La semana pasada, Sebastião Salgado decidió lanzar una carta abierta a los tres poderes de la República brasileña, alertando sobre el riesgo de extinción de un número importante de las tribus que viven en la Amazonía. El famoso fotógrafo brasileño, que visita con frecuencia la región al estar preparando un libro de fotografías sobre estas tribus desde hace siete años, decidió llevar a cabo un gesto osado para forzar a las autoridades públicas de su país a evitar que lo peor suceda. Y en cuestión de días, obtuvo el apoyo de decenas de personalidades de la cultura, de las artes y de la política, como Chico Buarque, Sting, Madonna, Paul McCartney, el príncipe Alberto de Mónaco, Caetano Veloso, Oprah Winfrey, Juliette Binoche, Ai Wawei, entre otros. Su impacto mediático fue considerable: de CNN a la BBC, pasando por la Deutsche Welle, El País, Corriere della Sera y Le Figaro, la prensa internacional le dio espacio al llamado de Salgado.
Y no es para menos. En efecto, las comunidades indígenas del Amazonas, al vivir aisladas de los grandes núcleos de población, no han desarrollado un sistema inmunológico que les permita resistir al Covid-19, dejando presagiar lo peor para ellas. Pero para Jair Bolsonaro y su gobierno, los indígenas del Amazonas brasileño son un estorbo para sus planes de “activación económica” de este territorio. En efecto, el Amazonas dispone de numerosas fuentes de energía, de recursos naturales y de bienes preciosos, como el oro. Jair Bolsonaro quiere explotarlos, con el objetivo de “traer el progreso económico y social a estos territorios” y relanzar así la maltrecha economía brasileña. Desde esta perspectiva, la política llevada a cabo por todos los gobiernos brasileños desde la instauración de la “Nueva República”, en 1988, estarían equivocados.
Desde el regreso a la democracia, el Estado brasileño construyó una serie de instituciones que tienen como objetivo proteger a la Amazonía, instaurar políticas públicas de preservación del medio ambiente y de lucha contra la explotación ilegal de las riquezas de estos territorios. En particular, se creó la Fundación Nacional de Apoyo a los Indígenas (FUNAI), el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), el Instituto Brasileño de Medio Ambiente (IBAMA), entre otros. A pesar de las alternancias políticas, de Collor de Mello a Michel Temer, pasando por Fernando Henrique Cardoso, Lula da Silva y Dilma Rousseff, estas instituciones fueron preservadas y fortalecidas. Hoy, bajo la presidencia de Jair Bolsonaro, se volvieron un estorbo.
Así es como el ministerio de Hacienda comenzó a reducir su presupuesto y su personal, al tiempo que la propia presidencia de la República editó decretos menguando el alcance de sus atribuciones, en particular en materia de lucha contra el crimen organizado y de auditoría. De tal manera que la tala ilegal de la selva Amazónica, que había aumentado en los últimos años, recrudeció. Entre 2019 y 2020, los expertos del INPE, que producen las estadísticas al respecto, estimaron que el crecimiento será del 100 por ciento, previendo un escenario todavía peor para el próximo año. De tal suerte que la explotación salvaje de la Amazonía va a todo vapor, con la anuencia del presidente de Brasil.
Infelizmente, como era de esperarse de parte de Jair Bolsonaro, en lugar de celebrar la iniciativa de S. Salgado, la descalificó, e inclusive, mandó retirar las fotografías que el artista había donado a la FUNAI en señal de protesta contra su manifiesto. Al hacerlo, Jair Bolsonaro ha confirmado su estatus de paria internacional, y su nulo interés en la preservación de la Amazonía. Hoy más que nunca, la presión internacional es indispensable para obligar a Bolsonaro a reconsiderar, y evitar una catástrofe en la Amazonía de consecuencias potencialmente irreversibles.

* Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París

Twitter: @Gaspard_Estrada