EL-SUR

Lunes 20 de Enero de 2025

Guerrero, México

Opinión

¿Por qué escribir, señor Buzzati?

Federico Vite

Febrero 07, 2017

Cuando leemos cuentos que parecen tan sencillos y tan fáciles de estructurar, nos enfrentamos a textos que muestran el gran dominio literario del autor, documentos que han pasado por un proceso de pulido y de encerado, narraciones que han crecido con paciencia. Casi siempre son obra de un escritor que piensa claro, alguien que reflexiona sobre los protagonistas, los antagonistas y, por supuesto, los conflictos de sus cuentos, pero donde se nota el largo y retorcido colmillo de un autor, algo que sólo otorga la madurez, es en las frases finales de los textos, en la lenta y ardua labor de escoger las palabras con las que se culminan las historias. Con El colombre (Traducción de Mercedes Corral. España, Acantilado, 2008, 380 páginas), de Dino Buzzati, el lector puede aprender bastante, aparte de la estructura clásica de los cuentos, sobre las diversas maneras de regocijarse con lo ridículo de la condición humana; este volumen reúne 43 cuentos, y una noveleta.
Durante la lectura de El colombre se nota que el autor italiano de ese libro posee un método para darle forma al cuerpo de sus historias: atrapa con una introducción no mayor a diez líneas, posteriormente desarrolla las premisas esbozadas con claridad en la introducción del texto, perfila y confronta al protagonista con el antagonista; antes de culminar la historia recurre a “la vuelta de tuerca”, tan celebrada por los amantes de las estructuras clásicas, y finaliza los textos con suficiencia. Un modelo similar al de las notas periodísticas (entrada, cuerpo y final), recordemos que Buzzati trabajó como reportero gran parte de su vida. Sirva este libro de cuentos para recordarnos que la cuna de todo narrador subyace en una vieja certeza tácitamente dicha en las salas de redacción de todos los periódicos del mundo: las noticias son historias que el reportero debe contar sin adornos, con precisión y revelando novedades ocultas de la cotidianidad. Eventos, finalmente, que inciden en un contexto específico y delimitado.
El libro comienza con dos piezas excepcionales: La creación y La lección de 1980. Textos que, aparte de considerarse como dos clásicos de Buzzati, encarnan los ejes temáticos del autor, obsesiones, como las bromas de un omnipresente ser superior universal y la inminencia de un ataque entre humanos, motivado por la arrogancia, el odio y la insensatez, una vocación por el conflicto, así podría definir Dino a nuestra especie. Bajo esos dos ejes se categorizan las 43 narraciones breves, y una nouvelle. El ideal de belleza que Buzzati trabaja con ahínco en sus narraciones cortas se reduce a la aceptación del destino, una férrea lucha que socava a la mayoría de los personajes, casi casi en una paradoja shakespeariana: To be, or not to be.
En este libro, los cuentos funcionan con un mismo esquema; el lector detecta rápidamente un personaje que se deja avasallar por el antagonista, espera pues el momento adecuado para salir airoso en el conflicto, pero lejos de abrumar con los mismos mecanismos (incidencias sin respuesta del protagonista, una maquinaria que machaca la esperanza), se revelan, casi a manera de maquetas, los ensayos esquemáticos, obsesivos, de un autor en busca de la estructura que anude perfectamente el punto de vista del narrador (desde dónde se cuenta), la progresión dramática (cómo ganan intensidad los hechos y se eslabonan para consumar el final propuesto y deseado por el autor) y la resolución del conflicto. Recordemos que Buzzati dota de movimiento el cuerpo del relato con la vuelta de tuerca que guarda al final de cada unidad narrativa. Maquetas, insisto, en las que se analizan múltiples asuntos; por ejemplo, que un hombre se enamore de un auto, que una banda de jóvenes gandallas salga por la calle a golpear ancianos, que los niños se burlen de un compañerito llamado Adolf Hitler, que una epidemia fulmine a los líderes sociales, que Dios mismo rechace a los intelectuales en su creación, que un tipo tenga conciencia de la muerte cada vez que choca con los pequeños montículos de su jardín o simple y sencillamente que una mujer descubra la inobjetable victoria de la soledad en su vida cuando un veterinario atiende con amor y cuidado a un cachorro. También dibuja los contornos de lo humano en cuentos como Dulce noche (el único texto que enfatiza lo violento de la vida campestre), en el que aborda las guerras por la sobrevivencia, cuando las amebas, los musgos, las larvas y las arañas entablan batallas campales que culminan al amanecer en el acogedor y tranquilo paisaje de la campiña italiana.
Una de las preocupaciones éticas de Buzzati se boceta en textos como El mago, Carta al señor director y El secreto del escritor. El autor problematiza su existencia constantemente, con sorna y maledicencia. Se pregunta, ¿para qué escribir? ¿Por vanidad, por amor, por dinero o simple y sencillamente por ocio? Resulta casi un acto de soberbia responder a ese planteamiento, pero las palabras del propio Buzzati, frases románticas que resuelven esa interrogante, son algo muy parecido a la necedad vital que caracteriza a cientos de narradores, a centenares de poetas: “Bastaría el intento de escribir, aunque luego fuera un fracaso. Tal vez me equivoque, pero la única tabla de salvación que tenemos va en esa dirección”.
El colombre muestra a su autor como un carpintero de la narrativa que lija, pule y barniza los cuentos con el anhelo de que el público descubra que las narraciones cortas están al mismo nivel estético de las novelas que le dieron prestigio literario al aguerrido Buzzati: Amor, Los siete mensajeros, El desierto de los tártaros, El secreto del bosque viejo.
El colombre termina con Viaje a los infiernos del siglo”, nouvelle en la que el reportero Buzzati (el autor suele protagonizar varias de sus historias) cuenta muchos entresijos en una ciudad que se parece a Milán, pero se trata de El Infierno. “Era tranquilizador el hecho de que los letreros de las tiendas y los carteles publicitarios estuvieran escritos en italiano y se refirieran a los mismos productos que nosotros utilizamos diariamente”, dice el narrador para explicar que no había mucha diferencia entre El Infierno y la ciudad del milagro económico italiano. Y agrega: “Aparentemente es todo como aquí (Milán), los hombres son de carne y hueso, no como los de Dante”.
Es claro que Buzzati no es Chejov ni Carver, ni Cheever pero es un cuentista que trabajó mucho sus textos y usó el humor, a manera de estilete, para diluir la amargura vital. Leer a este hombre es encontrar a un tipo dicharachero que se burla de las mezquindades humanas y de los bíblicos errores que explican nuestra insaciable desfachatez. Que tengan un martes de película.