EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Por qué no hemos podido vencer la pandemia?

Jesús Mendoza Zaragoza

Enero 25, 2021

Primero nos dijeron que en un par de meses pasaría de largo la pandemia; después nos dijeron que se alargaría por dos meses más. Y hoy estamos a 10 meses de cuarentena y no tenemos certeza alguna sobre su final. ¿Un año, dos años o más bastarán? No lo sabemos, la incertidumbre nos ha atrapado y ya no nos fiamos de predicciones. Aquí es donde salta una pregunta obligada: ¿por qué se ha alargado tanto la pandemia, cosa que no se pudo prever desde el principio? La respuesta debe ser muy compleja para ser explicada cabalmente. Sin duda, hay varios factores, algunos de los cuales aún no se pueden identificar.
Aún así, es necesario investigar algunos factores que pueden estar ya a la vista. Los habrá globales, otros de carácter económico o político. Por ahora quiero aventurarme en la identificación de un factor cultural. Algo que me ha provocado preguntas es la actitud que las personas hemos tomado ante las exigencias necesarias para detener la pandemia mediante actividades individuales. Hay múltiples quejas por todos lados en el sentido de que la sociedad no ha colaborado lo suficiente. A diez meses de cuarentena, prevalecen aún el escepticismo, la indiferencia, la insolidaridad, la irresponsabilidad en el comportamiento de muchas personas y pueblos, que parecieran absurdos, irracionales y de escaso sentido común.
Es evidente que no podemos generalizar. Ha habido mucha gente que sí ha puesto su mejor esfuerzo, que ha colaborado y ha puesto su parte para cuidar y cuidarse, para participar y ayudar. Podemos hablar incluso de casos de heroísmo, que ha mostrado lo mejor del ser humano. Pero sigue habiendo una percepción de que gran parte de la sociedad no ha colaborado y por eso la pandemia se ha alargado. Y no solo en México, también en las naciones de corte occidental, sobre todo. Estados Unidos y gran parte de Europa, lo mismo que América Latina sufren las mismas frustraciones. La pandemia ha arreciado su velocidad y cada día engulle nuevas vidas, postra la economía y genera daños nacionales y globales.
Lo que deseo enfocar ahora es el factor de las personas a partir de su dimensión cultural. Me refiero a lo cultural como todo aquello que recibimos de nuestro entorno y que modela nuestro pensamiento, nuestros sentimientos, nuestras actitudes y nuestras conductas. Me refiero a ideas, valores, principios, tradiciones, costumbres. La cultura es ese sustrato, consciente o inconsciente que nos hace ser como somos y relacionarnos como lo hacemos. Las personas somos modeladas por la cultura en la que nos hemos desarrollado, pero, a la vez, tenemos la oportunidad de remodelar y de transformar la misma cultura.
El punto en cuestión está en investigar si la cultura que hemos recibido desde nuestro entorno, ha facilitado o ha dificultado nuestra colaboración para hacer frente a la pandemia. Es cierto que hay factores económicos como el desempleo; y hay factores políticos como la desconfianza hacia los gobiernos, que han contribuido a la falta de colaboración. Y, ¿qué podemos decir acerca de nuestra manera de ser, como personas como factor del alargamiento de la pandemia? En ocasiones pareciera que estamos discapacitados para tantas cosas; no somos responsables porque no estamos equipados para hacerlo; no somos solidarios de manera permanente porque no lo hemos aprendido. La solidaridad y la responsabilidad no las llevamos en nuestras entrañas como un modo de ser. Y es por eso que no hemos sabido manejar la pandemia; ella es la que nos ha zarandeado metiéndonos en un túnel de incertidumbre. Nosotros que nos ufanamos de nuestras modernas capacidades de control, no la tenemos bajo control, más bien ella nos tiene apabullados.
¿Qué clase de personas somos, que a pesar de todos los avances de la ciencia y de las tecnologías nos sentimos perdidos? Estamos acostumbrados ya a tomar los controles de todo con un simple click en los dispositivos electrónicos que nos estamos sintiendo incómodos porque la pandemia no obedece a ningún click. No tenemos el control en las manos y nos sentimos controlados. Y es aquí donde nos podemos mirar como un producto de la cultura de Occidente. La larga historia moderna y contemporánea de Occidente nos ha modelado de tal manera que no nos preparó para tomar el control de una pandemia como esta. La cultura moderna y, la emergente cultura posmoderna, nos modelaron de manera que ahora, muy a nuestro pesar, nos hemos sorprendido de nuestra alta vulnerabilidad. No somos dioses todopoderosos, como nos hicieron creer.
La cultura moderna, con su paradigma tecnocrático nos contó la historia de un progreso ilimitado a partir de la fe en la razón y en la ciencia, sostenido en las grandes narrativas, en la fuerza del Estado liberal y en la economía de mercado. Ha cumplido algunas de sus promesas, que han ayudado a una parte de la humanidad a mejorar sus niveles de vida, pero también ha generado monstruos como lo hemos visto en los totalitarismos del siglo pasado y en las grandes guerras. La cultura moderna modeló al ser humano abstracto como el gran protagonista de la historia, que con la razón tenía todo para lograr el progreso; a un ser humano que interviene en cuanto ciudadano y en cuanto trabajador tanto en el capitalismo como en el marxismo– para abrir la historia hacia el futuro. El ser humano es libre con los acotamientos que le impone el Estado como ciudadano y el Capital como trabajador. Y esos acotamientos han sido brutales; por tanto, la libertad ha quedado más bien como una aspiración a futuro o al alcance de unos pocos, de quienes tienen una posición de privilegios.
Ante las fallidas promesas de la modernidad se ha generado un desencanto cultural con consecuencias sociales y políticas. La promesa de progreso ha generado cosas buenas, pero también ha generado monstruosidades y las expectativas no se llenaron. Así va surgiendo, como reacción, la cultura posmoderna. En lugar del ser humano con una libertad abstracta, la nueva cultura coloca al individuo en el centro, desvinculándolo de todo. La libertad deja de tener referentes sociales y éticos porque ya no hay referentes absolutos. Cada quien hace con su libertad aquello que llena sus propios deseos. Caen las ideologías y las utopías y ya no hay futuro que construir porque el individuo se arrincona a sí mismo en el presente, en la satisfacción de sus propios deseos. El Estado es sustituido por el Mercado en su versión neoliberal, que impone sus reglas, convirtiendo al ser humano en un consumidor, en un usuario, en un cliente. La sociedad queda en estado líquido, según expresión de Zygmunt Bauman, resultando un individualismo radical, una suerte de hombres y mujeres light.
¿Qué es el ser humano? ¿Cómo nos concebimos a nosotros mismos? Tenemos en nuestro interior los ADN de la modernidad y de la posmodernidad. La cultura moderna dominante nos ha formado como ciudadanos acotados por las ideologías, por la fuerza del Estado y como trabajadores sometidos por el poder del Capital. Mientras que la posmodernidad nos ha formado como consumidores, como usuarios que carecen de referentes absolutos. Eso aprendimos a ser: ciudadanos acotados, clientes y consumidores. Y nos hemos privado de convertirnos en personas. Ese es el modelo cultural en el que hemos nacido, en el que crecemos y en el que buscamos sobrevivir.
Eso de ser responsables los unos de los otros, eso de participar en el bien público, eso de generar iniciativas de solidaridad, eso de tomar en nuestras riendas los problemas, esas son capacidades que se adquieren cuando nos formamos como personas y no como clientes o consumidores, o como ciudadanos frustrados. Si nos hemos comprendido como personas, equipadas de un gran potencial para pensar, para tomar decisiones responsables, para modificar la realidad y para determinar el futuro que queremos, eso es otra cosa. Pero si nos hemos sumergido en el consumismo y hemos renunciado a hacernos responsables del bien común, tendremos que soportar meses y más meses de pandemia. Eso es seguro. Hasta que otros –los que tienen en sus manos el poder público o privado– nos resuelvan los problemas, siempre a su modo. Esa es la lógica de quien renuncia a convertirse en persona.
Hay que reconocer que una buena porción de personas, comunidades e instituciones sí han estado a la altura de los estragos de la pandemia, porque han logrado ese perfil personalizador que les ha hecho responsables desde sus entrañas con una gran capacidad amorosa. Y los encontramos en todos los estratos sociales. Están en la burocracia y en el servicio público, en la academia y en la ciencia, en la sociedad civil y en las comunidades. Una muestra está en las culturas de los pueblos originarios, donde la pandemia ha sido afrontada desde una perspectiva comunitaria –algunos dirán, premoderna–. Mucho tenemos que aprender de las culturas indígenas, que conservan rasgos culturales que han sido muy despreciados por quienes nos creemos ilustrados y progresistas.
La construcción de personas tendría que ser la gran tarea de la educación, de toda educación, formal y no formal. El aprendizaje de convertirnos en personas pensantes, interdependientes, solidarias y abiertas nos hará competentes para abordar contextos inesperados como la pandemia de hoy, ante la cual nos hemos dado cuenta que no sabemos lidiar con ella. Los ciudadanos infantilizados y los consumidores están discapacitados. El reto está en formarnos como personas en el sentido integral de la palabra, capaces de vivir en amor y libertad.