EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Por qué leer?

Florencio Salazar

Enero 19, 2021

Aparte de un perro, un libro es el mejor amigo del hombre; dentro de un perro, no hay luz para leer. Groucho Marx.

Una cantera que cae en el andamiaje y lo sacude. Se ha construido toda la estructura para construir una catedral, la de Kingsbridge. Sus elevados arcos ovalados serán los más hermosos monumentos barrocos. Llegar hasta el final de la arquitectura ha requerido vencer temores, mantener el proyecto a pesar de las vidas perdidas, hacer el sustento de su mundo.
Mi proceso de lectura equivale a la metáfora de Los Pilares de la Tierra de Ken Follet, en cuanto se refiere a la sacudida de los andamiajes. Una inocente pregunta: ¿Por qué leer? me ha provocado largas horas de reflexión y algunos intentos de escritura. La simple respuesta sería: Leo por que me gusta leer, de gusto, voz que procede del latín gustus: sentido con el que se percibe el sabor de las cosas, sabor que tienen las cosas en sí mismas, sensación agradable experimentada en los sentidos o en el ánimo cuando una cosa resulta placentera, actitud favorable con el que se hace una cosa y capacidad para apreciar la belleza o fealdad de las cosas. (Gran Diccionario de la Lengua Española Larousse, Larousse Planeta, S. A. Barcelona, 1996).
Enumeremos las causales: sentido del gusto, sensación agradable y placentera, actitud favorable y capacidad para apreciar lo bello. Como se advierte, el gusto se prueba en la gastronomía, la responsabilidad (el comportamiento, la actitud), la sensación (emotividad, sentimiento), y la estética. Leer por gusto define la diversidad de placeres, pero también incluye las angustias que transmite la buena literatura.
Tres elementos contenidos en el vocablo gusto cuadran con el propósito de la respuesta, que trataré de aprovechar en un orden diferente al establecido en el Diccionario. La sensación: la literatura debe transmitir emoción que «no es un concepto, ni un sentimiento, es una argumentación»
(Racionero), para que el lector se apropie del texto y, al reinterpretarlo, lo haga suyo, es decir, que entusiasme. La estética: «lo bello que es todo lo que los hombres han considerado bello», y que se compara con lo bueno (Humberto Eco), y la responsabilidad (la lectura específica como interés).
Estoy en desacuerdo con Italo Calvino al afirmar que «Sólo en las lecturas desinteresadas puede suceder que te tropieces con el libro que llegará a ser tu libro». Calvino otorga a la casualidad encontrarse con un clásico que sea tu libro y esa es una visión parcial. Mi interés por la narrativa de la Revolución Mexicana me llevó de la mano a la lectura de La Muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, que es uno de mis libros. También podría citar la novelística sobre el poder patrimonial y el cacicazgo en América Latina (Tirano Banderas de Artemio del Valle-Inclán, El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, Yo El Supremo de Augusto Roa Bastos, Maten al león de Jorge Ibargüengoitia, El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez y La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa), obras que han sido de mi interés en la búsqueda de conocer por qué nuestra región latinoamericana es inestable, atrasada, pobre y con débiles instituciones políticas.
Lo anterior me permite una digresión. Generalmente damos por descontado que toda afirmación hecha por algún personaje es correcta. Por ejemplo, la lectura literal de la frase de Woody Allen respecto a que Guerra y Paz de León Tolstoi, habla de Rusia. Para comprender lo dicho por Allen se necesita la lectura crítica (“leer atrás de las líneas”), llave de acceso al humor de su contenido; esto último sería innecesario si se conocieran algunas películas y declaraciones del también clarinetista de jazz. Sabemos que toda generalidad es injusta. El lector debe examinar lo que se dice independientemente de quien lo diga; de lo contrario, convertimos al autor en sumo sacerdote y a sus dichos en actos de fe.
Hay dos razones más para leer: mejorar la escritura y la lectura. Hay que cerrar el círculo virtuoso. Lectores los hay eruditos que hablan como leen, leen como escriben y escriben como piensan. Los mortales comunes cometemos atroces agravios al lenguaje. Las causas son varias: carecer de una sólida formación gramatical y del conocimiento suficiente de la retórica y la poética para aprovechar todos sus recursos (las dos ramas de la literatura, que para abrevar en ellas exigen la dedicación de una vida); y el constante desarrollo del lenguaje. Es indispensable estar atentos a giros idiomáticos y observar cómo los escritores usan –por ejemplo– el hipérbaton en la construcción literaria.
Me imagino al idioma español como un molino moliendo caña, que trabaja sin descanso. Por un lado sale la miel y por otro bagazo. Nada tiene desperdicio. La miel enriquece el idioma y el bagazo lo empobrece. Las palabras se dirigen para ser adoptadas de acuerdo con la capacidad del hablante, sin olvidar que el latín vulgar es origen y fundamento de las lenguas romances, como la nuestra. Cervantes escribió El Quijote oyendo a los hablantes de pueblos y comarcas (José Emilio Pacheco).
Es significativo advertir que el uso del lenguaje implica poner en marcha la memoria y el pensamiento simultáneamente. Al hablar, más aún al escribir, la memoria localiza y nos aporta la palabra útil. El pensamiento es un filtro, que identifica si esa palabra útil es la deseada o necesaria. Aquí llegamos a una de las causas principales del apropiado uso del lenguaje: la lectura.
Además de situarnos hasta donde la imaginación del ser humano alcanza, la lectura transmite la calidad de la escritura. Sin saber cómo ni cuándo de pronto podemos escribir con más propiedad, con más soltura. Mejor construidas las oraciones, trasladadas las ideas, transferidas las emociones. La memoria activa o memoria profunda, como la llama Arthur Schopenhauer, indica en dónde colocar la coma, el punto y seguido, el punto y aparte… Son las pequeñas magnitudes de la escritura.
En sus Memorias Henry Kissinger aconseja a los jóvenes dedicados a la política ser lectores voraces. Señala que cuando ocupen cargos de responsabilidad mayor será escaso su tiempo de lectura y tendrán que conformarse con síntesis que les preparen sus colaboradores. El capital intelectual sobre el que giren sus decisiones serán aquellas lecturas de la juventud, del proceso formativo. La apreciación es correcta. Los muchos asuntos de atención impostergable en la administración pública, dejan poco espacio para leer. Sin embargo, siempre se debe encontrar la oportunidad porque el mundo no para.
El lenguaje es una plaza permanentemente asediada. Uno de sus más feroces atacantes es el lenguaje llamado twittero: pobre, desleído y carente de sonoridad. ¡Qué paradoja! La sociedad que crea la inteligencia artificial rescatando jeroglíficos en los ordenadores para comunicarse.
Hay que fortalecer el gusto, el placer de la lectura.