Raymundo Riva Palacio
Noviembre 23, 2023
Arrancaron las pre-campañas presidenciales y si los primeros días dibujan lo que vendrá, Xóchitl Gálvez será derrotada por Claudia Sheinbaum, y la balandronada de Samuel García de que su lucha no es contra la candidata del Frente Amplio, sino con la morenista, se convertirá en realidad. Gálvez no va a cambiar ese destino a menos de que decida liberarse de la mediocridad partidocrática que la está matando como una contendiente competitiva.
Sometida por los partidos del Frente, Gálvez se está traicionando a sí misma y a todos aquellos que la vieron como una esperanza para arrebatarle a Morena el poder. Aquella figura fresca, espontánea, disruptiva y echada para adelante, se ha apagado. Está convertida en una política convencional, reflejo de los partidos que la están sofocando. En lugar de haber aprovechado la fuerza de su personalidad que animó a la sociedad civil, se mimetizó, apagando su color, que dio paso a la grisura.
Los partidos la han abandonado. No de palabra, sino en los hechos. Están más preocupados en el reparto de candidaturas para las cámaras, que en enfocarse en construir una candidatura presidencial con fuerza. No debería de extrañarle a nadie. En uno de los momentos más complejos y determinantes del país, tenemos una de las clases políticas más anodinas e irrelevantes en décadas, sintetizadas en su coordinador de campaña, Santiago Creel, que nunca ganó una elección, que ha probado su incompetencia como operador a lo largo de los años y que se mantiene casi como el jefe clandestino de una candidata que está llevando al matadero.
Gálvez ha sido chupada por la mezquindad y lo fútil de las dirigencias de los partidos del Frente. Perdió el histrionismo, como cuando se vistió de dinosaurio en una plenaria en el Senado, y abandonó el dramatismo, como cuando llegó a Palacio Nacional en bicicleta para exigirle al presidente Andrés Manuel López Obrador el derecho de réplica por unas afirmaciones mentirosas sobre ella. La reacción del presidente fue lo que la propulsó a la candidatura del Frente, que aprovechó sus reflejos rápidos para responderle a López Obrador cada vez que la atacaba, y utilizar la tecnología para producir videos que parecía que estábamos ante un fenómeno político-popular con alas de Pegaso.
El impulso duró poco. Ni ella evolucionó en su mensaje, sin perder el perfil innovador, ni fue acompañada por los partidos en su apoyo y en el de la candidatura. Se empantanó y viene, como dice el candidato de Movimiento Ciudadano, en caída –y sin rumbo claro. Mal comenzó la pre-campaña con una marcha en Coyuca de Benítez, uno de los municipios de Guerrero más afectados por el huracán Otis, que le generó críticas de oportunista. Era de esperarse que eso dijeran de esa visita, que desaprovechó con un discurso desabrido.
Esta Xóchitl no es lo que fue. O lo que fue, no era en realidad lo que es. Su pasión se esfumó, y ha dejado ver en reuniones privadas que piensa más en que no le alcanzará para ganar, que en proyectar su ambición para ganar. Se ve desconcentrada, como cuando al responder una pregunta sobre a quién no invitaría jamás a su gabinete, mencionó a Alito, el sobrenombre de Alejandro Moreno, líder del PRI, uno de los miembros del triunvirato frentista. Se aprecia nerviosa, como cuando se quedó sin teleprónter en el Ángel de la Independencia y no tuvo la capacidad para improvisar. Proyecta abandono y mala asesorada, como en su primer spot de la precampaña, donde repite su biografía. Le está pasando lo que hizo el PAN con Josefina Vázquez Mota en 2012, y lo que hizo el PRI con José Antonio Meade en 2018, cuando los dejaron solos y fueron aplastados.
Xóchitl Gálvez no está existiendo para la partidocracia del Frente. Sus discusiones son las renuncias de sus militantes porque no fueron candidatos a lo que sea, y los enfrentamientos en la pugna por puestos a elección popular. Su pre-campaña inició en medio de esas turbulencias internas, donde lo más importante son estas precisamente, y no el comienzo del asalto al poder.
¿Por qué quiere perder Xóchitl? Probablemente no es esa su voluntad, pero eso es lo que está haciendo subconscientemente. ¿Tiene solución? Nadie puede saber si para ganar, porque no solo depende de ella, pero sí para no ser la candidata que perdió antes de empezar a competir, ni la figura que se vio como la única posible de acabar con Goliat, que resultó estar inflada con helio. El desvanecimiento ha hecho que en las redes sociales y en algunos círculos políticos se sugiera, a veces con urgencia, que el Frente cambie de candidata—al fin y al cabo el registro ante el INE será en la tercera semana de febrero. Sin embargo, ¿tendría la oposición una mejor oferta para el electorado?
Xóchitl Gálvez, que se coló a la candidatura presidencial por la puerta de atrás, es lo mejor que tienen los partidos para competir contra Sheinbaum y López Obrador, que aunque no estará en la boleta, será el jefe real de la campaña morenista. Pero no será con el cartabón de los partidos y sus desprestigiados líderes. Tampoco será vaciando a Gálvez de lo mejor que tenía y obligándola a ser rígida, solemne y soporífera. Como decía Chesterton, lo serio no está reñido con lo divertido, sino con lo aburrido. Gálvez era jovial; los partidos no. Gálvez carece de densidad; a los partidos les sobra. Ella era impredecible; los partidos son predictibles.
En este dilema, necesita quitarse las amarras de los partidos, y los partidos aceptar que las nuevas reglas del juego no las impone ella sino el electorado. Gálvez necesita regresar al histrionismo y los partidos acompañarla. Le urge recuperar su temeridad y los líderes de los partidos quitarse los miedos a López Obrador. Ambos requieren invertir los papeles y regresar el ayer a hoy, si quieren sumar votos presidenciales. Si no es así, ahórrense farsas, no hagan perder el tiempo a los ciudadanos, y saluden dócilmente el inicio del reino de Morena.
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