EL-SUR

Miércoles 17 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Porque la tierra es sagrada y se respeta

Tlachinollan

Diciembre 03, 2005

El territorio es el lugar histórico y sagrado donde se han asentado nuestros pueblos desde antes de la Conquista. La historia lo tiene registrado en nuestros códices –que para variar se encuentran en otros países– y se mantiene viva e intachable en nuestra memoria colectiva. Lo que más nos mueve y nos indigna como pueblos es el hecho de que agentes externos, con actitudes racistas, despóticas                                                 y mercantilistas traten siempre de imponernos sus decisiones, por catalogarnos como gente sin capacidad para razonar más allá de nuestro entorno.

Como pueblos indígenas y campesinos a lo largo de la historia siempre hemos enfrentado los embates de quienes abusando de su poder, nos despojan, nos fragmentan, nos relegan y nos transforman en súbditos de un régimen opresor y etnocida. Desde la Colonia se nos obligó a trabajar como esclavos en las encomiendas, las haciendas, los ranchos y las grandes propiedades que los españoles nos expropiaron a la mala. Con el tiempo nuestros territorios pasaron a ser las estancias de ganado que funcionaron como empresas privadas de los conquistadores transformados en caciques.

Contrario a la pobreza ancestral en que nos han sumido los gobiernos desde la Colonia, nuestro estado es rico en yacimientos minerales de alabastro, mármol, plata, oro, plomo y zinc y mucha agua. No es gratuito que Hernán Cortés se haya apoderado de la provincia prehispánica de Tlapa, porque había ¡mucho pan! y ¡mucho oro! Aparte del despojo se nos impuso un régimen tributario que desangró nuestras vidas y nuestra economía. Nos imponían altas cuotas para pagar en oro, miel, cera, mantas, cacao y trabajo agrícola, que eran los bienes más codiciados de la época.

Además de la riqueza mineral, agrícola, apícola y textil, nuestros territorios también disponen de una compleja red de agua debido a la grandeza de nuestros ríos que nacen en las cimas de nuestras sierras y montañas. Una parte de estos ríos que corren hacia la región norte de lo que ahora es Guerrero dieron origen a la cuenca del río Balsas, que ha jugado un papel importante en la historia del desarrollo económico del país, pues sus aguas alimentan una de las principales presas hidroeléctricas de México –la del Infiernillo– y forma parte del complejo siderúrgico de Lázaro Cárdenas, Michoacán, el más grande de América Latina.

No contentos con que la derrama de nuestro líquido vital sea utilizada para crear polos de desarrollo económico en otras regiones sin que ello se refleje en un beneficio tangible para nuestros pueblos, los gobiernos federal y estatal insisten en la construcción de presas hidroeléctricas dentro de nuestros territorios, tal y como quiso consumarse en la región del Alto Balsas, donde los pueblos nahuas dieron una lucha histórica, que fue un ejemplo de resistencia y gran pundonor que marcó el nuevo rumbo del movimiento indígena en México, que logró imponer su palabra y demostró tener capacidad para exigir respeto a sus derechos colectivos.

Otros ríos que brotan de nuestros territorios corren hacia el océano Pacífico que forman también una red de agua de gran envergadura. En esta región se encuentra el río Papagayo que provee de agua la ciudad de Acapulco. Ahora los gobiernos federal y estatal han decidido desde las cúpulas del poder y con su misma lógica privatizadora, construir la presa hidroeléctrica La Parota.

Ante este empeño obsesivo de los gobiernos de abrir a los mercados toda nuestra riqueza natural, ignorando las razones y las demandas de los pueblos, en el estado se ha ido configurando un movimiento de resistencia y organización de base para contener esta avalancha y hacer valer nuestros derechos como pueblos.

Los derechos fundamentales dejan de ser una prioridad estatal, pues ahora el nuevo esquema es dejar que las empresas se encarguen de satisfacer las necesidades básicas de salud, educación, alimentación, vivienda, agua y electricidad. Por eso las reformas que se han impuesto desde 1992, están orientadas a crear las condiciones jurídicas y políticas para allanar el camino de los megaproyectos que supuestamente crearán las fuentes de empleo y vendrán a ser los nuevos benefactores de la población irredenta.

Como organizaciones campesinas e indígenas hemos aprendido que hombro a hombro, con nuestras propias voces y nuestras profundas razones tenemos que contener esta ola privatizadora que busca desenraizarnos de nuestros territorios y que quiere vendernos la idea de que saliendo de nuestras tierras tendremos una vida mejor en otros territorios extraños. Por eso hemos empezado a caminar juntos, a darle el peso que de por sí tiene la palabra del pueblo indígena y campesino y a saber escuchar su gran resonancia a lo largo y ancho de nuestro estado; por ello el diálogo directo, plural, sencillo, ha sido el instrumento más eficaz para tejer el conocimiento y las razones de quienes andamos a pie en los caminos, de quienes todavía no sabemos lo que significa tener un salario seguro, ni conocer de los beneficios de ciertos servicios públicos que están vedados para los más pobres. Tenemos la osadía no sólo de resistir, sino de pensar colectivamente y de empezar a escribir nuestra cosmovisión a través de lo que hoy denominamos la Agenda Estatal Para el Desarrollo y la Autonomía de los Pueblos Indígenas de Guerrero.

En ella reflejamos todas nuestras problemáticas y nuestras propuestas. Hemos entendido que en este ordenamiento de ideas está en primer término lo que más queremos y defendemos, como es la preservación de nuestras territorios. El territorio es para el pueblo lo que el agua viene a ser para los peces, sin ellos la vida significa muerte y el futuro como pueblos se cancela en el presente.

Con ella hemos tejido estrategias emanadas desde nuestra propia perspectiva para crear las condiciones propicias que nos permitan construir una plataforma social que fortalezca los procesos organizativos y reconstruya el tejido comunitario, para hacer realidad los derechos económicos, sociales y culturales que históricamente nos han negado los gobiernos.

En los últimos meses hemos constatado del nuevo gobierno el poco interés por entender y atender las razones de los campesinos opositores al proyecto hidroeléctrico de La Parota. En lugar de crear un ambiente propicio para el diálogo y de generar confianza entre los posibles afectados a través de una información objetiva, veraz y transparente, se entró en una espiral de confrontación, descalificación y enfrentamientos que, por desgracia, han ocasionado un conflicto de graves consecuencias que parece no tener una salida que disminuya los niveles de tensión y apacigüe los ánimos encendidos. Los operadores políticos han ignorado a los verdaderos dueños de estos territorios, le han apostado a la compra de conciencias y a la cooptación de algunas autoridades ejidales, se han burlado de nuestra voluntad y han aplicado una estrategia de fuerza con el fin perverso de amedrentarnos, dividirnos y arrinconarnos. Esto no ha sucedido ni sucederá, sus planes aunque cuenten con toda la fuerza del Estado y todo el dinero imaginable, siguen siendo proyectos postizos que son construidos con pies de barro.

Nuestra organización está alimentada por la memoria histórica y la fuerza de nuestra identidad como pueblo, somos las raíces de estos grandes árboles como el de la parota, estamos amarrados a nuestra tierra, somos los árboles que hemos cuidado el agua y hemos podido conservar los ríos, somos los guardianes de las riquezas naturales que todavía existen en nuestro estado, por eso la conciencia colectiva de los pueblos se transforma en un imperativo cultural y político que nos dice que no podemos permitir que se arranquen nuestras raíces porque en ellas están nuestras vidas. No hay razones económicas ni visiones privatizadoras, nuestras razones son históricas, sociales, de equilibrio ecológico y de respeto a nuestros derechos como pueblos. Nos inspira la cultura de la propiedad colectiva de nuestro territorio, de la reciprocidad económica, de la visión de nuestro hábitat como algo sagrado y de sentirnos como hijos de una sola madre que es nuestra tierra que nos alimenta.

El despojo de nuestros territorios está siendo justificado por las autoridades que dicen que buscan el progreso y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población. El inconveniente es que se trata del punto de vista de quienes nunca han vivido en estas tierras y que tampoco saben lo que piensa y siente un campesino al que siempre se le ha utilizado como cliente político. Ahora que nos asumimos como actores sociales y que hemos tomado en nuestras manos la lucha por la defensa de nuestros derechos, y en este caso de nuestro territorio, es cuando surge el malestar y enojo de las autoridades porque no sintonizamos con sus planes, porque les descuadramos sus esquemas y sus proyectos económicos y porque aparecemos ante la opinión pública como los pueblos que incomodan las acciones autoritarias del gobierno.

Ante esta situación crítica donde se han ido cerrando los canales de comunicación con las autoridades, y donde aparece más el uso de la fuerza como manera recurrente del nuevo gobierno para atender conflictos sociales, los pueblos y organizaciones que estamos luchando en la defensa de nuestros derechos es que desde este viernes e incluido el sábado dialogamos en el foro Defendiendo el territorio, al que convocamos en la ciudad de Tlapa de Comonfort, como una manera sencilla de ir construyendo los espacios como sociedad civil para fomentar el diálogo comunitario, para aprender de la experiencia vivida, para repensar nuestras estrategias de lucha, para articular nuestras voces, para entender la necesidad de encontrarnos en los diferentes caminos que nos unen, y para darle color, fuerza y candor a nuestras voces silenciadas. Nuestra larga historia que avanza por las barrancas y veredas de nuestro estado resuena en nuestras conciencias de que la tierra es sagrada y se respeta.