabeza el teniente de navío Manuel Morel, cuya misión es combatir a los rebeldes de Centurión, escondidos entre las palmas de coco. Demócrata servirá también como refugio de las familias de los mandos militares y civiles.
Los heridos del bando insurgente morían donde caían por carecer de servicios de emergencia, contrario a los efectivos de la milicia en la fortaleza de San Diego.

El Ángel Guardián

Enmedio de tan espantosa la tragedia, surgirá un ángel salvador de aquellos desgraciados y así lo consigna el cronista Rosendo Pintos Lacunza.
El Angel Guardián, según Pintos, adoptará la caracterización de una viuda a quien presenta como una “extravagante gacetillera y no escritora; vieja, activa y con algún talento. Su nombre: Lucrecia L. Viuda de Saldívar, quien se organiza con amigos para levantar a los heridos aún en medio de las balas. Ella misma habilitará como sanatorio una casa abandonada en la calle de La Paz, sin saberse si alguna vez fue reconocido tan generoso altruismo”.

La guerra

Los cinco mil habitantes de Acapulco viven momentos de terror, sometidos primero al asedio de las fuerzas revolucionarias y luego a la guerra total librándose en calles y corredores de sus propios domicilios. El agua y los alimentos escasean pero pronto el ingenio y la solidaridad crearán redes de distribución a través de los muy seguros patios traseros. Los residentes en el centro abandonarán sus casas para cobijarse en zonas menos peligrosas como Manzanillo, Tambuco y Caleta.

Comunicación

La comunicación de boca en boca fluirá con eficacia en medio de aquel caos infernal. Las familias se informarán por ese medio sobre la suerte de parientes y amigos y en general de las atrocidades de las fuerzas beligerantes. Les dolerá saber, por ejemplo, que doña Susana García tuvo que ser enterrada en el patio de su casa, porque nadie se atrevió a llevarla al panteón. Lamentarán, igualmente, conocer el deceso del veracruzano Enrique Peñaflor, contador de la Aduana, acribillado mientras auditaba los fondos bajo su custodia.

Un viva cuestionado

“¡Viva la República, viva Madero, viva el comercio!”.
Tales fueron los vítores lanzados por las fuerzas de Mariscal y Centurión cuando abandonen Acapulco, compelidos por una acción envolvente del ejército federal. Extraño viva al comercio, a no ser que haya sido en honor de las Tres Casas Españolas, que todo lo dominaban en el puerto.

Mariscal

Silvestre Mariscal se repliega hasta El Pasito mientras que Centurión toma rumbo hacia La Sabana. A las 2 de la tarde de ese 10 de mayo, recuerda Pintos, todo habrá terminado.
–¡Chingada madre –reprocha Mariscal– por las calenturas del pendejo de Centurión nos partieron la madre un 10 de mayo!

La paz

Vuelta la paz, el coronel Emilio Gallardo, jefe de la guarnición militar, asumirá una conducta magnánima dejando en libertad a los prisioneros y proporcionando atención médica a los heridos. Sus datos sobre la “zafacoca” revelará ochenta murtos y otros tantos lesionados, así como el consumo de 20 mil cartuchos.
Ese mismo 10 de mayo, Francisco I. Madero establece en Ciudad Juárez su gobierno provisional y allá mismo se firma el convenio por la paz. Se nombra presidente provisional y se convoca a nuevas elecciones. Madero designa gobernador de Guerrero al profesor Francisco Figueroa.

El convite

Acapulco sólo se dejará tomar con música y harto mezcal. El convite de la victoria arranca a las 9 de la mañana, en Puente Alto, el 2 de junio de 1911. Dos mil hombres componen la columna cuya descubierta integran 25 jinetes y la banda de música de Atoyac de Álvarez. Abre Silvestre Mariscal con su estado mayor, seguido de la infantería comandada por Valeriano Vidales y cierran los 400 jinetes de Julián Radilla .
Los aplausos del público arreciarán al paso de acapulqueños de diversos grados y entre ellos Albino Lacunza, el médico Dustano Montano, Constancio Martínez, Amado Olivar, Antonio Fernández, Nicolás y Manuel Uruñuela , Fernando Heredia, Octaviano y Daniel Lobato y más.
Con todo, la pesadilla para Acapulco no terminará. Tendrá que soportar a sus libertadores todo el tiempo que dure el licenciamiento del ejército popular –40 pesos por carabina y 15 pesos por cada machete–. Dinero, por cierto, que aquí se quedará en fondas y cantinas.