EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Porteñas (XI)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Enero 30, 2020

 

Para Raúl Pérez García, el último talentoso director del diario Trópico, reconociendo en él entereza a toda prueba y una enorme fortaleza de ánimo. Adelante, Itocasius.

Trópico

A tan solo nueve días de iniciada en el Viejo Mundo la Segunda Guerra Mundial, nace el Acapulco el semanario Trópico que luego, como diario, cubrirá las necesidades de los acapulqueños en materia de información, cultura y diversión. Constituye ello un suceso particularmente feliz y esperanzador para una sociedad costeña anclada en el pasado.
Los medios publicados hasta entonces, simples hojas volantes, no habían arraigado en la población por estar al servicio del poder gachupín. Con la singular excepción de Regeneración semanario dirigido por Juan R. Escudero, el heroico mártir acapulqueño. Al igual que éste Trópico pinta su raya declarándose “órgano independiente de información” cuya búsqueda de la verdad será permanente y siempre al servicio de los acapulqueños.
Delfino Coll Mota es un comerciante próspero y lector contumaz de periódicos foráneos. Reunido un día con amigos lanza la iniciativa de dar al puerto un periódico distinto a cuantos hay o haya habido. Un periódico que diga, como se dice en tribunales, la verdad y nada más que la verdad. Y algo muy importante, que no sea vocero de ningún gobierno, partido o agrupación; que sirva únicamente al puerto y a su gente Y, por supuesto, que también sea rentable. El sencillo planteamiento encuentra pronto adeptos y entre los primeros estarán Gustavo Guillén, Bernabé Ramiro, Ramón Guillén Salas y Manuel Pérez Rodríguez. El número de socios llegará a 13 y no habrá cábala que valga.
Nace Trópico el 9 de septiembre de 1939 y en su primer número se hace eco de las ruidosas y generalizadas protestas por el encarecimiento del pan blanco –dos bolillos por cinco centavos. Sólo ante la indignación de la gente que lapida panaderías en el Distrito Federal el secretario de Economía Nacional, Efraín Buenrostro, meterá urgente reversa

La guerra

España es una patria rota, sin esperanzas ni destino. El Quijote de la Mancha se apea del viejo Rocinante y guarda su adarga otrora vencedora de ejércitos y gigantes. Remonta la sierra Morena donde lo aguarda la Dulcinea del Toboso, para esperar ambos tiempos mejores o enemigos más dignos. Ya lo había comentado con su compañero:
—A lo que yo veo, amigo Sancho, estos no son caballeros sino gente soez y de baja ralea…
Gente soez y de baja ralea había convertido el solar ibérico en un escenario listo para la crónica de Dante. El ensayo general de un drama sólo documentado por el Apocalipsis y que en cinco años más habrá acabado con buena parte de la humanidad y sus valores esenciales.
La Guerra Civil Española, dominada por el poderío bélico nazifascista, particularmente por la aviación germana, concitó la solidaridad de miles de ciudadanos libres del mundo. El 17 de junio de 1939 México retira su embajador de España dejando sus asuntos diplomáticos en manos de la embajada cubana. Nacen las Brigadas Internacionales compuestas por voluntarios de Europa, Asia y América. Hombres jóvenes y maduros— obreros, campesinos, artistas, intelectuales etcétera, pelean en España como si defendieran la patria propia. La desolada campiña peninsular quedará sembrada de cruces con nombres propios en español, francés, inglés, polaco, ruso, italiano e incluso alemán.
Al decir del costagrandino ex gobernador de Guerrero, Alejandro Gómez Maganda, primero combatiente y luego cónsul general mexicano en España, por lo menos 500 compatriotas padecieron aquel infierno. Lo mismo en el frente del Jarama que en la batalla de Teruel y sin faltar en la defensa espartana de Madrid. Muy pocos de ellos, 50 quizás, volverán a su patria trasatlántica. Figura destacada de aquél contingente, el muralista David Alfaro Siqueiros alcanza por méritos guerreros el grado de coronel, con mando en un centro neurálgico de la guerra. En México será más tarde simplemente El coronelazo.

Gachupines

Se cuenta de un general norteño embarcado en la temeraria aventura española. La brigada Pancho Villa, famosa por el coraje de sus combatientes, había demandado sus servicios reconociendo en él a un magnífico artillero de la gloriosa División del Norte. Ya en pleno combate, el mexicano será sorprendido fijando en la mira de su cañón antiaéreo sobre una flotilla de aviones de la República. Detiene la cuenta de tín marín de do pingüe para cuadrarse ante un superior que llega para advertirle que los aviones a los que apunta son republicanos.
El mexicano, quien usa una bufanda con los colores de la bandera nacional para no ser confundido con los comunistas, se cuadra con desgano ante su superior y frente a su enérgico le responde con firmeza:
–Me vale madre, mi coronel, que los aviones sean republicanos o franquistas. ¿Y sabe por qué?, ¡porque yo vine a España a matar gachupines, muchos pinches gachupines!…¿pos que fueron pocas las chingaderas que nos hicieron esos hijos de mala madre durante la Conquista?
Isaías Acosta

En el puerto se saluda y honra la participación en la Guerra Civil Española del joven acapulqueño Isaías Acosta H. Luz, con grado de coronel de artillería y varios metales premiando su valor y heroísmo. Su padre Isaías L. Acosta, había sido tenedor de libros de la tienda La Sevillana, no de españoles sino de don Aniceto Goraieb, uno de los primeros libaneses asentados en el puerto. Desde esa posición promoverá la creación de la Cámara de Comercio de Acapulco y una vez conseguida será su primer presidente.
Maganda, por su parte, estará dedicado de tiempo completo a salvar vidas españolas amenazadas ahora en los campos de concentración ¡franceses! (oh, la fraternité). Nadie ignora hoy que México fue el único país en el mundo que mantuvo tendida su mano generosa hacia España, antes, durante y después de la debacle. La usará luego como un gran puente solidario por el que cruzarán miles y miles de hombres, mujeres y niños en una de las migraciones más dramáticas, apasionantes y enriquecedoras del siglo XX.

La Gran Guerra

El turno es de Polonia, la ingenua y heroica Polonia, cuyos angustiosos reclamos de ayuda no son escuchados por quienes apenas ayer le juraban solidaridad (¿I beg you pardon?). Cobardías y complicidades siniestras condenan al holocausto a la patria de Federico Chopin, mientras el rostro bestial del homo belicus se proyecta por toda Europa con su nostalgia por el Paleolítico. El 1 de septiembre de 1939 comienza la Segunda Guerra Mundial y México se declara neutral. Neutralidad que más tarde se torna en beligerancia cuando el petrolero mexicano Potrero del Llano sea hundido por un submarino nazi. Entonces en Acapulco, fuerzas navales vigilarán nuestras costas en precisión de embarcaciones beligerantes.
Terminado el conflicto, Trópico, dirigido a partir de los años 40 por el contador tamaulipeco Manuel Pérez Rodríguez, para entonces su propietario único, acompañará a Acapulco en los años difíciles del despegue y la ruta acelerada del desarrollo. Será su vocero el intérprete de sus más caras aspiraciones. Trópico y los acapulqueños establecerán con los años una relación simbiótica, quizás única en la historia del periodismo, basada en la confianza y en la credibilidad. Sobre todo en la credibilidad.

Paraíso perdido

Acapulco, no obstante que su carretera nacional tiene en operación más de 10 años, se asume como una isla y, lo peor, insular el pensamiento de sus habitantes. Quienes se atreven por la ruta federal 95, mal acabada y con tramos verdaderamente siniestros, no cubren con mucho la muy amplia oferta hotelera del puerto.
El “frastero” (forastero) no es bien visto y adquiere una categoría non grata si manifiesta intenciones de echar raíces aquí. Hay un pensamiento reaccionario que permea a casi toda la población adulta. Y se refiere al planteamiento obtuso, egoísta, de que el puerto debe conservarse tal como está; que el disfrute de sus bellezas naturales debe ser derecho único de sus pobladores originales y de nadie más.
Tan absurda y descabellada idea, la de un idílico paraíso perdido habitado sólo por sus Evas y Adanes, no arraiga por supuesto en los 13 jóvenes fundadores de Trópico. Para ellos, por el contrario, ha sonado la hora de Acapulco y sus ilimitadas potencialidades turísticas. De ahí la insistente demanda en sus páginas para que la Comisión Nacional de Caminos corrija las fallas de ruta del Sur. La que baja de los 2 mil 240 metros hasta el nivel del mar. O que sube, discernirá Malaca, el popular invidente vendedor de billetes de lotería.
Un columnista de Trópico se pregunta molesto en torno a la ruta ¿Cómo es posible que a 10 años de su construcción, mediante una inversión fabulosa, la carretera ofrezca menor fluidez y seguridad que el antiguo Camino de Asia, abierto por Hernán Cortés?. (La “inversión fabulosa” era de 17 millones de pesos, quizás el producto, hoy, de un fin de semana de peaje en la Autopista del Sol.
Melón o sandía

Se viven las postrimerías del gobierno de Lázaro Cárdenas y están verdes todavía los laureles ceñidos en su testa por la epopeya nacionalista del año pasado. Otra gran decisión tiene hoy ante sí el Tata, tampoco ajena a la del petróleo. Decidir entre Manuel Ávila Camacho (melón, por simple) o Francisco J. Mújica (sandía, por rojo), optando, con el testimonio de López Velarde, por el aseguramiento de los veneros escriturados por el Diablo.
El corresponsal de Trópico en Iguala da oportuna cuenta de los tumultos para recibir al general Manuel Ávila Camacho, aspirante a la presidencia de la República por el Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Apenas precandidato, el poblano de gran papada se deslinda de “extremismos impracticables y peligrosos” mientras Lázaro escupe por el colmillo. Está convencido que el haber quedado Mújica en el camino, es mal presagio para la Revolución Mexicana, además de reforzar la creencia popular de que la presidencia de este país se decide en Washington.
La decisión en favor de Avila Camacho irrita al general Rafael Sánchez Tapia, ex secretario cardenista de Economía quien, al renunciar a su militancia en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), lo acusa de ser una “burda maquinaria imposicionista” . Consecuente, lanza su candidato independiente a la presidencia de la República, convencido de que votos no le faltarán por lo menos en Aguililla, Michoacán, su tierra, y en Acapulco, donde cuenta con muchos amigos.
Y en efecto, Sánchez Tapia se había ganado tiempo atrás la amistad, la admiración y el respeto de los habitantes de Acapulco. Ocurrió ello cuando el militar llegue al puerto con la misión presidencial de acabar con una rebelión contra Obregón y a favor de Adolfo de la Huerta. Jefatura la revuelta el periodista Carlos E. Adame siendo los conjurados jefes de oficinas federales en el puerto. Felipe Valle (Aduana Marítima), Francisco Torres (Correos), Luis Mayani (Resguardo Marítimo), José Trinidad Serrano (Telégrafos), Imeldo Cadena (recaudador de rentas), Isaías Acosta y Silvestre H. Gómez, jefe huertista, padre del doctor Virgilio Gómez Moharro).
Arrestados y sentenciados sin juicio a morir fusilados, todos menos Adame quien ha logrado huir a La Sabana.
El paredón se habilita en los patios de la Aduana Marítima en pleno Zócalo (hoy edifico Nick) ante la cual se ha concentrado auténticamente todo Acapulco para demandar clemencia para los jóvenes. Madres arrebozadas y llorosas repletan la Parroquia de la Soledad pidiendo con grandes voces el perdón para sus hijos. Sucederá luego lo inimaginable, faltando una hora para el fusilamiento, se presente ante el general Sánchez Tapia un joven moreno, larguirucho con el rostro transfigurado para decirle yo soy Carlos Adame, el jefe de la revuelta en Guerrero, soy el único responsable, fusíleme mi, pero deje en libertad a mis compañeros. El general acepta el trato, pero cuando Adame se dirige a su sitio ante el pelotón de fusilamiento, el militar le cierra el paso y abrazandolo le dice saludo a un valiente, vete con tus amigos.