EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Porteñas (III)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Noviembre 21, 2019

La banca del Zócalo

Mueble de concreto situado en la esquina noreste de la plaza Álvarez, la Banca del Zócalo fue, además, una institución reconocida por la respetabilidad de sus integrantes, lo mismo que por el ejercicio crítico practicado por ellos todas las noches. Un ágora donde voces disonantes se referían lo mismo que a los grandes problemas del país que a las necesidades apremiantes del puerto, ambas sin soluciones a la vista. “No dejar títere con cabeza”, fue una de las muchas famas de aquella asamblea de expresión libérrima y esta se extenderá fuera de la ciudad. Alguna vez la visita el ex presidente Miguel Alemán Valdés.
El veracruzano reprimirá con una sonrisa dentífrica el piquete de una espina de cuatete que le clave un irónico Tancho Martínez Ramos, líder de la CROM: “Los acapulqueños le agradecemos finalmente, señor, habernos trepado a los cerros de este lado de la bahía. Ahora entendemos que usted lo hizo pensando en la maravillosa vista que nos depararía el destino”
Por su parte, don Enrique Lobato, ex alcalde escuderista, y Simón Chamón Funes le recuerdan las raterías de su “procónsul” Melchor Perrusquía, presidente de la Junta Federal de Mejoras Materiales, acusándolo de haber diseñado la Costera a la medida de sus ambiciones y oscuros intereses económicos. El ex presidente se anticipará a José José con aquello “ya lo pasado pasado…”.
Más tarde se conocerá el diálogo siguiente:
Miguel Alemán:
–Oye, Melchor, la Banca de Acapulco no te quiere, te acusan de ser un ladrón insaciable, sin escrúpulos.
Melchor Perrusquía:
–Esos pinches agiotistas son unos malagradecidos e hijos de la chingada, Miguel. Me difaman después de haberles dado todas las cuentas de la Junta y las mías propias, pudiendo habérmelas llevado a Suiza. ¡No se vale, Miguel!
–¡Ay, Melchor, tan pendejo como siempre, hablo de la Banca del Zócalo de Acapulco!

Morlet Sutter

El acalde Ricardo Morlet Sutter visitó a los “banqueros” al día siguiente de su toma de posesión. Manuel Añorve López lo recibe con una cohetería infernal –según su costumbre– pero Rico se molesta y pide a un gendarme que por ahí pasaba arrestar al abogado de Ometepec. “Soy el nuevo presidente municipal”, se presenta, pero el uniformado no se lo cree y le exige deletreando las palabras ¡in-ti-fí-que-se, se-ñor, in-ti-fí-que-se!. La carcajada general, incluida la del alcalde, romperá la tensión del momento.
Muchos alcaldes anteriores cumplieron en su momento con ese ceremonial. Enrique Lobato, Donato Miranda Fonseca, Jorge Joseph Piedra, Canuto Nogueda Radilla, Israel Nogueda Otero y los Toños, Trani Zapata y Pizá Soberanis, entre otros. Este último, por cierto, homenajeó a los agoreros con una banca de granito y placa de bronce al centro con los nombres de cada uno sus integrantes. Alguien la robará a los tres días, urgido del metal.
Entre aquellos “viejos mitoteros”, como también se les conocía, estuvieron Roberto Gayso Maya, Arturo Escudero, Chucho Rodríguez, Abel F. Espinosa, Jesús de la Basterra, Homero Castilleja, Lito Tapia, Enrique Díaz Clavel, Jaime y Leonel García Guillén, Milo Fares, Rafael de Pinillos, Tadeo Arredondo, Luis Casis, Toño Pintos, Enrique Berlín, Ramón Guillén, Pedro Terán, Ricardo Pintos, Tito Morlet.
Rafael Saavedra, José Murillo, Deko Pintos, Manolo Pano, Tino González, Tito Álvarez, Israel Soberanis, Deko Saucedo, Alejandro Hudson, Don Patricio Escobar y el Güero Beto. Este último era el más viejo “vaporino” del puerto (así llamados los marinos que habían servido en barcos de vapor. Vestían camisas floreadas de seda, zapatos combinados y, por la costumbre, se balanceaban al caminar como si lo hicieran sobre la cubierta de una embarcación).

Acapulco en la azotea

“¡Acapulco en la azotea!” anunciaba con grandes voces doña Borola Tacuche de Burrón, provocando una intensa movilización entre el vecindario por la llegada de las vacaciones de Semana Santa. Una veintena de familias proletarias habitantes de la vecindad en el centro de la Ciudad de México, para más señas en el Callejón del Cuajo número chorrochentos chechenta y ocho.
Y diciendo y haciendo. Allí mismo, en la azotea, junto a la hilera de lavaderos donde las mujeres se sobaban el lomo aporreando garras percudidas, propias y ajenas, La Güereja instala su Caleta particular. Los helechos haciendo las veces de palmeras, un petate raído es un camastro, el banco de la cocina es la silla de playa, y el viejo paraguas la sombrilla. El silbato de la fábrica cercana será el barco que parte.
Y entonces ella aparece con meneos sensuales que reprobaría don Regino Tacuche, su marido, que desde temprano huesea en su peluquería El Rizo de Oro. Viste doña Borola un multicolor “chiquini” o tarzanera, como ella le llama, confeccionado con retacería recogida en la sastrería de al lado. Luce un enorme sombrero blanco de ala ancha comprado en Tepito como el usado por María Félix en la película La bella Otero y para asolearse se ha untado el cuerpo con aceite 1-2-3. Se protege los “oclayos” con gafas de motociclista, hurtadas a Floro Tinoco, el novio de su hija Macuca. Floro, por cierto, tiene el ofrecimiento de su padre, el industrial Titino Tinoco, de obsequiarle el yate más lujoso de Acapulco en cuanto se aprenda la tabla de multiplicar del dos.
La vecindad recuerda todavía enmuinada una Semana Santa anterior, cuando doña Borola inundó uno de los patios interiores en calidad de playa acapulqueña. La gente sufrió de grave escasez de agua pero Marcelo Ebrad, entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México, se robó la idea para sus playas chilangas, suprimidas luego por Mancera.

Las tambochas

El escritor chiapaneco Armando Arias, también habla de las playas acapulqueñas de doña Borola.
“La señora Tacuche no necesitaba que don Regino Burrón la llevara a las playas de Acapulco para tomar el sol. Eran muy pobres. Ella ideó el ‘Acapulco en la azotea’ mostraba sus sensuales formas junto al tinaco de la vecindad, moviendo las ‘tambochas’ de las de acá para enloquecer de deseos al sexo horrible, o sea, el opuesto. Macuca enrojecía de pena”.

Monsiváis y Borolas

¿Doña Borola en Acapulco?, se pregunta Carlos Monsiváis en un ensayo sobre Gabriel Vargas, autor de La familia Burrón. Se refiere al probable viaje de doña Borola al “Paraíso de América”, en donde debió llevarse de cuartos con los barones di Portanova. Monsi habla de ella:
“Desfachatada y cínica provista de una regocijante vanidad, a su energía nada le arredra, organiza peleas de box entre mujeres, convierte su vecindad en arena de lucha libre, es mujer de negocios sin capital adjunto, organiza fiestas de vecindad y viajes de burócratas a Acapulco. Trabaja de cantante sentimental en una carpa, se lanza como candidata a diputada federal por el cienavo distrito y hace rifas fraudulentas. Nadie como ella para hacerse una operación que le quite su estructura ósea, “porque le da miedo andar con un esqueleto adentro” Borola es la exótica Brigitte Borolé, famosa por su tonada sensual del Cuchicuchi y nadie como ella para convertir la azotea en la playa de Caleta”.

Chavitos, chaparrín

Era cosa nomás de imaginarla llegando al hotel El Presidente acompañada por Macuca, Regino chico y Foforito cargados con cartones de huevos en lugar de maletas. Sin soltar una tirincha adaptada como nécessaire, pedirá enseguida hablar a César Balsa, el dueño de la cadena hotelera (no obstante saber ella que el hispano es solo vil prestanombre de la ex primera dama María Izaguirre de Ruiz Cortines). A Balsa lo conoce por haber sido pretendiente de doña Cristeta Tacuche, su tía chorromillonaria. También exigirá las atenciones del gerente en persona, su viejo amigo Manuel Chávez Chavitos, a quien trata de chaparrín como a su marido don Regino.
Y sí, era cosa nomás de imaginarla.

La virgen generala

Un terremoto destruye el 21 de abril de 1776 la parroquia de nuestra Señora de la Soledad, venerada aquí quizás desde 1566, por lo que su imagen será resguardada en la fortaleza de San Diego. Luego de tres lustros de permanecer en aquél lugar, la virgen dolorosa será proclamada ahí mismo Patrona de Acapulco. El momento fue narrado por un cronista anónimo:
“El 8 de diciembre de 1812, las autoridades religiosas, civiles y militares en fraternal consorcio, proclamaron a nuestra Señora de la Soledad Patrona de Acapulco y Generala de las tropas acuarteladas en el Castillo (como era llamado el Fuerte). El comandante de ellas, D. Pedro Antonio Vélez, ciñe a la Venerable Imagen con una banda de Generala y, en señal de vasallaje, pone en sus manos un bastón de mando. El pueblo que presenció la escena aplaudió emocionado aquel gesto caballeresco y filial mientras se disparaban salvas de artillería como manifestación de júbilo”.
Ocho años más tarde, una vez reconstruido el templo, la venerada imagen fue llevada en solemne procesión hasta su nicho en el altar mayor. La misa solemne Coram Sanctíssimo será oficiada por el cura párroco Felipe Clavijero y estarán presentes el gobernador Nicolás Gándara, el Ayuntamiento en pleno y nutrido pueblo.
Pasa el tiempo y en 1841 el párroco José María Lozano Daza acuerda el envío de la imagen sacra a la Ciudad de México, para ser retocada de los daños sufridos durante su permanencia en la fortaleza. Allá, además, será bendecida por arzobispo don Manuel Posada y Garduño, el primer mexicano en ocupar la sede primada de México. La vuelta al puerto de la imagen es narrada por el mismo cronista:
“Todo el pueblo, llevando a la cabeza a sus autoridades, salió a recibirla hasta el paraje llamado La Huerta del Chino. (?) Y desde ahí se condujo en procesión hasta la iglesia parroquial”.

Doce millones

–¿Ya sabes que acaban de ingresar doce millones a la tesorería del Ayuntamiento?
La especie corrió como reguero de pólvora por todo Acapulco, provocando reacciones diversas. De incredulidad por la montaña de dinero que significaban tal suma y de esperanza por lo mucho que podría hacerse en beneficio del puerto con tanto dinero.
–¿Pero qué pasa? –el señor presidente municipal niega exasperado la versión y demanda:
–¡Háganmela buena, cabrones mitoteros!
Para el tesorero municipal aquello no pasa de ser una broma de mal gusto, una burla para él mismo urgido en aquél momento de recursos para comprar media docena de escobas.
Los autores de la charada fonética –porque de eso se trataba– esperarán a que esta cale hondo antes de develar la maliciosa respuesta. Sin embargo, la aclaración será adelantada cuando empiece a circular la versión de que “el señor alcalde quiere chingarse los doce millones”.
–¡Error, todo se debió a una mala interpretación fonética!, se desmiente el bulo. Nunca se habló de doce millones de pesos, sino del ingreso a la tesorería de DOS SEMILLONES, dos funcionarios reconocidos ampliamente como “manos caídas”, “ mariquitas”, putitos, pues..
–¡Fíjense como hablan, cabrones! –exigirá finalmente al alcalde.